viernes, 30 de abril de 2010

Un libro de Horacio Castellanos Moya.


La novela Insensatez (2004) de Horacio Castellanos Moya se orienta en sucesos históricos documentados de la historia reciente de Guatemala y trata de las consecuencias de las masacres a la población indígena durante la guerra civil vivida en ese país durante 36 años

El protagonista, un periodista extranjero, recibe como encargo de la iglesia católica la revisión de un extenso informe sobre el genocidio indígena en Guatemala. La novela describe las circunstancias del trabajo del periodista y cómo la vida del mismo se ve afectada durante los trabajos de revisión y edición del mencionado informe.

La novela es un monólogo homodiegético del protagonista. La trama se desarrolla hacia finales de los años noventa. En esta novela, el autor vincula el nacimiento del informe con los acontecimientos de la vida del protagonista. Al protagonista, que carece de nombre, le atormentan especialmente las crueldades de los sucesos que testimonian los indígenas. El las describe muchas veces de manera detallada, mientras que en otras ocasiones deja hablar a los testimonios por sí mismos, los transcribe para el lector, y en este proceso se van mezclando sus sentimientos y apreciaciones.

Por medio de esta descripción detallada, los lectores de la novela se ven confrontados directamente con las declaraciones de los testigos y sobrevivientes de las masacres. Así, el lenguaje mismo se convierte en un objeto de la novela. En opinión de Castellanos Moya los testimonios auténticos se filtran en la ficción literaria antes de que lleguen al lector. Paradigmáticamente, el título de la novela da una indicación del estado mental del protagonista y también de la sociedad después del genocidio.

Insensatez es un testimonio literario de los acontecimientos de la historia reciente en Guatemala. El informe del protagonista tiene una función política importante. El divulga algo que antes fue solamente accesible para algunos pocos lectores y ciudadanos interesados. Por eso Insensatez es una novela con sustancia política. La descripción de la sociedad de Guatemala, cuyo nombre no es mencionada, también cabe para otros países, no solamente de Centroamérica, sino para todos los países que después de una guerra civil o de un genocidio tienen la responsabilidad de preocuparse por y de recuperarse de estas experiencias traumáticas. Por eso no es necesario dar nombre ni al país, ni a la ciudad, ni al narrador. Sus nombres son menos importantes que los de los culpables y así una frase clave de la novela que se encuentra repetida varias veces en la narración nos dice: “¡Todos sabemos quiénes son los asesinos!”

domingo, 25 de abril de 2010

Duele menos estar solo de Roque Dalton

Creo
que duele menos
estar solo
con tu recuerdo,
bajo este cielo
duro,
bajo este viento
espeso,
bajo miradas
agudas
que preguntan:
"¿Por qué sufren
tus manos
en las tardes'?
"¿Por qué no vienes,
sin la hoguera
de su pecho
lejano,
y te diviertes
con nosotras?"

Poder
asirse el alma
sería eso.
Y renunciar
para siempre
al sitio
donde me espera
el viento
acariciando tus cabellos.

Lo sabes.

Contigo
no me cabe el mundo
en las venas.
Pero sin ti
soy demasiado pequeño,
para esta calle
de labios grises.
Créeme, tu ausencia quema,
alma mía.
Y tu recuerdo duele.
Ahora soy, por ejemplo,
el esqueleto
de una casa incendiada,
que se duele
en el fondo de la ceniza.
Y grito: "Llevadme llamas
con vosotras, a cualquier parte.
No me dejéis ardido
de escombros.
Llevadme, en vuestros lomos,
porque me duele
el calvariento recuerdo
de los pájaros que cantaron
en mi techo, por las tardes."

Y solo pasa el humo,
frente a mis manos
que claman sin escuchas.

Así todos los días
amante mía.

Créeme, pero me duele
más tu recuerdo,
amor mío,
que mi vencida soledad.

Extraído de "Poesía" Casa de las Américas, 1989

viernes, 23 de abril de 2010

YO MATÉ A ANDY WARHOL


Ayer no tenía nada que hacer en la noche. Como a eso de las 10pm. Buscando algo interesante de ver en la Televisión me llamó la atención una pelicula el cual protagonizaba Lily Taylor con el en la pelicula YO MATÉ A ANDY WARHOL, dirigida por : Mari harronacon el papel de Valeri Solanas una escritora feminista y revolucionaria Estadounidense, a parte de lesbiana prostituta mendiga psicopata, neurotica, escritora, poeta. actriz, asesina.entre otras carácteristicas que represetaba su personaje. Me parece que es uno de los papeles más fuertes en la que la he visto protogonizar. No había escuchado ni leído la historia de VALERI SOLANAS. Segun la historia es la primera portadora de la lucha feminista en USA, su escrito más fuerte se llama el MANIFIESTO SCUN, conocido también como: Manifiesto de la Organización para el Exterminio del Hombre (Society for Cutting Up Men Manifesto),un ensayo sobre la cultura patriarcal de marcado carácter supremacista femenino, misandrico y violento para con el sexo masculino.


A continuación una brevisima reseña artista de la escritora Valeri en New York


En 1966 se estableció en Greenwich Village, donde escribió un guión de película titulado Up your ass (Mételo por el culo) sobre una prostituta que odiaba a los hombres y un mendigo. En 1967, Valerie le lleva su obra al artista Andy Warhol y le pide que actúe como productor. Intrigado por el título, Warhol acepta y le pide el borrador para revisarlo. El escrito era tan pornográfico que Warhol pensó que se trataba de una trampa policial. Anteriormente, muchas producciones de The Factory (el estudio-empresa de Warhol) habían sido censuradas por su contenido obsceno. El borrador de la obra nunca fue devuelto a Solanas.
Valerie empezó a llamar por teléfono a Warhol, exigiéndole la devolución del borrador de Up your ass. Cuando Warhol admitió que lo había perdido, ella comenzó a exigir dinero como compensación. Warhol no hizo caso, pero le ofreció un papel en una escena de su película I, The Man (1968-1969), en la cual la escritora discute con el personaje principal (interpretado por Tom Baker) en la escalera de un edificio acerca de si entran o no a un apartamento. Solanas domina el diálogo, conduciendo a su desconcertado compañero por una conversación de "culos blandos", "pechos masculinos" e "instinto lésbico". Finalmente abandona la escena diciendo: "He de ser golpeada por mi carne". En su libro Popism, Warhol escribió que consideraba a Solanas una persona interesante y divertida, pero que el hecho de que comenzará a asediarlo hasta el acoso, hizo que decidiera alejarse de ella.
A finales de los años sesenta, Solanas escribió y autopublicó su trabajo más conocido, el Manifesto SCUM, una proclama que llama a la destrucción de los hombres y a la liberación de las mujeres. Las siglas con que es conocida la obra no aparecen en el manifiesto en sí, y algunos creen que simplemente hace referencia a la expresión "capa de suciedad" (en inglés: scum). La obra hizo que Solanas ganase simpatizantes feministas, que vieron en su texto provocativo una llamada a la acción y una fuente de reflexión.


