A nada sabe la tarde. A viento helado, quizás. Al ruido del
televisor
A la mirada oblicua, al
desencanto de tu abandono. Al intento de querer llamarte y decirte muchas cosas
aunque me tiemble la voz. Pienso todas las tardes en irme, en lanzarme como
piedra al río o al abismo o como quien lanza un pájaro con alas rotas al viento. No pienso en la caída, no pienso en
el triste recuerdo del llanto. Duele tu ausencia cada noche, cada día, cada
segundo que transcurre. Duele.
Voy a enterrar lo que duele, lo
que hiere, lo que no transpira. Moriré cada vez que sea necesario, mientras
arrugo una página en blanco, mientras tirita la palabra, mientras voy quitando
el vestido y cruzo las piernas y no fingiré que nada importa, que todo es absurdo.
Moriré mientras me consumo en una
absurda soledad, blanquísima como la luz de una neblina.
Todo duele en este preciso
momento y no estas, no estás, no estás para calmar mi dolor.
©Karen Valladares.
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