martes, 31 de julio de 2012

Huidobro

Arte poética

Que el verso sea como una llave
Que abra mil puertas.
Una hoja cae; algo pasa volando;
Cuanto miren los ojos, creado sea,
Y el alma del oyente quede temblando.

Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra;
El adjetivo, cuando no da vida, mata.

Estamos en el cielo de los versos.
El músculo cuelga,
como recuerdo, en los museos;
mas no por eso tenemos menos fuerza;
el vigor verdadero
reside en la cabeza.

Por qué cantáis la rosa, ¡oh poetas!
¡Hacedla florecer en el poema!

Sólo para vosotros
Viven todas las cosas bajo el sol.
El poeta es un pequeño Dios.

viernes, 27 de julio de 2012

Redobla el grito


 Redobla el grito
por ahí
un grito lejano
Samuel Becket





Redobla el grito,
el murmullo,
el llanto,
los pasos,
esta página furiosa que me observa,
estas manos que tiemblan en el teclado,
este pestañeo;
este abrir y cerrar de ojos,
este apretar de manos,
este costado vacío de mi cuerpo,
esta tristeza que cae como  muro de Berlín,
esta angustia que me humedece toda.

Por ahí andan los gritos
traspasando los pasillos,
los azulejos,
las ventanas,
mi cuerpo;
siempre mi cuerpo,
tan erguido,
tan curvado;
tan sumiso,
tan silencioso,
que redobla igual su grito.


 ©Karen Valladares






 Imagen: Bruno Ferreira

martes, 24 de julio de 2012

La poesía no es un síntoma


 No volveré a escribir poesía





Escucho aquí: Aquí suena esto


 
XII


No volveré a escribir poesía,
a ver el cielo sucio y escribir poesía,
a ver al hombre solitario y escribir poesía.
A ver mi cuerpo desnudo y escribir poesía,
a ver al niño que llora y llora y escribir poesía,
a ver a la anciana llena de inmundicia hasta las pestañas y escribir poesía.

No volveré a escribir poesía, no vale la pena
aunque sea sencillo;
aunque siempre haya creído que todo tiene que ver con poesía.

Un paraguas abierto no significa poesía,
mi voz chillona no significa poesía,
mis piernas flacas no significan poesía,
que mi corazón tirite de frío
en invierno no quiere decir poesía;
nada quiere decir nada.

Me muerdo la boca,
la lengua,
los labios,
y me baño en sangre,
y no quiere decir poesía.

La poesía no es ningún síntoma,
ni siquiera un dolor,
una piel transparente,
un músculo adormecido.

La juventud no es poesía.
La vejez tampoco.
El sexo no es poesía,
la saliva no es poesía,
el grito del mar no es poesía,
mis orgasmos no son poesía,
mis senos no son poesía.

La ciudad habitada no es poesía,
la ciudad fantasma no es poesía.
¿Quién podría decirme qué es poesía
sin decir la estupidez de Bécquer?



©Por Karen Valladares
 Tomado del poemario Maldita poesía

jueves, 19 de julio de 2012

Algunos rostros del Festival de Rosario 2012

 Ángel Feretta
Marilyn Contardi

Mirta Rosenberg
Olvido García Váldes

 Arturo Carrera

Diana Bellessi
Graciela Huinao
Inés Aráoz

miércoles, 4 de julio de 2012

ELIOT


La canción de amor de J. Alfred Prufrock


Vamos, tú y yo,
a la hora en que la tarde se extiende sobre el cielo
cual un paciente adormecido sobre la mesa por el éter:
vamos a través de ciertas calles semisolitarias,
refugios bulliciosos
de noches de desvelo en hoteluchos para pernoctar
y de mesones con el piso cubierto de aserrín y conchas de ostra,
calles que acechan cual debate tedioso
de intención insidiosa
que desemboca en un interrogante abrumador...
Ay, no preguntes: «¿De qué me hablas?»
Vamos más bien a realizar nuestra visita.

En el salón las señoras están deambulando
y de Miguel Ángel están hablando.

La neblina amarilla que se rasca la espalda sobre las ventanas,
el humo amarillo que frota el hocico sobre las ventanas,
lamió con su lengua las esquinas del ocaso,
se deslizó por la terraza, pegó un salto repentino,
y viendo que era una tarde lánguida de octubre,
dio una vuelta a la casa y se acostó a dormir.

Ya habrá tiempo. Ya lo habrá.
Para el humo amarillo que se arrastra por las calles
rascándose sobre las ventanas.
Ya habrá tiempo. Ya lo habrá.
Para preparar un rostro que afronte los rostros que enfrentamos.
Ya habrá tiempo para matar, para crear,
y tiempo para todas las obras y los días de nuestras manos
que elevan las preguntas y las dejan caer sobre tu plato;
tiempo para ti y tiempo para mí,
tiempo bastante aun para mil indecisiones,
y para mil visiones y otras tantas revisiones,
antes de la hora de compartir el pan tostado y el té.

En el salón las señoras están deambulando
y de Miguel Ángel están hablando.