Solanas en la cultura popular


• En 1996, se filmó la película I Shot Andy Warhol (Yo disparé a Andy Warhol), basada en en la vida de Solanas y protagonizada por Lili Taylor como Solanas y Jared Harris como Andy Warhol.
• El amigo de Warhol, Lou Reed, nunca perdonó a Solanas por el ataque, y grabó una canción sobre ella: I Belive, para el álbum Songs For Drella.
• El grupo Matmos, en el álbum The Rose Has Teeth in the Mouth of a Beas, incluye una canción titulada Tract for Valerie Solanas, que tiene extractos del Manifiesto SCUM.
• La escritora Sara Stridsberg recibió en 2007 el Premio de la literatura del Consejo Nórdico por su biografía semi-ficticia de la vida de Valerie Solanas titulada The Dream Faculty.
Obras [editar]
• Up Your Ass
• SCUM (Editorial Kira Edit), Madrid, 2002 ISBN: 84-923311-7-8
• SCUM Manifesto Olympia Press, London; introduction by Vivian Gornick, 1971. ISBN 0-7004-1030-9
• Ibid., Phoenix Press, UK, March 1991. ISBN 0-948984-03-1
• Ibid., AK Press; San Francisco, NY; biografía de Freddie Baer, 1996. ISBN 1-873176-44-9
• Ibid., Verso Books; London, New York; introdución de Avital Ronell, 2004. ISBN 1-85984-553-3

jueves, 22 de abril de 2010



La entrega

(de El cuchillo del mendigo)

Rodrigo Rey Rosa



La luz del cuarto estaba encendida. Eran las cuatro y media de la mañana de diciembre. Lo despertó la voz de un viejo amigo de su padre que le gritaba desde fuera: "Llamaron. Dicen que vayas a al plaza de Tecún." Él no respondió, se incorporó en la cama, se pasó la mano por la cara y el pelo, y se volvió a acostar, para quedar inmóvil, la mirada fija en el techo. Luego se descubrió y se levantó con rapidez; estaba vestido. Revisó su billetera y se agachó para sacar un bulto de debajo de la cama: una bolsa de viaje negra. Tanteó su peso y se la echó al hombro. Apagó la luz, salió del cuarto y bajó las escaleras con olor a madera recién encerada. Cruzó una antesala y siguió por un corredor. El hombre que lo había despertado lo aguardaba en el zaguán, con una sonrisa compasiva, pero él pasó a su lado sin hacerle caso y salió por la puerta. "Como un sonámbulo", pensó el otro. En el garaje había un automóvil gris. Metió la bolsa en el baúl, se puso al volante y arrancó.

Las calles estaban desiertas. Se dio cuenta de que había llovido, y de lo familiar qu ele era el reflejo de los faros y las luces verdes y rojas sobre el asfalto mojado; se dio cuenta de que temblaba de frío. "La plaza de Tecún", se dijo, y sonrió mecánicamente. "¿Por qué me da risa?" En vez de buscar la explicación, hizo un esfuerzo por dejar de pensar; se concentró en el momento presente. Poco después dobló a una avenida muy iluminada; ahora que la recorría él solo, imaginaba un túnel enorme. No sentía angustia; lo que estaba haciendo había sido ordenado por una fuerza indiscutible, una de esas cosas "más importantes que la vida misma".

El trayecto hasta la plaza de Tecún fue de cierta manera placentero; reinaba el silencio, y había logrado mantener en paz sus pensamientos. Era como revivir una noche lejana; se observaba a sí mismo como quien observa un rito, con inocencia, con una especie de temor. Cuando llegó a ala plaza se vio impresionado por la silueta de la estatua. Estacionó lentamente y encendió una linterna. Anduvo hasta el pedestal y notó que la lanza y los gigantescos pies de la estatua estaban corroídos por el óxido. En el suelo había piedra de tamaño de un puño cerrado y, debajo un papel blanco. Levantó la piedra y tomó el papel. De vuelta en el auto, lo desdobló rápidamente. Leer las palabras ahí escritas fue como pronunciar una fórmula. (El futuro inmediato y el pasado inmediato irrumpieron como agujas en la burbuja artificial del momento presente.) "Conduzca a 50 kilómetros por hora. Baje las cuatro ventanillas. Siga la línea roja indicada en el mapa."

Al dejar de analizar sus propias reacciones, había conseguido no imaginar la apariencia de las personas que gobernaban su destino, pero ahora sus reflexiones incluyeron la presencia de una voluntad humana; comenzaba a entrever sus facciones. Examinó el mapa; la línea roja era una callecita que daba a ala plaza. Bajó las ventanillas y siguió.

Mientras avanzaba calle abajo, iba aumentado su aversión; los canales de su memoria refluían. Aunque las circunstancias no dejaban de parecerle extrañas, fue adquiriendo la sensación de que llevaba a cabo una rutina. La línea que representaba su camino convergía al final con la calle del mercado. Se vio obligado a conducir más despacio; hombres cargados con costales y cajas cruzaban la calle taciturnos, parecían que andaban con los ojos cerrados. Volvió a mirar el mapa, se estacionó frente a un puesto de verduras. Un hombre salió de detrás de unos toneles blancos que estaban en la acera y le hizo una seña. Él abrió la portezuela trasera, y el extraño, seguido por otros dos hombres, subió al auto. Nadie dijo nada. Él estaba pálido, y aún temblaba de frío. "¿Adónde?", preguntó. "¡Adelante! ¡Adelante!", le ordenó una voz desde atrás.

No había salido el sol, pero ya estaba claro. La calle fue despejándose de gente. "Vamos más rápido", le dijeron. Atravesaron la ciudad en dirección norte. Conducía con calma; se daba cuenta de todo al avanzar. Veía pasar las puertas, las ventanas y los muros, y luego las arboledas y el paisaje a derecha y a izquierda del camino, pero nada entraba en su conciencia. Imaginó la cara de un hombre rayada por la línea roja del mapa; era como una forma producida por un mago, y así, inesperadamente, desapareció. "Ya está lejos la ciudad", se dijo.

Uno de los hombres habló: "Deténgase bajo esos pinos", y señalo a la derecha del camino. Le fue necesario frenar con violencia. Entonces advirtió que un auto blanco se acercaba en sentido contrario; se detuvo junto a ellos. Le ordenaron que se bajara y, a empujones, le hicieron subir al otro vehículo. Cuatro manos le sujetaron los brazos y alguien le puso unos anteojos velados. Oyó una voz agria que decía: "Sí, es el dinero." Se oyó el sonido explosivo del baúl al cerrarse. Hubo un rechinido de neumáticos, y él comprendió que se llevaban su auto. "Ya tienen lo que querían", pensó. "¿Por qué me hacen esto?" Luego, lentamente, el auto en que él estaba empezó a andar. "¿Que pasa?", preguntó. La respuesta fue un golpe seco en la región del hígado. Sintió náuseas, quiso doblarse hacia adelante pero selo impidieron; vomitó un poco de saliva y un líquido amarillo. Después olió alcohol, y sintió una fricción fría en la nuca. "Lo vamos a dormir", le dijeron, y lo sorprendió el pinchazo de una aguja. "Van a matarme", se dijo en voz alta. Se le nubló la vista, oyó un zumbido intenso. Quiso decir algo, y vio que no podía articular. Los des hombres que estaban a su lado lo acomodaron a los pies del asiento y lo cubrieron con una manta verde. Su mejilla botaba contra el suelo del auto y lo abrumaban las vibraciones del motor. Advirtió que su respiración perdía fuerza, y en sus adentros sintió: "Estoy muriendo." Sus ojos estaban abiertos, pero el contorno de las cosas era irreal. "¿Adónde me llevarán? -se preguntó -; si ya no hace falta que vaya a ningún sitio."

Se dirigieron a la ciudad. Tomaron por una de las vías principales, doblaron dos o tres esquinas, y entraron en una casa con un jardín grande y bien cuidado. Entre tres hombres lo metieron en la casa, y lo llevaron a un cuarto subterráneo. Allí había un catre de tijera, un cubo de agua y un rimero de libros. Lo acostaron en el catre, y uno de ellos, el más joven, se sentó en una silla junto a la puerta. Los otros salieron y corrieron el cerrojo por fuera.

