miércoles, 30 de junio de 2010

Un cuento de José Saramago

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Bibliografía


José Saramago nació en Azinhaga (Portugal) en 1922. Antes de responder a la llamada de la literatura trabajó en diversos oficios, desde cerrajero o mecánico, hasta editor. En 1947 publicó su primera novela, "Tierra de pecado", ahora reeditada en Portugal, coincidiendo con los cincuenta años de su aparición. Pese a las críticas estimulantes que entonces recibió, el autor decidió permanecer sin publicar más de veinte años porque, como él afirma ahora «quizá no tenía nada que decir». Sin embargo, a finales de los sesenta se presentó con dos libros de poemas: "Os poemas possiveis" y "Provavelmente alegría" (parte de un ciclo que completaría en 1975 con "O ano de 1993"). Puede que la demorada publicación de sus textos sea el motivo por el que numerosos críticos lo consideran un «autor tardío». Y quizá sea cierto, aunque ello en modo alguno vaya en contra de una cuestión mucho más importante: Saramago es dueño de un mundo propio, minuciosamente creado, libro a libro, y su obra lleva muchos años situándolo en el primer plano literario de su país. Ya sus primeras publicaciones en prosa -"Manual de pintura y caligrafía" (1977) y "Alzado del suelo" (1980),- lo acreditan como un autor de indiscutible originalidad, por su controvertida visión de la historia y de la cultura.

No obstante, la celebridad y el reconocimiento a escala internacional le llegan con la aparición en 1982 de su ya legendaria novela "Memorial del convento", a la que siguió "El año de la muerte de Ricardo Reis". En esta última, su precisa y sentimental indagación del universo de Fernando Pessoa -a través de uno de sus heterónimos- se convierte casi de inmediato en una obra «de culto», que cruza todas las fronteras. El trabajo narrativo de José Saramago goza desde entonces de una admiración sin límites, que cada nuevo título va confirmando: "La balsa de piedra" (1986), "Historia del cerco de Lisboa" (1989), "El evangelio según Jesucristo" (1991), "Casi un objeto" (1994), "Viaje a Portugal" (1995) o "Ensayo sobre la ceguera" (1996). Todos estos textos -que suscitan tantos elogios como reñidos debates- consagran a José Saramago como una de las principales figuras de la literatura de este siglo.

Ha recibido el Premio Camoes, equivalente al Premio Cervantes en los países de lengua portuguesa.

Su ultima novela, "Todos los nombres", ha figurado en las listas de los libros más vendidos desde su publicación durante el pasado mes de enero de 1998.

"Como Gunter Grass o Ces Nooteboom, Saramago aspira a enlazar con un público que desborde los límites nacionales." - Miguel García-Posada / El País

"Con toda su habilidad de escritor que merece las máximas distinciones internacionales, Saramago reivindica algo que se halla muy lejos de nuestra era: la utopía de la fraternidad." - Luis León Barreto / La Provincia

"Su idea de la literatura es la de un arte comprometido y global, capaz a la vez de integrar géneros y difuminar las fronteras entre estos sin caer en el caos, y de defender todos y cada uno de los resquicios de humanidad que alberga el individuo." - Juan Manuel González / Leer

" Yo no sé, ni quiero saberlo, de dónde ha sacado Saramago ese diabólico tono narrativo, duro y piadoso a un tiempo, con algo de letanía bíblica y de nana infantil, que le permite contar tan cerca del corazón y a la vez tan cerca de la historia, y donde los afanes se ven casi siempre al trasluz de los afanes colectivos." - Luis Landero

" Saramago ha bajado hasta las cavernas más profundas de la trastienda humana y nos ha prevenido de los males no sólo de la razón, sino de la sinrazón." - César Antonio Molina / Diario l6

" Convertido ya en uno de los grandes olvidados del Nobel, el escritor portugués José Saramago sigue dejando en evidencia al jurado del premio con nuevas demostraciones de calidad literaria y compromiso humano." - Manuel Mediavilla / Sur

" La narrativa de Saramago aúna cualidades líricas y épicas, pero tampoco faltan en ella la crítica y la parábola de contenido, y una fertilidad imaginativa y temática que hace de su lectura un gustazo, así como un conocimiento de su suelo y sus gentes sin el cual no parece concebible esa novelística, tan histórica como contemporánea." -
Fernando Quiñones " Tal vez Saramago tiene razón y hay que nombrar los buenos sentimientos para que no desaparezcan. En última instancia, quizás sea de nuevo la hora de la alegoría y necesitemos imaginar que apuramos el cáliz para volver a pensar en nuestra reforma." - José Antonio Ugalde / El Mundo .



