domingo, 30 de octubre de 2011

Giovanni Rodríguez: La visita



Por Giovanni Rodríguez


La visita



De lejos te amé
como se ama al mar desde la arena;
te entregué mis ojos desde antes,
mi último tacto
y el sabor podrido que acumulé en los labios.

De lejos sentías mi dolor ya casi tuyo,
querías amarme
y dejaste que tu sueño se volviera mío.


Hoy regalo mis restos a la tierra;
que otros conserven
el peso de mi lágrima en sus ojos
y el sonido de las cosas
que no se van conmigo.


Hoy llegas,
inocente y puntual,
y toda mi soledad, inquieta,
se acuesta con tu sombra.


Eres la sangre fría que empuja mi otra sangre,
yo sólo el eco
que nace fugaz de mis latidos.


Llegas
como un pájaro oscuro a reclamar mi aliento,
te asomas a mi oído y cantas algo,
una última canción,
las notas que ultrajan
el cuerpo derrotado de mi vida.




...............................................................................................................

Giovanni Rodríguez, San Luis, Santa Bárbara, Honduras, 1980. Realizó estudios de Administración de Empresas y concluyó sus estudios universitarios de literatura en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras en el Valle de Sula. Director de la Revista Literaria Mimalapalabra y de la Editorial Mimalapalabra, y quizás uno de los mayores difusores de la literatura hondureña. Inconforme con los cánones tradicionales y persistente buscador de una expresión más basta de sus inquietudes, parece haber encontrado estrecha a la poesía y se ha dedicado al cultivo de la prosa narrativa. Sin embargo, su sensibilidad nos ha permitido atisvar en ciertas zonas oscuras de la subjetividad del hondureño, tal es la muestra del poema anterior, Última visita (Tomado de su libro Morir todavía) en el que se puede respirar un asedio incómodo, la rutina de la muerte, la angustia, la estrechez de la vida. Ha publicado Las horas bajas (Editorial de la SCAD, 2007),  Morir todavía (Editorial Letra Negra, 2005), Ficción hereje para lectores castos (novela, Editorial Mimalapalabra, 2009). Ganador en 2006 del Premio Hispanoamericano de los Juegos Florales de Quetzaltenango, Guatemala, con Las horas bajas. En 2008 fue uno de los ganadores del certamen de poesía La voz + Joven, de Madrid. Actualmente prepara la publicación de Café y Literatura, colección de artículos sobre literatura publicados en diferentes diarios de C.A. y España. Es autor del blog http://www.mimalapalabra.com/

.......................




viernes, 28 de octubre de 2011

domingo, 23 de octubre de 2011

E.E. Cummings: En algún lado adonde nunca fui, más allá.



En algún lado adonde nunca fui, más allá

de cualquier otra experiencia, tus ojos tienen su silencio;

en tu gesto más frágil hay cosas que me encierran,

o que al estar muy cerca yo no alcanzo a tocar



tu mirada más mínima me abrirá fácilmente

aunque yo me he cerrado como un puño,

vos me abrís siempre pétalo por pétalo

como la primavera (con toque hábil, misterioso) abre su



primera rosa, o si querés cerrarme, yo y mi vida

se cerrarán con hermosura, súbitamente, igual

que cuando el corazón de esta flor imagina

cómo cae la nieve con cuidado en todas partes;



nada que percibamos de este mundo se iguala con la fuerza

de tu intensa fragilidad: me atrapa su textura

con el color de sus campiñas,

produciendo con cada respiración muerte y eternidad



(no sé qué tenés vos que se cierra

y se abre; sólo que algo en mí entiende

que la voz de tus ojos es más honda que las rosas)

nadie, ni aun la lluvia, tiene manos tan chicas

domingo, 9 de octubre de 2011

El mundo es un puñado de polvo: la ternura del horror

En la imagen de Karen Valladares, la escritora Jéssica Sánchez, durante la presentación de El mundo es un puñado de polvo, en Tegucigalpa


Por Jéssica Sánchez


Todo mundo tiene derecho a reinventarse, a construirnos una imagen que combine aquello que deseamos ser, con lo que somos, una aleación de realidad y utopía. Sin embargo, en esta vida, mucho más en estos aciagos tiempos de violencia y muerte, es difícil lograrlo. Esta búsqueda es en parte lo que buscamos aquellos que estamos vinculados al arte o en este caso a las letras. Eso es lo que Jorge Martínez Mejía en primera instancia nos presenta en este libro de la Editorial Grado Cero: El mundo es un puñado de polvo.