Permaneció inconsciente durante mucho tiempo. Abrió los ojos y movió lentamente las pupilas. "El infierno", pensó, y el pensamiento resonó y resonó en su interior, pero cada vez más débilmente. Intentó mover una mano y no lo consiguió; le parecía que su corazón descansaba largamente entre latido y latido. No le fue posible elaborar otra frase; las ideas parecían y desaparecían, una tras otra, inconexas.

Era ya de noche cuando alguien bajó corriendo las escaleras del sótano, dio dos golpes a la puerta, descorrió el cerrojo y entró. "los agarraron-le dijo al que hacía de guardia- con el dinero. Tenemos que sacarlo de aquí." Entre los dos lo levantaron del catre, lo subieron al garaje, lo volvieron a meter en el auto. Arrancaron y salieron a la calle. Cruzaron la cuidad con precaución y tomaron la autopista del oeste. Después de andar unos minutos, estacionaron en una curva muy abierta. Lo sacaron de auto y lo pusieron boca abajo en el asfalto. El joven se acuclilló a su lado y dijo: "Yo creo que ya está muerto." Se sacó un revólver del cinto, y sin mirar, hizo fuego. Por el lado del norte relampagueaba.

Más tarde, cuando abrió los ojos, una intensa luz lo encandiló. Miró a su alrededor, y vio que las paredes giraban. Una mujer vestida de amarillo se le acercó, le tocó la mano, se inclinó sobre él, le pasó los dedos suavemente por el pelo. Sus labios se movieron, pero él no la pudo oír. La miró en los ojos, y le pareció que sus cuencas estaban vacías. "Son bonitos," pensó, y trató de decírselo, pero las palabras quedaron en su boca. La mujer le puso los dedos sobre los párpados y se los cerró. Le acarició la cara y el dorso de las manos, y se apartó de él. Él sintió un estallido en el tórax. Una voz le preguntó: "¿Estás dormido?" Él asintió mentalmente, pero "Estoy muy despierto". Pensó para sí. "¿Sabes quien soy?". Siguió la misma voz. No trató de responder, pero comprendió que era su mujer. La habían libertado. Luego sintió otro golpe: un sonido débil. "Es mi corazón", pensó, y para sus adentros: Es suficiente. Que se detenga.

Para mis padres


miércoles, 21 de abril de 2010

La crisis de los 80´s en la poesía de femenina del Perú.


por Cecilia Bustamante



No es el propósito de estas notas examinar a fondo los orígenes o la duración de la crisis actual que vive el Perú, se trata solamente de una posición personal no científica sobre las relaciones de algunas escritoras peruanas con esta realidad, y las que considero de proyección para la poesía actual y futura de las mujeres escritoras del Perú. Sus diferenicas literaias individuales, de temperamento, de ideas políticas, así como la importancia que den a los intereses nacionales y de clase, se convierten a mi parecer en embrión de un lenguaje que nace incialmente distanciado del lector común, hasta que se integra a la dinámica vital del país identificándose como documento históric! o sobre la situación de las cosas actuales. Esta ruptura nos impide a veces ser neutrales, pero no se puede negar que quiebra el ritmo de inercia y aceptación, especialmente de la mente. Los poetas hablamos desde la energía del caos, acuñando el nueva lenguaje sin importar controversias y esperando enlazar con las siguientes generaciones. Es el arte de construír el futuro. C.B.


Comúnmente el término crisis infiere la presencia de una situación violenta o potencialmente violenta en un sistema, usualmente se produce por la agudización de la desigualdadd entre los intereses del poder económico y político con las clases sociales; su destino es detonar o neutralizarse. Las características específicas varían según cada realidad social - analizar el intercambio de acciones y reacciones de los participantes en la crisis demanda ! pues de algunas generalizaciones. En el caso del Perú, la crisi s que me interesa es la que germina después de la Segunda Guerra Mundial, que crece bajo el control de los acostumbrados regímenes dictatoriales o del poder de la pequeña élite tradicional que definen la naturaleza del proceso social, es decir del desarrollo histórico. A este elemento de injusticia responde el sordo descontento de la clase desprivilegiada u olvidada. El rol y métodos del Estado en este proceso acumulativo son casi sin excepción el autoritarismo y el terror. Estos gobiernos negaron, por lo general, a las minorías y a los pobres, la posibilidad de una participación democrática en la discusión de los temas relevantes a los intereses nacionales e internacionales del Perú. Esta falta de participación, el tradicional trato discriminatorio de las minorías nativas - es una correlación siempre creciente entre la perpetuación de la pobreza y la injusticia, c! ondonadas sin remordimiento por las demás instituciones.


En la década de los 80, (ver: C.B. “La Mujerla Política de los 80s”, en La República, Lima, Sept. 9, 1982) las generaciones de los peruana y 60s y los 70s - crecen con las esperanzas de un cambio, luego de asimilar la rebelión de la juventud en las barricadas de París, y contra el establishment en los EE. UU. Se había vivido en el Perú un singular experimento nacionalista radical de desmontaje de la antigüa oligarquía peruana, con el populista General Velasco, quien no encuentra mayor solidaridad popular, pese a los cambios irreversibles que se dieron a favor de los desprivilegiados, y que debilitaron definitivamente a la todopoderosa oligarquía peruana. Su instin! to de conservación la empuja luego a transformarse o infiltrars e dentro de los movimientos progresistas o abiertamente de izquierda. Velasco promovió y dió derechos a la participación de los trabajadores, de las mujeres y de los grupos indígenas, oficializó el kechua como lengua nacional.


Una vez lanzada la profundización de los cambios sociales, pese a que el proyecto abortó, la dinámica y desequilibrio consecuentes, quebraron el rígido esquema de clases sociales y de la economía peruanas que pasaron a ser volátiles elementos de un imparable proceso histórico. La crisis se agrava en los 80s en esa especie de “neurosis de la sociedad”, de que habla Minucci. Es entonces cuando nace Sendero Luminoso da inicio desde otro nivel a la violencia y el terrorismo - destinado a desangrar el país. Cuando el Partido Aprista o Partido del Pueblo llega al poder en los 80s despu&eacut! e;s de medio siglo de estar fuera de la ley o perseguido, hay esperanzas de un verdadero giro democratizador y progresista. Las clases populares se sienten protagonistas de la historia. En la década de los 80s se combinan, lamentablemente, la nefasta época de guerrillas con el creciente poder mundial del tráfico de drogas - la violencia se va transformado, prácticamente , en una guerra civil. La crisis económica y las condiciones de los olvidados se agravan, el hambre y la miseria golpean más que nunca al país, son los momentos en que cada ocho minutos muere de hambre un niño en el Perú. Las mujeres peruanas tienen un rol creciente en el proceso porque tradicionalmente han sido relegadas al destino de las minorías sin oportunidad para la educación y sin mayores derechos de participación política. Habían obtenido el voto en 1956 ,mas, el elevado índice de analfabetismo de! entonces revela que la mujer conformaba casi el 70%, podemos deducir sus posibilidades reales.