LA HISLA DESCONOCIDA

Un hombre llamó a la puerta del rey y le dijo, Dame un barco. La casa del rey tenía muchas más puertas, pero aquélla era la de las peticiones. Como el rey se pasaba todo el tiempo sentado ante la puerta de los obsequios (entiéndase: los obsequios que le ofrecían a él), cada vez que oía que alguien llamaba a la puerta de las peticiones se hacía el desentendido, y sólo cuando el continuo repiquetear de la aldaba de bronce subía a un tono, más que notorio, escandaloso, impidiendo el sosiego de los vecinos (las personas comenzaban a murmurar, Qué rey tenemos, que no atiende), daba orden al primer secretario para que fuera a ver lo que quería el impetrante, que no había manera de que se callara. Entonces, el primer secretario llamaba al segundo secretario, éste llamaba al tercero, que mandaba al primer ayudante, que a su vez mandaba al segundo, y así hasta llegar a la mujer de la limpieza, que, no teniendo en quien mandar, entreabría la puerta de las peticiones y preguntaba por el resquicio. Y tú, qué quieres. El suplicante decía a lo que venía, o sea, pedía lo que tenía que pedir, después se instalaba en un canto de la puerta, a la espera de que el requerimiento hiciese, de uno en uno, el camino contrario, hasta llegar al rey. Ocupado como siempre estaba con los obsequios, el rey demoraba la respuesta, y ya no era chica señal de atención al bienestar y felicidad del pueblo cuando pedía un informe fundamentado por escrito al primer secretario, que, excusado será decirlo, pasaba el encargo al segundo secretario, éste al tercero, sucesivamente, hasta llegar otra vez a la mujer de la limpieza, que opinaba sí o no de acuerdo con el humor con que se hubiera levantado.Sin embargo, en el caso del hombre que quería un barco, las cosas no ocurrieron así. Cuando la mujer de la limpieza le preguntó por el resquicio de la puerta, Y tú qué quieres, el hombre, en vez de pedir, como era la costumbre de todos, un título, una condecoración, o simplemente dinero, respondió, Quiero hablar con el rey, Ya sabes que el rey no puede venir, está en la puerta de los obsequios, respondió la mujer, Pues entonces ve y dile que no me iré de aquí hasta que él venga personalmente para saber lo que quiero, remató el hombre, y se tumbó todo lo largo que era en el rellano, tapándose con una manta porque hacía frío. Entrar y salir sólo pasándole por encima. Ahora bien, esto suponía un enorme problema, si tenemos en consideración que, de acuerdo con la pragmática de las puertas, sólo se puede atender a un suplicante de cada vez, de donde resulta que mientras haya alguien esperando una respuesta, ninguna otra persona podrá aproximarse para exponer sus necesidades o sus ambiciones. A primera vista, quien ganaba con este artículo del reglamento era el rey, puesto que al ser menos numerosa la gente que venía a incomodarlo con lamentos, más tiempo tenía, y más sosiego, para recibir, contemplar y guardar los obsequios. A segunda vista, sin embargo, el rey perdía, y mucho, porque las protestas públicas, al notarse que la respuesta tardaba más de lo que era justo, aumentaban gravemente el descontento social, lo que, a su vez, tenía inmediatas y negativas consecuencias en el flujo de obsequios.En el caso que estamos narrando, el resultado de la ponderación entre los beneficios y los perjuicios fue que el rey, al cabo de tres días, y en real persona, se acercó a la puerta de las peticiones (...) Abre la puerta, dijo el rey a la mujer de la limpieza, y ella preguntó, Toda o sólo un poco. El rey dudó durante un instante, verdaderamente no le gustaba mucho exponerse a los aires de la calle, pero después reflexionó que parecía mal, aparte de ser indigno de su majestad, hablar con un súbdito a través de una rendija, como si le tuviese miedo, sobre todo asistiendo al coloquio la mujer de la limpieza, que luego iría por ahí diciendo Dios sabe qué, De par en par, ordenó. El hombre que quería un barco se levantó del suelo cuando comenzó a oír los ruidos de los cerrojos, enrolló la manta y se puso a esperar. Estas señales de que finalmente alguien atendería y que por tanto el lugar pronto quedaría desocupado, hicieron aproximarse a la puerta a unos cuantos aspirantes a la liberalidad del trono que andaban por allí, prontos para asaltar el puesto apenas quedase vacío. La inopinada aparición del rey (nunca una tal cosa había sucedido desde que usaba corona en la cabeza) causó una sorpresa desmedida, no sólo a los dichos candidatos, sino también entre la vecindad que, atraída por el alborozo repentino, se asomó a las ventanas de las casas, en el otro lado de la calle.