La novela inicia con un prólogo escrito por Sonofelet Bergua de la Vega que no tiene nada que envidiar a los exhaustivos prefacios con que nos deleitan académicos noveles o experimentados nacionales o extranjeros sobre un determinado libro que se ha convertido, claro está, en un requisito necesario para validar desde afuera lo que no vemos desde adentro: nuestra propia palabra. Es así como Jorge irrumpe en el escenario de la novela hondureña, con la ironía y el sarcasmo de una generación de escritores y artistas oriundos de la costa norte del país, que trasgreden incluso el acto de nombrarse a sí mismos.

Esta novela dividida en tres capítulos descendentes: El payaso, El rana y Junior nos lanza a un abismo donde la vida y la muerte se convierten en los ejes centrales y antagónicos que vibran en las voces de sus personajes, chicos del barrio, chicos del pueblo venidos al barrio, chicos migrantes, niños con vida de hombres.
Quiero decir que esta novela es un gesto de ternura, de ternura propia y ajena. Una ternura con la que el autor logra envolvernos aún desde el horror que nos produce la lectura de los textos. Porque es un horror cercano, el del barrio, el del vecino, el que vive a nuestro lado aunque finjamos no darnos cuenta. Contar, narrar esa realidad sin excesivo dramatismo, pero partiendo de voces desgarradas con las que nos identificamos, es en sí un logro. Tal vez por eso se lee de un tirón porque la muerte no logra arrebatar la presencia de la vitalidad de sus personajes, de su contexto y de su lucha por la vida. La oscuridad manifiesta en los relatos que conforman este libro esconde un halo de luz en las palabras, ejercicio literario donde confluyen estética y realidad.

Desde la voz de los personajes, miembros de maras los unos, abuelas, hermanas y madres las otras, la propia muerte se presenta en los recuerdos de las mujeres que tratan inútilmente de levantar y defender la vida de esos hombres que dependen de ellas. Los padres ausentes o retratados como machos violentos son parte del engranaje de estas historias. Las madres que luchan por la vida, solas y los hombres que huyen de ellas, como si nada.

Estos relatos son un grito marginal y potente. Relatos salidos de las calles, en ámbitos netamente urbanos, que sin embargo arrastran las raíces de la ruralidad. Es decir, complejos retratos que muestran un mundo globalizado y por ende muy humano, lleno de violencia y muerte, como en el texto El Lenquita:

“Sus gritos se perdieron en medio de un reggaetón que salía por las persianas de la casa de al lado, y se elevaba alto, alto, muy alto, llevándose los gritos de El Lenquita, que lloraba mirándose la herida del estomago y su mano destrozada, Mamaíta, perdón, mamaíta. Yo perdí la llave y me voy…!Ayyyy, mamaíta! ¡hijos de puta, animales, me hicieron mierda, mamaíta!” 

Estos son pues, los relatos del migrante que traspasa las fronteras de su propio mundo hacia ese otro en el que se ve arrojado de repente. Cantinas, hoteluchos, prostitutas y borrachos conforman el escenario que se abre ante los ojos de estos hombres. Las maras como expresión de esa cultura, la expresión violenta del pobrerío, quizás la única forma de rebeldía con la que se enfrenta a una sociedad enferma y demandante. La hoja roja, el recuerdo de la madre, infaltable y vital ante la mortalidad violenta:

“Mi madre me dolía para siempre, desde antes de averiguar que era el dolor que sentía. Yo adoraba a mi madre enferma, aunque su pelo ya no era el mismo, ni sus dedos tenían la elegancia de antes. Para mí, mi madre era un amor doloroso que no cesaba de aguijonearme, cada día, reclamándome”.