Hemos tenido pocas pero influyentes escritoras en la historia de la cultura peruana. A finales del siglo XIX Clorinda Matto de Turner, es la fundadora del indigenismo literario (Ciro Alegía, José María Arguedas) Mercdes Cabello de Carbonera, demanda luego derechos de igualdad; Dora Mayer, crea con Luis E. Valcárcel defensa legal para los indígenas; Magda Portal, fundadora del Partido Aprista y connotada líder, en uan de las primeras intelectuales engagé . Son herederas y reclaman o escriben sobre el pensamiento feminista de Flora Tristán, socialista utópica franco-peruana, prcursora de la organización de los trabajadores, reconocida por Marx y Engels como tal. Y quien en Peregrinaciones de una Paria, enjuiciara el status de la mujer peruana en la sociedad de mediados de siglo XIX. Nuestras escritoras están unidas por un r! asgo común de radicalismo de ideas, rasgo que persiste hasta hoy y que puede significar, llegada la hora: censura, silenciamiento de la obra, represión política, el exilio, o la muerte. Las escritoras mencionadas defendieron a través de su obra y de organizaciones, al pueblo indígena contra el poder combinado del Estado, la Iglesia y los gamonales o latifundistas. Matto de Turner fué excomulgada, anatemizada y murió en el exilio en Buenos Aires. Cabello de Carbonera fué objeto de “la vindicta pública”, como dice Luis Alberto Sánchez y de cruel difamación impresa, dirigida específicamente a su condición de mujer, de parte de Juan de Arona. Dora Mayer fué silenciada porque se atrevió a criticar a José Carlos Mariátegui, fundador del partido Comunista a Haya de la Torre (fundador de la Alainza Revolucionaria

Americana - APRA) y a la dictadura de Au! gusto B. Leguía. Mayer visionariamente llamó la atenci&o acute;n en 1923 sobre el peligro de la “penetración cultural de parte de los yanquis.” Acabó escribiendo bajo seudónimo y sufrió una campaña de desprestigio personal sobre su estabilidad mental. Magda Portal, fundadora del APRA, tuvo desacuerdo ideológico con Haya de la Torre, siendo expulsada del Partido, siguió la acostumbrada campaña contra la vida personal. Sufrió décadas de persecución política y cárcel, por su pensamiento izquierdista, el silenciamiento y destrucción de su obra, así como atentados contra su vida. Vivió exiliada en varios países hasta donde la larga mano de la venganza política siempre la alcanzaba. Cuando se hace mayor vive exiliada en el propio país y es gracias a otra mujer peruana silenciada, Violeta Correa de Belaúnde, y a mi propia intervención, que log! ra obtener sus documentos personales y viajar finalmente (1982) a atender invitaciones primero en Estados Unidos y luego en otros países. Finalmente, en México en la Conferencia Iberoamericana de Escritoras, recibe con Carmen Conde, merecido homenaje.


La escritora peruana está destinada, por lo tanto, a ser vocero natural de las demandas de la mujer y de los sectores minoritarios - tiende a politizarse rápidamente. Desde el sector cultural, contribuye a registrar los desajustes y confrontaciones que se están dando en el corpus de la organización social. La mujer, escritora o nó, es un nuevo elemento cobrando identidad en estos años claves y duros, y reclama su espacio para una efectiva participación política. (ver: C.B., “El Poeta y su Texto”, Revista Iberoamericana, Texto/Contexto en la Literatura Latinoamericana. Pittsburgh, ! Pa.1979. Tr:“The Poet and her Text”, Maureen Ahern, Revista Affinities, No 1. Austin, 1982). Muchas de nosotras hemos procedido a identificar y denunciar las fuentes de injusticia y violencia social con las que estamos familiarizadas a causa del poder autoritario y el machismo, que tiene mucho que ver con los males no sólo de nuestra vida política. Algunas entraron directamente en la subversión. Sobre esta característica de liderazgo, su radicalismo y tendencia al extremismo ideológico, escribo separadamente


En el proceso de cobrar identidad en su tiempo, ella “se define primordialmente en “la dimensión del tiempo” (Habermas). Por ello se inclina al análisis de las condiciones presentes relacionadas a la cultura, valores e instituciones. Y en su comunicación lingüística deja evidencia de su proceso personal. La primera poeta de esta generación en romper los tabúes verbales fu&eacut! e; María Emilia Cornejo. Muy joven, iconoclasta y desenfadada, ataca con la palabra y su uso, los valores tradicionales y el estado de cosas. Su actitud es desde este punto de vista, subversiva. Este proceso se acentúa y es continuado por otras después de ella. Pero el tabú ha sido roto en la sociedad pacata, tradicional, aún cortesana y muy clasista. .


La mujer escritora internaliza con valentía el significado y características de la crisis en un afán trascendente de autoconocimiento. Esta intensa elección resultó mortal para la Cornejo, quien se quita la vida en plena juventud. Más realista e impaciente que José María Arguedas, se semejan en que materiliazan su desencanto ante “la imposibilidad” de un cambio en su tiempo y lo rubrican con un gesto total. Se identificó como “la muchacha mala de la historia” ! en un simbólico coup d’etat contra costumbres obso letas de una sociedad paternalista y clasista. . La rebeldía de las escritoras peruanas se manifiesta en términos de conflicto y antagonismo con el status quo. El lenguaje literario de la mujer se resiste a seguir legitimando y perpetuando costumbres que no toman en cuenta ni su naturaleza humana, ni las condiciones históricas de nuestro tiempo. No es una posición pensada, mas bien, la captación inconsciente de la corriente de la época, como ocurre a todos los intérpretes. Esta es, además la “supermadre” latinoamericana, la que socializa políticamente la que transmite modelos a los hijos: su más grande potencial.
María Emilia Cornejo es la primera que describe la realidad del cuerpo de la mujer, del amor, del sexo, del matrimonio, la maternidad. Su lenguaje es chocante para la época, denuncia : “Yo soy la muchach! a mala de la historia/la que fornicó con tres hombres/y le sacó cuernos a su marido/soy la mujer que lo engañó cotidianamente/por un miserable plato de lentejas.../soy la mujer que lo castró/con infinitos gestos de ternura/ y gemidos falsos en la cama/soy/la muchacha mala de la historia.” Publicó en la revista Eros de Isaac Rupay, que convocaba en los 70s, a “quitarse las máscaras, destruír los fetiches”. Rupay, el mentor de Cornejo, nació en 1950 en la clase humilde de Lima y murió en 1974.

Carmen Ollé continúa trabajando la veta abierta por Cornejo. Su discurso demuestra resistencia y detachment, el rehusamiento a seguir legitimando lo que no cree. Ella es más intelectual, intensa. Sus deshinbidos poemas registran el significado de ser mujer en el mundo subdesarrollado, la realidad del amor y de! l cuerpo bajo la sombra del machismo y la pobreza. Ella vive en Lima y su obra ha rendido una visión violenta de la realidad: “He vuelto a despertar en Lima a ser una mujer que va/midiendo su talle en las vitrinas como muchas/preocupada por el vaivén de su culo transparente/Lima es una ciudad como yo, una utopía de mujer...Tengo 30 años/la edad del stress/mi vagina se llena de hongos como consecuencia del primer parto./ El color del mar es tan verde/como mi lírica verde de bella subdesarrollada./ Del botín que es la cultura, me pregunto por el destino./No conozco la teoría del reflejo, fuí masoquista/ a solas gozadora del llanto del espejo del WC./Despierto y me levanto en un catre viejo/mi militancia ni es una casa vieja pobre y hedionda/ y aquí sin espejos, ni tazas de mayólica, aguantas las ganas de orinar/o revientas...Y otra vez aquí/allí viento/molotov/pezuña del poli...” Otro hermoso poema ejerce violencia ocntra ella misma: ! “Cuando el velo de los años me haya cubierto,/ seré una anciana indigna?/ Me preguntarán mis hijos dónde vas madre tan peinada/ y pintada como un Kabuki?/ Descendiendo, cayendo ante los ojos de la nueva generación”/ mis mados jueces, ¿acaso tendré e; valor de aquella viejecita rusa/ para consumir ‘en pan de la vida hasta las últimas migajas’?”