La única persona que no se sorprendió fue el hombre que vino a pedir un barco. Calculaba él, y acertó en la previsión, que el rey, aunque tardase tres días, acabaría sintiendo la curiosidad de ver la cara de quien, nada más y nada menos, con notable atrevimiento, lo había mandado llamar. Dividido entre la curiosidad irreprimible y el desagrado de ver tantas personas juntas, el rey, con el peor de los modos, hizo tres preguntas seguidas, Tú qué quieres, Por qué no dijiste lo que querías, Te crees que no tengo más nada que hacer; pero el hombre sólo respondió a la primera pregunta, Dame un barco, dijo. El asombro dejó al Rey hasta tal punto desconcertado, que la mujer de la limpieza se vio obligada a acercarle una silla de enea, la misma en que ella se sentaba (...) Mal sentado, porque la silla de enea era mucho más baja que el trono, el rey buscaba la mejor manera de acomodar las piernas (...) Y tú para qué quieres un barco, si puede saberse, fue lo que el rey preguntó (...) Para buscar la isla desconocida, respondió el hombre, Qué isla desconocida, preguntó el rey, disimulando la risa, como si tuviese enfrente a un loco de atar, de los que tienen manías de navegaciones, a quien no sería bueno contrariar así de entrada, La isla desconocida, repitió el hombre, Hombre, ya no hay islas desconocidas, Quién te ha dicho, rey, que ya no hay islas desconocidas, Están todas en los mapas, En los mapas, están sólo las islas conocidas, Y qué isla desconocida es esa que tú buscas, Si te lo pudiese decir, entonces no sería desconocida, A quién has oído hablar de ella, preguntó el rey, ahora más serio, A nadie, En ese caso, por qué te empeñas en decir que ella existe, Simplemente porque es imposible que no exista una isla desconocida, Y has venido aquí para pedirme un barco, Sí, vine aquí para pedirte un barco, Y tú quién eres para que yo te lo dé, Y tú quién eres para no dármelo, Soy el rey de este reino y los barcos del reino me pertenecen todos, Más les pertenecerás tú a ellos que ellos a ti, Qué quieres decir, preguntó el rey inquieto, Que tú sin ellos eres nada, y que ellos, sin ti, pueden navegar siempre, Bajo mis órdenes, con mis pilotos y mis marineros, No te pido marineros ni piloto, sólo te pido un barco, Y esa isla desconocida, si la encuentras, será para mí, A ti, rey, sólo te interesan las islas conocidas, También me interesan las desconocidas, cuando dejan de serlo, Tal vez ésta no se deje conocer, Entonces no te doy el barco, Darás.Al oír esta palabra, pronunciada con tranquila firmeza, los aspirantes a la puerta de las peticiones, en quienes, minuto tras minuto, desde el principio de la conversación iba creciendo la impaciencia, más por librarse de él que por simpatía solidaria, resolvieron intervenir en favor del hombre que quería el barco, comenzando a gritar, Dale el barco, dale el barco. El rey abrió la boca para decirle a la mujer de la limpieza que llamara a la guardia de palacio para que estableciera inmediatamente el orden público e impusiera disciplina, pero, en ese momento, las vecinas que asistían a la escena desde las ventanas se unieron al coro con entusiasmo, gritando como los otros, Dale el barco, dale el barco. Ante tan ineludible manifestación de voluntad popular y preocupado con lo que, mientras tanto, habría perdido en la puerta de los obsequios, el rey levantó la mano derecha imponiendo silencio y dijo, Voy a darte un barco, pero la tripulación tendrás que conseguirla tú, mis marineros me son precisos para las islas conocidas. Los gritos de aplauso del público no dejaron que se percibiese el agradecimiento del hombre que vino a pedir un barco (...) Vas al muelle, preguntas por el capitán del puerto, le dices que te mando yo, y él que te dé el barco, llevas mi tarjeta. El hombre que iba a recibir un barco leyó la tarjeta de visita, donde decía Rey debajo del nombre del rey, y eran estas las palabras que él había escrito sobre el hombre de la mujer de la limpieza, Entrega al portador un barco, no es necesario que sea grande, pero que navegue bien y sea seguro (...)

Cuando el hombre levantó la cabeza, se supone que esta vez iría a agradecer la dádiva, el rey ya se había retirado, sólo estaba la mujer de la limpieza mirándolo con cara de circunstancias. El hombre bajó del peldaño de la puerta, señal de que los otros candidatos podían avanzar por fin, superfluo será explicar que la confusión fue indescriptible, todos queriendo llegar al sitio en primer lugar, pero con tan mala suerte que la puerta ya estaba cerrada otra vez. La aldaba de bronce volvió a llamar a la mujer de la limpieza, pero la mujer de la limpieza no está, dio la vuelta y salió con el cubo y la escoba por otra puerta, la de las decisiones, que apenas es usada, pero cuando lo es, es. Ahora sí, ahora se comprende el porqué de la cara de circunstancias con que la mujer de la limpieza había estado mirando, ya que, en ese preciso momento, tomó la decisión de seguir al hombre así que él se dirigiera al puerto para hacerse cargo del barco. Pensó que ya bastaba de una vida de limpiar y lavar palacios, que había llegado la hora de mudar de oficio, que lavar y limpiar barcos era su vocación verdadera, al menos en el mar el agua no le faltaría (...) Andando, andando, el hombre llegó al puerto, fue al muelle, preguntó por el capitán, y mientras venía, se puso a adivinar cuál sería, de entre los barcos que allí estaban, el que iría a ser suyo, grande ya sabía que no, la tarjeta de visita del rey era muy clara en este punto (...) Un poco apartada de allí, escondida detrás de unos bidones, la mujer de la limpieza pasó los ojos por los barcos atracados. Para mi gusto, aquél, pensó, aunque su opinión no contaba, ni siquiera había sido contratada, vamos a oír antes lo que dirá el capitán del puerto.