Ya habrá tiempo. Ya lo habrá.
Para preguntarnos: ¿Me atreveré yo acaso? ¿Me atreveré?
Tiempo para dar la vuelta y bajar por la escalera
con una coronilla calva en medio de mi cabellera.
Ellos dirán: «¡Ay, cómo se le está cayendo el pelo!»
Mi saco leva, el cuello que apoya firmemente mi barbilla,
mi corbata, opulenta aunque modesta y bien asegurada por un sencillo prendedor.

Ellos dirán: «¡Ay, qué delgados tiene los brazos y las piernas!
¿Me aventuro yo acaso a perturbar el universo?
En un minuto hay tiempo suficiente
para decisiones y revisiones que un minuto rectifica.

Pues ya los he conocido, conocido a todos:
conocido las tardes, las mañanas, los ocasos;
he medido mi vida con cucharitas de café,
conozco aquellas voces que fallecen en un salto mortal
bajo la música que llega desde el rincón lejano del salón
Entonces, ¿cómo he de presumir?

Pues he conocido ya los ojos, conocido a todos,
los ojos que nos sellan en una mirada formulada
estando yo ya formulado, en un alfiler esparrancado;
bien clavado retorciéndome sobre la pared.
¿Cómo comenzar entonces
a escupir las colillas de mis costumbres y mis días?
Entonces, ¿cómo he de presumir?
Pues he conocido ya los brazos, conocido a todos,
brazos de pulseras adornados, níveos y desnudos
(mas al fulgor de la lámpara cubiertos de leve vello de oro).

¿Será el perfume de un vestido
lo que me hace divagar así?
Brazos sobre una mesa reclinados o envueltos en los pliegues de un mantón.

Entonces ¿habré de presumir?
¿Y cómo he de comenzar acaso?

Diré tal vez: he paseado por callejuelas al ocaso
y he visto el humo que sube de las pipas
de hombres solitarios en mangas de camisa, sobre las ventanas reclinados.

Hubiera preferido ser un par de recias tenazas
que corren en el silencio de oceánicas terrazas.
¡Y la tarde, la incipiente noche, duerme sosegadamente!
Acariciada por unos dedos largos,
dormida, exhausta... o haciéndose la enferma
sobre el suelo extendida, junto a ti, junto a mí.
¿Tendré fuerza bastante después del té y los helados y las tortas,
para forzar la culminación de nuestro instante?
Aunque he gemido y he ayunado, he gemido y he rezado,
aunque he visto mi cabeza (algo ya calva) portada en una fuente,
yo no soy un profeta -y ello en realidad no importa demasiado-
he visto mi grandeza titubear en un instante,
he presenciado al Lacayo Eterno, con mi abrigo en sus manos, reírse con desprecio,
y al fin de cuentas, sentí miedo.

Hubiera valido la pena, al fin de cuentas,
después de las tazas, la mermelada, el té,
entre las porcelanas, en medio de nuestra charla baladí,
hubiera valido la pena
morder con sonrisas la materia,
enrollar en una bola al universo
para arrojarla hacia algún interrogante abrumador.
Poder decir: «Soy Lázaro que regresa de la muerte
para os revelarlo todo, y así lo voy a hacer»...
Y si al poner en una almohada la cabeza, una dijera:
«No. No fue esto lo que quise decir.
No lo fue. De ninguna manera».

Hubiera valido la pena, al fin de cuentas,
sí hubiera valido la pena,
después de los ocasos, las zaguanes, las callejuelas salpicadas,
después de las novelas, de las tazas de té y de las faldas por los pisos arrastradas.
¿Después de todo esto y algo más?
Me es imposible decir justamente lo que siento.
Mas cual linterna mágica que proyecta diseños de nervios sobre la pantalla,
hubiera valido la pena, si al colocar un almohadón o arrancar una bufanda,
volviendo la mirada a la ventana, una hubiese confesado:
«No. No fue esto lo que quise decir.
No lo fue. De ninguna manera».

No. No soy el príncipe Hamlet. Ni he debido serlo;
más bien uno de sus cortesanos acudientes, alguien capaz
de integrar un cortejo, dar comienzo a un par de escenas,
asesorar al príncipe; en síntesis, fácil instrumento,
deferente, presto siempre a servir,
político, cauto y asaz meticuloso.
A veces, en realidad, casi ridículo.
A veces tonto de capirote.

Me vence la vejez. Me vence la vejez.
Luciré el pantalón con la manga al revés.

¿Me peinaré hacia atrás? ¿Me arriesgo a comer melocotones?
Me pondré pantalones de franela blanca
y me iré a pasear a lo largo de la playa.

He oído allí cómo entre ellas se cantan las sirenas.
Mas no creo que me vayan a cantar a mí.
Las he visto nadando mar adentro sobre las crestas de la marejada,
peinando las cabelleras níveas que va formando el oleaje
cuando de blanco y negro el viento encrespa el océano.
Nos hemos demorado demasiado en las cámaras del mar,
junto a ondinas adornadas con algaseojas y castañas,
hasta que voces humanas nos despiertan, y perecemos ahogados.


T.S. ELIOT (EEUU, 1880-Reino Unido, 1965)
Traducción de Luis Zalamea

Mientras escribo

  Mientras escucho este playlist (194) Relaxing Soul Music ~ lets share music ~ Chill Soul Songs Playlist - YouTube Escribo sumergida en el ...