Sonia Luz Carrillo es más política y encuentra así “el punto de ruptura y de estímulo vital”, como dice Sánchez León. Sus poemas ratifican escueta y casi mecánicamente, la falta de comunicación: “Ella no sabe nada/ de arte/ ni de política./Ella cada año pare un hijo.../ Ella no tiene voz/ usa poco los ojos/ los oídos los tiene atrofiados./ En mi país ella es la esposa ideal.”

Sobre el lenguaje de los medios de comunicación, Carril lo escribe: “la verdad en kodalite/ la realidad em cámara oscura/ equilibrio/ en espacios standard/ la realidad en cámara oscura./ Controles, controles, controles/ sordos emisores/ respuesta inaudible.” ( Sonia Luz Carrillo, La Realidad en Cámara Oscura. Mercedes Eguren, Poesía. Gloria Mendoza Borda, Paisajes que tus Ojos Ignoran, publicadas por C.B. Austin, 1980).
Mercedes Eguren proviene de lo que fué hasta fines de los 60, el sector privilegiado del país. escribe con desprecio e indiferencia, llena de humor noire. Está gravemente distanciada en un imposible lugar de ser suyo, porque el Perú es premonitoriamente“una nación bestial con la fuerza desconocida del terror”. Donde ella reacciona ante“las colecciones de frases terminadas/ en ‘revolución&rsquo! ;...fué usted tan aplastante/ que me obligó a intervenir en su lenguaje./ Por éso es tan inmenso el interés que siento por su muerte.” Juega con el suicidio como una compromiso con la realidad, desconsagra la imagen del padre, se siente extraña en “ese hospital de hospitales” que es el Perú, “extraña en este club de hormigas/tan estúpidamente sentada/sin izquierdas ni derechas/ como una rata preñada.” En una sociedad paternalista como la nuestra Eguren es audaz como para decir: “El viejo falleció aquella noche/ fuera de la casa/ que había sido su prisión./ Terrosa quedó su última mirada,/ desabrigado su ex-cuerpo tan gentil./ Mi viejo falleció poquito a mucho./ Cuando era vegetal, ya no era él.” La desenfada crítica social de la Eguren no ha llegado a oídos de los críticos. ! “No trabajarás/ ni acumularás hombre como yo, chol ita./ Explotarás tus senos, tu peluca blanca/ como Naja la Psicodélica../No trabajarás..extenderás tu tanga/ en la alfombra fácil del hotel/ y estarás/ muy humo, como un gran bisté,/ en el quinto piso de Felipeamor./ Tu redondo seno, tu pezón de Welch/ son tu Costa Azul.” Agrega, ominosamente en otro poema: “..renuncio a escribir poesía/ porque es imposible que el tiempo/ me alcance para lograr/ ese estado perfecto/ y si algún día averigüo con certeza/ que sí hay distancia entre el hombre y una piedra,/ volveré otra vez...” En la tierra de Vallejo, Arguedas, Heraud, María Emilia Cornejo, estas palabras se tornan temibles.*
Gloria Mendoza Borda incluye en su discurso vocablos kechuas porque son los que más corresponden a la realidad que interpreta, su producción suena algo extranjera al ! oído costeño tal vez, y el de muchos peruanos y críticos oficiales. Su lenguaje es mestizo y andino pero conlleva la misma hostilidad al estado de cosas: “...en aquellas tardes/teñidas/ de ceniza y té/ amo/ terminada mi tarea/ protegí el bosque/ del espúpido polvo\ y las arañas/ que van carcomiendo la red de tus ojos./ Amo/ bastante he pastado/ me he fatigado con tu ganado/ dame otro trabajo/ jugietes/ dame tu alma/ ...amo/ mal amo/ quédate con tus ovejas/ es tu hora/ me voy/ debes pastar mis ovejas/ al compás del látigo/ es tu turno/ escucha/ te toca pastar mis ovejas/ mal educadas y tristes/ te toca pastar mis lágrimas/ se acerca la primera muerte...” Y en otro poema: “Entre la Paqcha y el Lago/ oscurecidos cielos/ abren nuevos mundos/ los balseros arribaron/ no séde qué puerto/ al corazón/ al tiempo/ a la vida/ o a la muerte/ sentada junto ! a la pequeña pqchua/ sola/ sola con tus ojos/ tu rostro/ la noc he en mis manos/ extraño campo/ las moscas/ el olvido/ sola. Gloria Mendoza nació en Juliaca, Puno, el Altiplano andino. Estas escritoras me han interesado y he mantenido comunicación escrita con ellas desde hace varios años. Logrando publicarlas en Austin con el sello Ediciones Capulí, Coleción Urpi, Austin, 1980.


Es muy característico de las poetisas de los 80s, reflejar la desarticulación que se está dando en las costumbres. Mecanismos que revelan una relación amor-odio con la impotencia como denominador común: frustración e inseguridad. Las más jóvenes hoy experimentan con su alienación, la distorsión, la falta de significado, en un proceso de búsqueda de identidad personal que exige articular con un significado auténtico, como posibilidad de integración, de unidad. Es, en parte, la búsqueda! de la identidad nacional. Se convierte, por lo tanto y para algunas punto de partida hacia la praxis política y, si es necesario, hacia la participación por vía de la violencia (ver: C.B. Ponencia El Cuerpo y la Escritura, IV Congreso Interamericano de Escritoras, México, 1982. Tr: The Body and Writing Revista Extramares, Vol.. 1, No.. 1, Austin, 1989.) ; éste es un gesto decisivo de elección personal. De poetas así conocemos pocos nombres, salvo el de Edith Lagos, que murió bajo tortura policial en Ayacucho.


En Colombia, México, Chile, Puerto Rico, Cuba, Puerto Rico, se ha dado fenómeno similar en la producción poética femenina: un acercamiento radical al lenguaje paralelo a una posición política radical: Mercedes Carranza, Rosario Bañuelos, Cecilia Vicuña, Vanessa Droz, Angela Marí! a Dávila, Gioconda Belli. Aparentemente, el mecanismo operante conduce como medio de liberación y de justicia social, a la praxis política como vía de acceso al poder político. Este tipo de escritura femenina está aclarando el rol de la mujer ya no como la unilateral responsable de los dilemas morales, encarnación de la culpa y el pecado. Al escribir confronta e interpreta la realidad de nuestro tiempo y la crisis social que desestabiliza a la sociedad peruana.


En esta situación crítica la mujer demanda un nuevo rol en la sociedad del siglo XXI. Es la “mujer nueva” sobre la que escribió Magda Portal en 1930. Sus voces se escuchan “contra las puertas de la autoridad de lo inhumano”, según Steiner, “cuando el hombre tecnológico ha ampliado sólo la destrucción.” Nuestra poesía nace en un ambiente de injusticia y violencia. No resulta sorpredente leer poemas que d! evuelvan esta violación. En parte, la vía más corta la ofrecen los movimientos nacionalistas o revolucionarios. Es su respuesta a las largas relaciones de silencio entre ella y la sociedad, la cultura y el poder. Se contamina de violencia en esa especie de neurosis de la sociedad, cuando a la aguda crisis económica se agrega la crisis social. Algunos teóricos consideran que la aparición de la violencia es un síntoma claro de que el sistema político está sordo y rechaza los pedidos de las masas.