El capitán vino, leyó la tarjeta, miró al hombre de arriba abajo, y le hizo la pregunta que al rey no se le había ocurrido, Sabes navegar, tienes carné de navegación, a lo que el hombre respondió, Aprenderé en el mar. El capitán dijo, No te lo aconsejaría, capitán soy yo, y no me atrevo con cualquier barco, Dame entonces uno con el que pueda atreverme, no, uno de ésos no, dame un barco que yo respete y que pueda respetarme a mí, Ese lenguaje es de marinero, pero tú no eres marinero, Si tengo el lenguaje, es como si lo fuese. El capitán volvió a leer la tarjeta del rey, después preguntó, Puedes decirme para qué quieres el barco, Para ir en busca de la isla desconocida, Ya no hay islas desconocidas, Lo mismo me dijo el rey, Lo que él sabe de islas, lo aprendió conmigo, Es extraño que tú, siendo hombre de mar, me digas eso, que ya no hay islas desconocidas, hombre de tierra soy yo, y no ignoro que todas las islas, incluso las conocidas, son desconocidas mientras no desembarcamos en ellas, Pero tú, si bien entendí, vas a la búsqueda de una donde nadie haya desembarcado nunca, Lo sabré cuando llegue, Si llegas. Sí, a veces se naufraga en el camino, pero si tal me ocurre, deberás escribir en los anales del puerto que el punto a donde llegué fue ese, Quieres decir que llegar, se llega siempre, No serías quien eres si no lo supieses ya. El capitán del puerto dijo. Voy a a darte la embarcación que te conviene, Cuál, Es un barco con mucha experiencia, todavía del tiempo en que toda la gente andaba buscando islas desconocidas, Cuál, Creo que incluso encontró algunas, Cuál, Aquél. Así que la mujer de la limpieza percibió para donde apuntaba el capitán, salió corriendo de detrás de los bidones y gritó, Es mi barco, es mi barco, hay que perdonarle la insólita reivindicación de propiedad, a todo título abusiva, el barco era aquel que le había gustado, simplemente. Parece una carabela (...), después pasó por arreglos y adaptaciones que la modificaron un poco, Pero continúa siendo una carabela, Sí, en el conjunto conserva el antiguo aire, Y tiene mástiles y velas, Cuando se va en busca de islas desconocidas, es lo más recomendable. La mujer de la limpieza no se contuvo, Para mí no quiero otro, Quién eres tú, preguntó el hombre, No te acuerdas de mí, No tengo idea, Soy la mujer de la limpieza, Qué limpieza, La del palacio del rey, La que abría la puerta de las peticiones, No había otra, Y por qué no estás en el palacio del rey, limpiando y abriendo puertas, Porque las puertas que yo quería ya fueron abiertas y porque de hoy en adelante sólo limpiaré barcos. Entonces estás decidida a ir conmigo en busca de la isla desconocida, Salí del palacio por la puerta de las decisiones, Siendo así, ve para la carabela mira cómo está aquello después del tiempo pasado debe precisar de un buen lavado, y ten cuidado con las gaviotas, que no son de fiar, No quieres venir conmigo a conocer tu barco por dentro, Dijiste que era tuyo, Disculpa, fue sólo porque me gustó, Gustar es probablemente la mejor manera de tener, tener debe ser la peor manera de gustar. El capitán del puerto interrumpió la conversación, Tengo que entregar las llaves al dueño del barco, a uno o a otro, resuélvanse, a mí tanto me da, Los barcos tienen llave, preguntó el hombre, Para entrar, no, pero allí están las bodegas y los pañoles, y el camarote del comandante con el diario de a bordo, Ella que se encargue de todo, yo voy a reclutar la tripulación, dijo el hombre, y se apartó.

La mujer de la limpieza fue a la oficina del capitán para recoger las llaves, después entró en el barco, dos cosas le valieron, la escoba del palacio y el aviso contra las gaviotas, todavía no había acabado de atravesar la pasarela que unía la amurada al atracadero y ya las malvadas se precitaban sobre ella gritando, furiosas, con las fauces abiertas, como si la fueran a devorar allí mismo. No sabían con quién se enfrentaban. La mujer de la limpieza posó el cubo, se guardó las llaves en el seno, plantó bien los pies en la pasarela, y, remolineando la escoba como si fuese un espadón de los buenos tiempos, consiguió poner en desbandada a la cuadrilla asesina. Sólo cuando entró en el barco comprendió la ira de las gaviotas, había nidos por todas partes, muchos de ellos abandonados, otros todavía con huevos, y unos pocos con gaviotillas de pico abierto, a la espera de comida (...) Tiró al agua los nidos vacíos, los otros los dejó, luego veremos. Después se remangó las mangas y se puso a lavar la cubierta. Cuando acabó la dura tarea, abrió el pañol de las velas y procedió a un examen minucioso del estado de las costuras, ha pasado tanto tiempo sin ir al mar y sin haber soportado los estirones saludables del viento. Las velas son los músculos del barco, basta ver cómo se hinchan cuando se esfuerzan, pero, y eso mismo les sucede a los músculos, si no se les da uso regularmente, se aflojan, se ablandan, pierden nervio, Y las costuras son los nervios de las velas, pensó la mujer de la limpieza (...) Encontró deshilachadas algunas bastillas, pero se conformó con señalarlas (...) En cuanto a los otros pañoles, enseguida vio que estaban vacíos (...) Ya le enfadó, y mucho, la falta absoluta de municiones de boca en el pañol respectivo, no por ella, que estaba de sobra acostumbrada al mal rancho del palacio, sino por el hombre al que dieron este barco: no falta mucho para que el sol se ponga, y él aparecerá por ahí clamando que tiene hambre (...)