Esos barrios sampedranos donde el contacto con las maras es cotidiano y real, presente. Esos barrios donde tuve el privilegio de vivir y sobrevivir, donde también Jorge vivió, ese barrio Cabañas, tan profundamente nuestro, tan lleno de horror y de ternura, donde la bala, la puñalada, el chimbazo eran tan ciertos como el desayuno o la cena. Las peleas entre maras que no nos eran entonces, desconocidas:

“Los barrio pobre se fueron haciendo a un lado mientras cruzaban los brazos y mostraban las enormes letras que los identificaban. Hacían una b y una p con los dedos y gritaban ¡Mueran mierdas secas!, Hoy es el día”. 

Otro elemento de esa cotidianeidad, son las experiencias de abuso y violencia sexual como parte del deber ser en las maras, como lo muestra el texto El Sapito. Las iniciaciones la golpiza, el consumo de drogas, las actividades delictivas, la relación con las madres forman parte de esta “familia” de esta colectividad que retrata Jorge en su libro.

La mirada de esas mujeres que los acompañan en los márgenes de la miseria no deja de ser fuerza en medio del duelo y la tristeza cercana. Impotentes ven como la tierra se une y el cielo cae sobre ellas, rumiando la futilidad de la vida:

“Nadie reparaba en el ahora, nadie lo miraba caer al precipicio horizontal de la calle, nadie miraba a su abuela introduciendo su mano en una olla abollada, raspando la miseria, ni colocar el florero viejo con sus flores artificiales, ni su cansancio, ni su angustia, ni su corazón sobresaltado pensando en el nieto ya hecho un hombre y destinado a la muerte. La abuela sentada en la cama vieja, en la misma cama que muriera su hija, mirando el retrato del nieto que estaba a punto de ser empujado por el viento”.

La novela se convierte en un texto donde el horror consigue escandalizarnos de tan normal que resulta. Es, más allá de un texto literario sobre las maras en Honduras, una radiografía literaria de nuestra sociedad, de lo que somos y como vivimos. A diario vemos noticias donde cuerpos de jóvenes hombres y mujeres son encontrados asesinados y esta realidad no consigue asombrarnos lo suficiente. Lo tomamos como parte del cuerpo de este gran pueblo donde vivimos, de todos los pueblos de Centroamérica.

A pesar de todo, ellos, ellas, los integrantes de las maras y quienes viven y respiran alrededor de esta comuna, logran sobrevivir desde esta ternura que vemos reflejada en el libro, que en suma habla de esa otra vida que a veces pretendemos ignorar. Jorge ha conseguido hacernos parte de esta colectividad desgarradora, de este grito humano que palpita, persistente entre nosotros.





Tegucigalpa, Octubre de 2011 
 
 
......................................................................................................

Jéssica Sánchez (Lima, Perú, 1974) Nacionalidad hondureña/ peruana. Licenciada en Letras, con una maestría en Estudios de Género. Ha trabajado con organizaciones de mujeres y ha realizado investigaciones para organismos internacionales como la OIT y el BID.

Medalla de plata en los Juegos Florales de Santa Rosa de Copán, 2002. Es miembro de la Red de escritoras latinoamericanas. Ha trabajado en producción y distribución de la revista Letras de la UNAH- VS, (1995-2001). Coordinadora del Consejo Editorial “Capiro” (2000-2002). Diseño y montaje de la campaña radial sobre Derechos Humanos de las Mujeres en Honduras (1996-1999). Tiene algunos trabajos publicados en: Antología de poemas. Mujeres poetas en el país de las nubes. México D.F. (2001-2003). Coproductora de La llorona: Agenda de mujeres hondureñas (1995). Ha publicado trabajos en Ciencias Sociales. Compiló la Antología de cuentistas hondureñas (Letra Negra, 2005). Acaba de publicar su libro de relatos Infinito cercano (2011).

Mientras escribo

  Mientras escucho este playlist (194) Relaxing Soul Music ~ lets share music ~ Chill Soul Songs Playlist - YouTube Escribo sumergida en el ...