“El escritor moderno está amenazado por la represión externa y por la decadencia desde dentro. Es sólo en el lenguaje que su identidad y presencia histórica se hacen explícitas de una manera única,” dice Steiner en Language and Silence. Esto nos ayuda a comprender la circunstancia del Perú, donde las expresiones ling! üísticas de las pocas autoras que he podido citar en consi deración al tiempo, se comprometen en la tarea de liberación de las fallas morales del sistema, en negar la estigmatización de la pobreza y la ecuación entre riqueza y virtud. Están contribuyendo inesperadamente al análisis de los orígenes de la violencia, se desmonta el discurso que rendía tributo al prestigio social de la lengua dominante y se acuña otro más integrador donde hasta se saluda ya a la cibernética. En la sociedad peruana que fuera básicamente agraria no se había dado una ideología de oposición a partir del lenguaje. Ellas, las mujeres escritoras, forman parte de la tradición de las pocas que en la historia de la cultura peruana expresan su tiempo específico, con contemporaneidad y con calidad literaria.





sábado, 17 de abril de 2010

Nikolai Gumilov

Duda

Estoy solo en esta tarde silenciosa
Y sólo pienso en ti, en ti.
Tomo un libro y te descubro en cada página
Vago en ti ebrio y perturbado.
Me dejo caer sobre la camaLa almohada me quema...
no, no puedo dormir, sólo esperar.Inseguro, me acerco a la ventana.
Contemplo la luna y la humeante pradera.
En un rincón del huerto me dijiste "sí"Y ese "sí" me ha acompañado toda la vida.
De pronto caigo en cuentaQue siempre fuiste indómita.
Que ese "sí", ese estremecimiento tuyo allá en el huerto,
Esos besos -fueron tan sólo un deliri o
o en la primavera y el sueño.
Versión de Jorge Bustamante García

jueves, 15 de abril de 2010

JULIO CORTAZAR






La boca boca arriba


Y salían en ciertas épocas a cazar enemigos;
le llamaban la guerra florida.

A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y él -porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía nombre- montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones.

Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo distraído, pero corriendo por la derecha como correspondía, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fáciles. Frenó con el pie y con la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como dormirse de golpe.

Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes lo estaban sacando de debajo de la moto. Sentía gusto a sal y sangre, le dolía una rodilla y cuando lo alzaron gritó, porque no podía soportar la presión en el brazo derecho. Voces que no parecían pertenecer a las caras suspendidas sobre él, lo alentaban con bromas y seguridades. Su único alivio fue oír la confirmación de que había estado en su derecho al cruzar la esquina. Preguntó por la mujer, tratando de dominar la náusea que le ganaba la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba hasta una farmacia próxima, supo que la causante del accidente no tenía más que rasguños en la piernas. "Usté la agarró apenas, pero el golpe le hizo saltar la máquina de costado..."; Opiniones, recuerdos, despacio, éntrenlo de espaldas, así va bien, y alguien con guardapolvo dándole de beber un trago que lo alivió en la penumbra de una pequeña farmacia de barrio.

La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda donde pudo tenderse a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus señas al policía que lo acompañaba. El brazo casi no le dolía; de una cortadura en la ceja goteaba sangre por toda la cara. Una o dos veces se lamió los labios para beberla. Se sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y nada más. El vigilante le dijo que la motocicleta no parecía muy estropeada. "Natural", dijo él. "Como que me la ligué encima..." Los dos rieron y el vigilante le dio la mano al llegar al hospital y le deseó buena suerte. Ya la náusea volvía poco a poco; mientras lo llevaban en una camilla de ruedas hasta un pabellón del fondo, pasando bajo árboles llenos de pájaros, cerró los ojos y deseó estar dormido o cloroformado. Pero lo tuvieron largo rato en una pieza con olor a hospital, llenando una ficha, quitándole la ropa y vistiéndolo con una camisa grisácea y dura. Le movían cuidadosamente el brazo, sin que le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las contracciones del estómago se habría sentido muy bien, casi contento.

Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después, con la placa todavía húmeda puesta sobre el pecho como una lápida negra, pasó a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado, se le acercó y se puso a mirar la radiografía. Manos de mujer le acomodaban la cabeza, sintió que lo pasaban de una camilla a otra. El hombre de blanco se le acercó otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la mano derecha. Le palmeó la mejilla e hizo una seña a alguien parado atrás.

Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba olores. Primero un olor a pantano, ya que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas, los tembladerales de donde no volvía nadie. Pero el olor cesó, y en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que se movía huyendo de los aztecas. Y todo era tan natural, tenía que huir de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su única probabilidad era la de esconderse en lo más denso de la selva, cuidando de no apartarse de la estrecha calzada que sólo ellos, los motecas, conocían.

Lo que más lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta aceptación del sueño algo se revelara contra eso que no era habitual, que hasta entonces no había participado del juego. "Huele a guerra", pensó, tocando instintivamente el puñal de piedra atravesado en su ceñidor de lana tejida. Un sonido inesperado lo hizo agacharse y quedar inmóvil, temblando. Tener miedo no era extraño, en sus sueños abundaba el miedo. Esperó, tapado por las ramas de un arbusto y la noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente del otro lado del gran lago, debían estar ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo teñía esa parte del cielo. El sonido no se repitió. Había sido como una rama quebrada. Tal vez un animal que escapaba como él del olor a guerra. Se enderezó despacio, venteando. No se oía nada, pero el miedo seguía allí como el olor, ese incienso dulzón de la guerra florida. Había que seguir, llegar al corazón de la selva evitando las ciénagas. A tientas, agachándose a cada instante para tocar el suelo más duro de la calzada, dio algunos pasos. Hubiera querido echar a correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas, buscó el rumbo. Entonces sintió una bocanada del olor que más temía, y saltó desesperado hacia adelante.

-Se va a caer de la cama -dijo el enfermo de la cama de al lado-. No brinque tanto, amigazo.

Abrió los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga sala. Mientras trataba de sonreír a su vecino, se despegó casi físicamente de la última visión de la pesadilla. El brazo, enyesado, colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sintió sed, como si hubiera estado corriendo kilómetros, pero no querían darle mucha agua, apenas para mojarse los labios y hacer un buche. La fiebre lo iba ganando despacio y hubiera podido dormirse otra vez, pero saboreaba el placer de quedarse despierto, entornados los ojos, escuchando el diálogo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en cuando a alguna pregunta. Vio llegar un carrito blanco que pusieron al lado de su cama, una enfermera rubia le frotó con alcohol la cara anterior del muslo, y le clavó una gruesa aguja conectada con un tubo que subía hasta un frasco lleno de líquido opalino. Un médico joven vino con un aparato de metal y cuero que le ajustó al brazo sano para verificar alguna cosa. Caía la noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente a un estado donde las cosas tenían un relieve como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la vez ligeramente repugnantes; como estar viendo una película aburrida y pensar que sin embargo en la calle es peor; y quedarse.

Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un trozito de pan, más precioso que todo un banquete, se fue desmigajando poco a poco. El brazo no le dolía nada y solamente en la ceja, donde lo habían suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rápida. Cuando los ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul oscuro, pensó que no iba a ser difícil dormirse. Un poco incómodo, de espaldas, pero al pasarse la lengua por los labios resecos y calientes sintió el sabor del caldo, y suspiró de felicidad, abandonándose.

Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un instante embotadas o confundidas. Comprendía que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque arriba el cielo cruzado de copas de árboles era menos negro que el resto. "La calzada", pensó. "Me salí de la calzada." Sus pies se hundían en un colchón de hojas y barro, y ya no podía dar un paso sin que las ramas de los arbustos le azotaran el torso y las piernas. Jadeante, sabiéndose acorralado a pesar de la oscuridad y el silencio, se agachó para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del día iba a verla otra vez. Nada podía ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo él aferraba el mango del puñal, subió como un escorpión de los pantanos hasta su cuello, donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios musitó la plegaria del maíz que trae las lunas felices, y la súplica a la Muy Alta, a la dispensadora de los bienes motecas. Pero sentía al mismo tiempo que los tobillos se le estaban hundiendo despacio en el barro, y la espera en la oscuridad del chaparral desconocido se le hacía insoportable. La guerra florida había empezado con la luna y llevaba ya tres días y tres noches. Si conseguía refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada más allá de la región de las ciénagas, quizá los guerreros no le siguieran el rastro. Pensó en la cantidad de prisioneros que ya habrían hecho. Pero la cantidad no contaba, sino el tiempo sagrado. La caza continuaría hasta que los sacerdotes dieran la señal del regreso. Todo tenía su número y su fin, y él estaba dentro del tiempo sagrado, del otro lado de los cazadores.

Oyó los gritos y se enderezó de un salto, puñal en mano. Como si el cielo se incendiara en el horizonte, vio antorchas moviéndose entre las ramas, muy cerca. El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó al cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces y los gritos alegres. Alcanzó a cortar el aire una o dos veces, y entonces una soga lo atrapó desde atrás.

-Es la fiebre -dijo el de la cama de al lado-. A mí me pasaba igual cuando me operé del duodeno. Tome agua y va a ver que duerme bien.

Al lado de la noche de donde volvía, la penumbra tibia de la sala le pareció deliciosa. Una lámpara violeta velaba en lo alto de la pared del fondo como un ojo protector. Se oía toser, respirar fuerte, a veces un diálogo en voz baja. Todo era grato y seguro, sin acoso, sin... Pero no quería seguir pensando en la pesadilla. Había tantas cosas en qué entretenerse. Se puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan cómodamente se lo sostenían en el aire. Le habían puesto una botella de agua mineral en la mesa de noche. Bebió del gollete, golosamente. Distinguía ahora las formas de la sala, las treinta camas, los armarios con vitrinas. Ya no debía tener tanta fiebre, sentía fresca la cara. La ceja le dolía apenas, como un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la moto. ¿Quién hubiera pensado que la cosa iba a acabar así? Trataba de fijar el momento del accidente, y le dio rabia advertir que había ahí como un hueco, un vacío que no alcanzaba a rellenar. Entre el choque y el momento en que lo habían levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no le dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tenía la sensación de que ese hueco, esa nada, había durado una eternidad. No, ni siquiera tiempo, más bien como si en ese hueco él hubiera pasado a través de algo o recorrido distancias inmensas. El choque, el golpe brutal contra el pavimento. De todas maneras al salir del pozo negro había sentido casi un alivio mientras los hombres lo alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la contusión en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al día y sentirse sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntaría alguna vez al médico de la oficina. Ahora volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz violeta de la lámpara en lo alto se iba apagando poco a poco.

Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a reconocerse, pero en cambio el olor a humedad, a piedra rezumante de filtraciones, le cerró la garganta y lo obligó a comprender. Inútil abrir los ojos y mirar en todas direcciones; lo envolvía una oscuridad absoluta. Quiso enderezarse y sintió las sogas en las muñecas y los tobillos. Estaba estaqueado en el piso, en un suelo de lajas helado y húmedo. El frío le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con el mentón buscó torpemente el contacto con su amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna plegaria podía salvarlo del final. Lejanamente, como filtrándose entre las piedras del calabozo, oyó los atabales de la fiesta. Lo habían traído al teocalli, estaba en las mazmorras del templo a la espera de su turno.

Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en un quejido. Era él que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defendía con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable. Pensó en sus compañeros que llenarían otras mazmorras, y en los que ascendían ya los peldaños del sacrificio. Gritó de nuevo sofocadamente, casi no podía abrir la boca, tenía las mandíbulas agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso, retorciéndose, luchó por zafarse de las cuerdas que se le hundían en la carne. Su brazo derecho, el más fuerte, tiraba hasta que el dolor se hizo intolerable y hubo que ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le llegó antes que la luz. Apenas ceñidos con el taparrabos de la ceremonia, los acólitos de los sacerdotes se le acercaron mirándolo con desprecio. Las luces se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro lleno de plumas. Cedieron las sogas, y en su lugar lo aferraron manos calientes, duras como el bronce; se sintió alzado, siempre boca arriba, tironeado por los cuatro acólitos que lo llevaban por el pasadizo. Los portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que los acólitos debían agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez del techo nacieran las estrellas y se alzara ante él la escalinata incendiada de gritos y danzas, sería el fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire libre lleno de estrellas, pero todavía no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente, y él no quería, pero cómo impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su verdadero corazón, el centro de la vida.

Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda que lo rodeaba. Pensó que debía haber gritado, pero sus vecinos dormían callados. En la mesa de noche, la botella de agua tenía algo de burbuja, de imagen traslúcida contra la sombra azulada de los ventanales. Jadeó buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas imágenes que seguían pegadas a sus párpados. Cada vez que cerraba los ojos las veía formarse instantáneamente, y se enderezaba aterrado pero gozando a la vez del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo protegía, que pronto iba a amanecer, con el buen sueño profundo que se tiene a esa hora, sin imágenes, sin nada... Le costaba mantener los ojos abiertos, la modorra era más fuerte que él. Hizo un último esfuerzo, con la mano sana esbozó un gesto hacia la botella de agua; no llegó a tomarla, sus dedos se cerraron en un vacío otra vez negro, y el pasadizo seguía interminable, roca tras roca, con súbitas fulguraciones rojizas, y él boca arriba gimió apagadamente porque el techo iba a acabarse, subía, abriéndose como una boca de sombra, y los acólitos se enderezaban y de la altura una luna menguante le cayó en la cara donde los ojos no querían verla, desesperadamente se cerraban y abrían buscando pasar al otro lado, descubrir de nuevo el cielo raso protector de la sala. Y cada vez que se abrían era la noche y la luna mientras lo subían por la escalinata, ahora con la cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas columnas de rojo perfumado, y de golpe vio la piedra roja, brillante de sangre que chorreaba, y el vaivén de los pies del sacrificado, que arrastraban para tirarlo rodando por las escalinatas del norte. Con una última esperanza apretó los párpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo creyó que lo lograría, porque estaba otra vez inmóvil en la cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero olía a muerte y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en la mano. Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas. En la mentira infinita de ese sueño también lo habían alzado del suelo, también alguien se le había acercado con un cuchillo en la mano, a él tendido boca arriba, a él boca arriba con los ojos cerrados entre las hogueras.



martes, 13 de abril de 2010

JACQUES PRÉVERT

Desayuno

Echó café
en la taza.
Echó leche
en la taza de café.
Echó azúcar
en el café con leche.
Con la cucharilla
lo revolvió.
Bebió el café con leche.
Dejó la taza
sin hablarme.
Encendió un cigarrillo.
Hizo anillos
de humo.
Volcó la ceniza
en el cenicero
sin hablarme.
Sin mirarme
se puso de pie.
Se puso
el sombrero.
Se puso
el impermeable
porque llovía.
se marchó
bajo la lluvia.
Sin decir palabra.
Sin mirarme.
Y me cubrí
la cara con las manos.
Y lloré.