No merecía la pena preocuparse tanto. El sol acababa de sumirse en el océano cuando el hombre que tenía un barco surgió en el extremo del muelle. Traía un bulto en la mano, pero venía solo y cabizbajo. La mujer de la limpieza fue a esperarlo a la pasarela, pero antes de que abriera la boca para enterarse de cómo había transcurrido el resto del día, él dijo, Estate tranquila, traigo comida para los dos, Y los marineros, preguntó ella, Como puedes ver, no vino ninguno, Pero los dejaste apalabrados, al menos, volvió a preguntar ella, Me dijeron que ya no hay islas desconocidas, y que, incluso habiéndolas, no iban a dejar el sosiego de sus lares y la buena vida de los barcos de línea para meterse en aventuras oceánicas a la búsqueda de un imposible, como si todavía estuviéramos en el tiempo del mar tenebroso. Y tú qué les respondiste, Que el mar es siempre tenebroso, Y no les hablaste de la isla desconocida, Cómo podría hablarles de una isla desconocida, si no la conozco, Pero tienes la certeza de que existe, Tanta como de que el mar es tenebroso, En este momento, visto desde aquí, con las aguas color de jade y el cielo como un incendio, de tenebroso no le encuentro nada, Es una ilusión tuya, también las islas a veces parece que fluctúan sobre las aguas y no es verdad, Qué piensas hacer, si te falta una tripulación, Todavía no lo sé, Podríamos quedarnos a vivir aquí, yo me ofrecería para lavar los barcos que vienen al muelle, y tú, Y yo, Tendrás un oficio, una profesión, como ahora se dice, Tengo, tuve, tendré si fuera preciso, pero quiero encontrar la isla desconocida, quiero saber quién soy yo cuando esté en ella, No lo sabes, Si no sales de ti, no llegas a saber quién eres, El filósofo del rey, cuando no tenía nada que hacer, se sentaba junto a mí, para verme zurcir las medias de los pajes, y a veces le daba por filosofar, decía que todo hombre es una isla, yo, como aquello no iba conmigo, visto que soy mujer, no le daba importancia, tú qué crees, Que es necesario salir de la isla para ver la isla, que no nos vemos si no nos salimos de nosotros, Si no salimos de nosotros mismos, quieres decir, No es igual (...) Dijo el hombre, Dejemos las filosofías para el filósofo del rey, que para eso le pagan, ahora vamos a comer, pero la mujer no estuvo de acuerdo. Primero tienes que ver tu barco, sólo lo conoces por fuera, Qué tal lo encontraste, Hay algunas costuras de las velas que necesitan refuerzo, Bajaste a la bodega, encontraste agua abierta, En el fondo hay alguna, mezclada con el lastre, pero eso me parece que es lo apropiado, le hace bien al barco, Cómo aprendiste esas cosas, Así, Así cómo, Como tú, cuando dijiste al capitán del puerto que aprenderías a navegar en la mar, Todavía no estamos en el mar, Pero ya estamos en el agua, Siempre tuve la idea de que para la navegación sólo hay dos maestros verdaderos, uno es el mar, el otro es el barco. Y el cielo, te olvidas del cielo, Sí, claro, el cielo, Los vientos, Las nubes, El cielo, Sí, el cielo.

En menos de un cuarto de hora habían acabado la vuelta por el barco: una carabela, incluso transformada, no da para grandes paseos. Es bonita, dijo el hombre, pero si no consigo tripulantes suficientes para la maniobra, tendré que ir a decirle al rey que ya no la quiero. Te desanimas a la primera contrariedad, La primera contrariedad fue esperar al rey tres días, y no desití. Si no encuentras marineros que quieran venir, ya nos las arreglaremos los dos, Estás loca, dos personas solas no serían capaces de gobernar un barco de éstos, yo tendría que estar siempre al timón, y tú, ni vale la pena explicarlo, es un disparate, Después veremos, ahora vamos a cenar (...) Es realmente bonita nuestra carabela, dijo la mujer, y enmendó enseguida. La tuya, tu carabela, Supongo que no será mía por mucho tiempo, Navegues o no navegues con ella, la carabela es tuya, te la dio el rey, Se la pedí para buscar una isla desconocida, Pero estas cosas no se hacen de un momento para otro, necesitan su tiempo, ya mi abuelo decía que quien va al mar se avía en tierra, y eso que él no era marinero, Sin marineros no podremos navegar, Eso ya lo has dicho, Y hay que abastecer el barco de las mil cosas necesarias para un viaje como éste que no se sabe dónde nos llevará, Evidentemente, y después tendremos que esperar a que sea la estación propia, y salir con marea buena, y que venga gente al puerto a desearnos buen viaje, Te estás riendo de mí, Nunca me reiría de quien me hizo salir por la puerta de las decisiones, Discúlpame, Y no volveré a pasar por ella, suceda lo que suceda. La luz de la luna inluminaba la cara de la mujer de la limpieza, Es bonita, realmente es bonita, pensó el hombre, y esta vez no se refería a la carabela. La mujer, ésa, no pensó nada, debía haberlo pensado todo durante aquellos tres días, cuando entreabría de vez en cuando la puerta para ver si aquél aún continuaba fuera, a la espera (...) La sirena de un paquebote que salía para el mar soltó un ronquido potente, como debieron ser los del leviatán, y la mujer dijo, Cuando sea nuestra vez, haremos menos ruido. A pesar de que estaban en el interior del muelle, el agua se onduló un poco al paso del paquebote, y el hombre me dijo, Pero nos balancearemos mucho más. Se rieron los dos, después se callaron, pasado un rato uno de ellos opinó que lo mejor sería irse a dormir, No es que yo tenga mucho sueño, y el otro concordó, Ni yo, después se callaron otra vez, la luna subió y continuó subiendo, a cierta altura la mujer dijo, Hay literas abajo, y el hombre dijo, Sí, y entonces fue cuando se levantaron y descendieron a la cubierta, ahí la mujer dijo, Hasta mañana, yo voy para este lado, y el hombre resondió, Y yo para éste, hasta mañana, no dijeron babor o estribor, probablemente porque todavía están practicando en las artes. La mujer volvió atrás, Me había olvidado, se sacó del bolsillo dos cabos de velas, Los encontré cuando limpiaba, pero no tengo cerillas, Yo tengo, dijo el hombre. Ella mantuvo las velas, una en cada mano, él encendió un fósforo, después, abrigando la llama bajo la cúpula de los dedos curvados, la llevó con todo el cuidado a los viejos pábilos, la luz prendió, creció lentamente como la de la luna, bañó la cara de la mujer de la limpieza, no sería necesario decir que él pensó, Es bonita, pero lo que ella pensó, sí, Se ve que sólo tiene ojos para la isla desconocida, he aquí como se equivocan las personas interpretando miradas, sobre todo al principio. Ella le entregó una vela, dijo, Hasta mañana, duerme bien, él quiso decir lo mismo de otra manera, Que tengas sueños felices, fue la frase que le salió dentro de nada, cuando esté abajo, acostado en su litera, se le ocurrirán otras frases, más espiritosas, sobre todo más insinuantes, como se espera que sean las de un hombre cuando está a solas con una mujer. Se preguntaba si ella dormiría, si habría tardado en entrar en el sueño, después imaginó que andaba buscándola y no la encontraba en ningún sitio, que estaban perdidos los dos en un barco enorme, el sueño es un prestidigitador hábil, muda las proporciones de las cosas y sus distancias, separa a las personas que están juntas, las reúne, y casi no se ven una a otra, la mujer duerme a pocos metros y él no sabe cómo alcanzarla, con lo fácil que es ir de babor a estribor.

Le había deseado buenos sueños, pero fue él quien se pasó toda la noche soñando. Soñó que su carabela nevegaba por alta mar, con las tres velas triangulares gloriosamente hinchadas, abriendo camino sobre las olas, mientras él manejaba la rueda del timón y la tripulación descansaba a la sombra. No entendía cómo estaban allí los marineros que en el puerto y en la ciudad se habían negado a embarcar con él para buscar la isla desconocida, probablemente se arrepintieron de la grosera ironía con que lo trataron. Veía animales esparcidos por la cubierta, patos, conejos, gallinas, lo habitual de la crianza doméstica (...), el viento dio una cabriola, la vela mayor se movió y ondeó, detrás estaba lo que antes no se veía, un grupo de mujeres que incluso sin contarlas se adivinaba que eran tantas cuantos los marineros, se ocupan de sus cosas de mujeres, todavía no ha llegado el tiempo de ocuparse de otras, está claro que esto sólo puede ser un sueño, en la vida real nunca se ha viajado así. El hombre del timón buscó con los ojos a la mujer de la limpieza y no la vio, Tal vez esté en la litera de estribor, descansando de la limpieza de la cubierta, pensó, pero fue un pensar fingido, porque bien sabe, aunque tampoco sepa cómo la sabe, que ella a última hora no quiso venir, que saltó para embarcadero, diciendo desde allí, Adiós, adiós, ya que sólo tienes ojos para la isla desconocida, me voy, y no era verdad, ahora mismo andan los ojos de él pretendiéndola y no la encuentran. En este momento se cubrió el cielo y comenzó a llover, y, habiendo llovido, comenzaron a brotar innumerables plantas de las filas de sacos de tierra alineados a lo largo de la amurada, no están allí porque se sospeche que no haya tierra bastante en la isla desconocida, sino porque así se ganará tiempo, el día que lleguemos sólo tendremos que transplantar los árboles frutales, sembrar los granos de las pequeñas cosechas que van madurando aquí, adornar los jardines con las flores que abrirán de estos capullos. El hombre del timón pregunta a los marineros que descansan en cubierta si avistan alguna isla desconocida, y ellos responden que no ven ni de unas ni de otras, pero que están pensando desembarcar en la primera tierra habitada que aparezca, siempre que haya un puerto donde fondear, una taberna donde beber y una cama donde folgar, que aquí no se puede, con toda esta gente junta. Y la isla desconocida, preguntó el hombre del timón, La isla desconocida es cosa inexistnte, no pasa de una idea de tu cabeza, los geógrafos del rey fuero a ver en los mapas y declararon que islas por conocer es algo que se acabó hace mucho tiempo, Debíais haberos quedado en la ciudad, en lugar de venir a entorpecerme la navegación, Andábamos buscando un lugar mejor para vivir y decidimos aprovechar tu viaje, No sois marineros, Nunca lo fuimos, Solo, no seré capaz de gobernar el barco, Haber pensado en eso antes de pedírselo al rey, el mar no enseña a navegar. Entonces el hombre del timón vio tierra a lo lejos y quiso pasar adelante, hacer cuenta que ella era el reflejo de una otra tierra, una imagen que hubiese venido del otro lado del mundo por el espacio, pero los hombres que nunca habían sido marineros protestaron, dijeron que era allí mismo donde querían desembarcar, Ésta es una isla del mapa, gritaron, te mataremos si no nos llevas. Entonces, por sí misma, la carabela viró la proa en dirección a tierra, entró en el puerto y se encostó a la muralla del embarcadero, Podeis iros, dijo el hombre del timón, acto seguido salieron en orden, primero las mujeres, después los hombres, pero no se fueron solos, se llevaron con ellos los patos, los conejos y la gallinas (...) El hombre del timón contempló la desbandada en silencio, no hizo nada para retener a quienes lo abandonaban, al menos le habían dejado los árboles, los trigos y las flores, con las trepadoras que se enrollaban a los mástiles y pendían de la amurada como festones. Debido al atropello de la salida se habían roto y derramado los sacos de tierra, de modo que la cubierta era como un campo labrado y sembrado, sólo falta que venga un poco más de lluvia para que sea un buen año agrícola. Desde que el viaje a la isla desconocida comenzó, no se ve al hombre del timón comer, debe ser porque está soñando, apenas soñando, y si en el sueño le apeteciese un trozo de pan o una manzana, sería un puro invento, nada más. Las raíces de los árboles están penetrando en el armazón del barco, no tardará mucho en que estas velas hinchadas dejen de ser necesarias, bastará que el viento sople en las copas y vaya encaminando la carabela a su destino.