El fusilado

Las flores los jardines las fuentes las sonrisas
Y la alegría de vivir
Un hombre está caído y bañado en su sangre
Los recuerdos las flores las fuentes los jardines
Los sueños infantiles
Un hombre está caído como un bulto sangriento
Las flores las fuentes los jardines los recuerdos
Y la alegría de vivir
Un hombre está caído como un niño dormido.





domingo, 11 de abril de 2010

JORGE PIMENTEL


Nació en Lima el 11 de diciembre de 1944. Es el mayor de dos hijos del matrimonio de Enrique Pimentel Otero y Victoria Vásquez Cubas. Vivió su infancia en el distrito de clase media de Jesús María (Lima). Estudió en el colegio italiano Antonio Raimondi, y luego en la Universidad Nacional Federico Villarreal.En 1965 ingresa a la Universidad Nacional Federico Villarreal de Lima, para seguir estudios de letras y literatura. En enero de 1970 escribe, con Juan Ramírez Ruiz -a quien conoció en la misma universidad- el manifiesto Palabras Urgentes. Junto con poemas de Pimentel, Ramírez Ruiz, Mario Luna, Julio Polar, Jorge Nájar, y José Carlos Rodríguez, Palabras Urgentes figuraba en el primer número de la revista Hora Zero, publicación que marca el nacimiento del movimiento. Algunas obras publicadas son: Kenacort y Valium 10 (Lima, Ediciones del Movimiento Hora Zero, 1970) Ave Soul (Carta Epílogo de Félix Grande. Madrid, Colección El Rinoceronte, 1973) Palomino (libro) (Lima, Carta Socialista Editores, 1983) Tromba de agosto (Prólogo de Pablo Guevara. Lima, Lluvia Editores, 1992) Primera muchacha (Prólogo de Tulio Mora. Lima, diciones Art Lautrec, 1997) Tromba de agosto (versión abreviada) (Lima, Fondo Editorial Cultura Peruana, 2006) En el hocico de la niebla (Prólogo de Sebastián Pimentel. Lima, Ediciones El Nocedal, 2007)






BALADA PARA UN CABALLO

Por estas calles camino yo y todos los que humanamente caminan
por esencia me siento un completo animal, un caballo salvaje
que trota por la ciudad alocadamente sudoroso que va pensando
muy triste en ti muy dulce en ti, mis cascos dan contra
el cemento de las calles. Troto y todo el mundo trata
de cercarme, me lanzan piedras y me lanzan sogas
por el cuello, sogas por las patas, me tienden toda clase
de trampas, en un laberinto endemoniado donde los hombres
arman expediciones para darme caza armados de perros policías
y con linternas, y cuando esto sucede mis venas se hinchan
y parto a la carrera a una velocidad jamás igualada
por los hombres, vuelo en el viento y vuelo en el polvo.
Visiones maravillosas aparecen ante mis ojos. Y vuelo
y vuelo. Mis extremidades delanteras ejercen presión
sobre las traseras y paralelamente y aun mismo ritmo
antes de asentase en el polvo retumban en la tierra.
Relincho. Y mi cuerpo va tomando una hermosísima elasticidad
me crecen pelos en el pecho y es un pasto rumoroso
el que se ondea y es una música y es un torbellino
de presiones que avanzan y retroceden en mi vuelo. Atrás
van quedando millares de kilómetros y sigo libre. Libre
en estos bosques dormidos que despierto con el sonido
de mis cascos. Piso la mala hierba y riego mis orines
calientes, hirviendo en una como especie de arenilla.
Descanso a mis anchas, bebo el agua de los ríos,
muerdo hierba

tallos, rumio. Mis mandíbulas se ejercitan.
Muevo mi larga cola

espantando a los mosquitos.
Los guardacaballos vigilan

desde la copa de los árboles.
Caen las hojas secas.

Los días se suceden y suelo dar suaves galopes hacia la vida.
En invierno los senderos se hacen tortuosos; el fango todo lo invade.
Para el frío utilizo cabañas abandonadas, cuevas en los cerros
que me resguarden de las tormentas. Yo observo la lluvia
desde mi cueva. Cae la lluvia y todo lo moja. Con este tiempo
suelo galopar poco cuidándome de un desgarramiento.
Muchas veces me siento solo y llego hasta los helechos
de los ríos para pensar muy dulce en ti muy triste en ti
y voy galopando bordeando el río añorando alguna yegua
que llegó a correr en pareja conmigo. A veces los niños
que vagan sueltos por las campiñas mientras sus padres
realizan tareas de recolección o labranza me montan a pelo
y solemos recorrer ciertas distancias, ganando los años,
aumentándolos. De ellos sí recibo algún trozo de azúcar.
En el verano el sol se pone rojo y se hace presente con su alegría
y los habitantes de los bosques y campos suelen saludarme
con el sombrero y con la mano. Yo les contesto con un relincho
parándome en dos patas. Y con la luz solar que todo lo invade
suelo dar galopes hacia la vida. Allí
donde mi presencia es esperada me hago realidad.
Allí donde ni un sueño se revela me hago realidad
me hago realidad en esos ojos que están cansados
de ver las mismas cosas. Y es en verano cuando la vida
se enciende y mis cascos recogen la hermosura de la tarde
y asciendo a las cumbres donde diviso extensiones
de mar de cielo de tierra.
Mi figura domina la naturaleza.
Cruza por el cielo un escuadrón de tórtolas.
Cae la noche.
Mi sombra se recobra.
Las ramas crujen.
Y por un instante pensé muy triste en ti muy dulce en ti.
Cae la noche en estos bosques, pareciera que la tierra
se difunde con la noche se propaga se manifiesta.
Y toda la noche he ido creciendo. Y crecía y crecía
aún más aún más ¿hasta dónde crecerás?
¿No tienes miedo? No, contesté. Soy libre.
El día, el nuevo día como algo fresco se anuncia solo.
Por esta época del año suelen cruzar manadas
de caballos ahuyentados y en busca de nuevos campos.
Recuerdo que logré darles alcance y me contaron
que lograron salvarse de una cacería emprendida
contra ellos para mandarlos a vivir a un potrero
y que luego de ser sometidos al cubo de agua
y a la alfalfa son obligados en los hipódromos
a correr distancias de 1,000, 2,500, 5,000 mts.
y no eres libre de correr sino que te dopan te colocan
descargas eléctricas, te manosean, te latigan
con una fusta despellejándote. Y así durante
un buen tiempo mientras ves acumuladas alforjas
de oro y plata. Hasta que llegue el momento de ser
sometido a la reproducción arrinconándote a una yegua
a la vista y paciencia de todos, sin intimidad
en una mañana de tinieblas y poca luz y luego
te separarán de tu yegua y potranco y pasarás
tus años inmisericorde como padrillo viejo y cuando
manques te dispararán un balazo en la sien. Ya
había galopado un buen trecho con la manada
que huía despavorida y me dijeron que probablemente
para el invierno pasarían por aquí para ir más
al norte. Y se alejaron a la carrera. Yo sabía
lo que le sucede a un caballo en la ciudad. Y
por ello me mantengo alejado de ella.
Pero a veces
me interno y sucede lo que tiene que suceder.
Pero si yo
me rebelo y persisto y amo terriblemente mis posibilidades
de realizarme en un medio donde la civilización se mata
y permanecen odios, prefijo ser caballo. Mojaré
la tierra con mis orines calientes hirviendo con estas ganas
inmensas de vivir y me uniré a las manadas para galopar
hacia la vida, para mantenernos unidos y vencer,
para no estar solos, para volvernos verdes-azules-amarillos
anaranjados-rojos y trotar hacia el nuevo aire fresco
y el campo sin límites.
Seré libre así y al menos mis guardacaballos cuidarán de mí
y de mi yegua
y de mi potranco.

Mientras escribo

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