Es un bosque que navega y se balancea sobre las olas, un bosque en donde, sin saberse cómo, comenzaron a cantar pájaros, debían de estar escondidos por ahí y de repente decidieron salir a la luz, tal vez porque la cosecha ya esté madura y sea la hora de la siega. Entonces el hombre fijó la rueda del timón y bajó al campo con la hoz en la mano, y, cuando había segado las primeras espigas, vio una sombra al lado de su sombra. Se despertó abrazado a la mujer de la limpieza, y ella a él, confundidos los cuerpos, confundidas las literas, que no se sabe si ésta es la de babor o la de estribor. Después, apenas el sol acabó de nacer, el hombre y la mujer fueron a pintar en la proa del barco, de un lado y de otro, en blancas letras, el nombre que todavía le faltaba a la carabela. Hacia la hora del mediodía, con la marea, La Isla Desconocida se hizo por fin a la mar, a la búsqueda de sí misma.

fin



VZ

jueves, 24 de junio de 2010

Viene llegando la tarde.


Fotografía: Crys Anthony
A: Rosemary, Nidia, Alma Lagos.

La tarde viene llegando,
sombría,
opaca,
media muerta.

Mi casa no tiene jardines, ni sol, ni sombra en los patios.
Ni voces en los pasillos. Me hiere profundamente la soledad de las persianas
y todo el silencio me ahoga.
Aquí soy yo, allá, en otro sitio, me convierto. No sé en qué, pero lo hago.

Aquí no vienen las palabras todos los días
o sólamente los domingos.
Aquí no hay poesía en ningún sitio. Nadie olvida la distancia y sus colores bipolares.
Aquí nada vale. Todo ha muerto. El silencio ha vuelto a posesionarse de mi boca.
He amanecido sin querer a nadie. Voy yendo despacio a cualquier parte donde mi voz reconozca tu nombre. Hay un charco de silencio afuera de la casa ¿Y qué digo entonces? ¿Qué pienso entonces?

La tarde no refleja nada.
Viene llegando la tarde: oscura, solitaria.
Viene rugiendo, como si en verdad fuese un monstruo.


® Karen Valladares, tomado del libro Ciudad Inversa

lunes, 21 de junio de 2010


De cómo a los taxistas se les pega la cháchara de sus clientes, contado por Enrique Vila-Matas en

La tormenta era fuerte y no había modo de encontrar taxi y acabé compartiendo uno con un desconocido -un joven con aire de poeta- al que dejé en un bar y luego continué camino. Durante el trayecto no paró de hablar. Sin haberse ni tan siquiera presentado, empezó diciéndome que en el mundo todo iba muy mal y que iría aún mucho peor en las siguientes semanas, meses y años. Todo fatal, apostilló. Y después no paró de pedirme opiniones. Qué pensaba sobre esto, sobre aquello, sobre la reciente reconstrucción del big bang original en Ginebra, sobre el retraso cultural español, sobre el movimiento aftergoogle, sobre la infinita estirpe de los necios y finalmente qué pensaba sobre un libro brillante y divertido que acaba de editarse, Elogio del pesimismo. Frenó unos segundos la intensidad de sus preguntas, pero sólo para poder regresar con más fuerza y decirme que el arte tenía algo que ver con lograr la quietud en medio del caos.
-La quietud intrínseca a la plegaria y también al ojo de la tormenta -concluyó rotundo. Y luego se quedó completamente callado. Fue un momento poético casi digno de aplauso porque consiguió que me concentrara y pensara en el ojo mismo de aquella tempestad que asolaba Barcelona. Pero también es cierto que sólo conocí la verdadera quietud cuando por fin él se bajó del taxi.
Había ya recuperado la calma cuando el taxista me dijo de repente: "Ese joven hablaba muy bien, ¿se ha fijado? Pero que muy bien. Y sabía preguntar". Me pareció una escena ya vivida, pero no sabía dónde ni cuándo. "A mí también me gusta preguntar", dijo el taxista. Y quiso saber si no pensaba que raramente tratamos con personas razonables y no sé cuantas otras cosas más quiso saber y se fue haciendo palpable que se le había adherido el tono del desconocido.
Está naciendo un sentido, pensé, y quién sabe, tal vez el primer sentido también surgió así: alguien, en la noche de los tiempos, se contagió del tono narrativo de otra persona y en medio del caos nació un sentido, tal como lo he visto hoy nacer también aquí en este taxi... No mucho después, me acordé de por qué aquella escena de contagio me había parecido ya vivida anteriormente. Un día de hacía ya años, Monterroso había contado en Barcelona a los amigos un viaje de noche en taxi con Juan Rulfo por México D.F. Como se sabe, en esa ciudad el más corto trayecto puede durar más de una hora, y ese día, acompañando a Rulfo a su casa, el viaje para Monterroso se fue haciendo interminable mientras su amigo, tocado por las tequilas, trataba de contarle cómo era la novela en la que trabajaba y con la que rompería su silencio de tantos años después de Pedro Páramo. A medida que la contaba, la novela se iba volviendo cada vez más y más extraña y caótica. Tras hora y media de viaje y de novela enredada, Monterroso dejó finalmente en su casa a Rulfo. Bajó del coche y lo acompañó hasta la puerta y se despidió y, al volver al taxi, creyó que iba a quedarse tranquilo por un rato.
"Ese hombre contaba muchas historias...", oyó con cierta alarma que le decía el taxista. Y el tono empleado por éste comenzó a sonar semejante al de Rulfo, como si se le hubiera contagiado la cantinela del caos y hubiera quedado tocado por el encanto de un relato adhesivo. "Yo también tengo una vida muy triste para contar, señor..." A lo largo de la hora que aún duraría el trayecto y que les llevó a cruzar la ciudad entera, aquel conductor fue castigando a Monterroso con su tragedia personal de alma perdida. "Una vida seca y muy desconsolada, señor..." Una vida surgida del caos mismo y de la que fue naciendo un tono y un sentido. Contada en uno de los muchos taxis en los que cada día se reconstruye la escena del big bang original.

Publicado por G.Rodríguez en www.mimalapalabrahn.blogspot.com

sábado, 19 de junio de 2010

Agónica palabra

Como un rumor viene la muerte.
como un presentimiento que viene a desvanecerse
en mis párpados.
Aquí todo es oscuro,
el grito me asfixia
y me lanza a la locura,
me he vuelto loca.

Vuelvo la cabeza hacia el vacío
y digo nada,
y pienso nada
y creo en nada.
Y sigo loca,
olfateando la muerte
que viene en puntillas de lejos,
y desde más lejos yo la espero sin miedo
aquí, en lo más profundo de mi agónica palabras.




© Karen Valladares

jueves, 17 de junio de 2010

Leopoldo María Panero y Hermann Hesse

Dedicatoria

Más allá de donde
aún se esconde la vida, queda
un reino, queda cultivar
como un rey su agonía,
hacer florecer como un reino
la sucia flor de la agonía:
yo que todo lo prostituí, aún puedo
prostituir mi muerte y hacer
de mi cadáver el último poema.

De "Last River Together" 1980


Diario de un seductor

No es tu sexo lo que en tu sexo busco
sino ensuciar tu alma:
desflorar
con todo el barro de la vida
lo que aún no ha vivido.

"El que no ve" 1980

Canción para una discoteca

No tenemos fe
al otro lado de esta vida
sólo espera el rock and roll
lo dice la calavera que hay entre mis manos
baila, baila el rock and roll
para el rock el tiempo y la vida son una miseria
el alcohol y el haschisch no dicen nada de la vida
sexo, drogas y rock and roll
el sol no brilla por el hombre,
lo mismo que el sexo y las drogas;
la muerte es la cuna del rock and roll.
Baila hasta que la muerte te llame
y diga suavemente entra
entra en el reino del rock and roll.

"Poesía" 1970 - 1985

HERMAN HESSE


Huida de la juventud

El estío, cansado, inclina la cabeza
para verse surgir, amarillo, del lago.
Hago mi camino cansado y polvoriento
por las alamedas en penumbra.
El viento titubea y corre entre los álamos.
A mis espaldas, el cielo empieza a enrojecer.
Delante de mí tengo el miedo de la noche.
Y crepúsculo. Y muerte.
Hago mi camino cansado y polvoriento,
y detenida y dudosa queda tras de mí
la juventud, que baja su hermosa cabeza
y se niega a acompañarme.

Versión de Andrés Holguín


Lobo estepario

Yo, lobo estepario, troto y troto,
la nieve cubre el mundo,
el cuervo aletea desde el abedul,
pero nunca una liebre, nunca un ciervo.

¡Amo tanto a los ciervos!
¡Ah, si encontrase alguno!
Lo apresaría entre mis dientes y mis patas,
eso es lo más hermoso que imagino.
Para los afectivos tendría buen corazón,
devoraría hasta el fondo de sus tiernos perniles,
bebería hasta hartarme de su sangre rojiza,
y luego aullaría toda la noche, solitario.

Hasta con una liebre me conformaría.
El sabor de su cálida carne es tan dulce de noche.
¿Acaso todo, todo lo que pueda alegrar
una pizca la vida está lejos de mí?
El pelo de mi cola tiene ya un color gris,
apenas puedo ver con cierta claridad,
y hace años que murió mi compañera.

Ahora troto y sueño con ciervos,
troto y sueño con liebres,
oigo soplar el viento en noches invernales,
calmo con nieve mi garganta ardiente,
llevo al diablo hasta mi pobre alma.

Versión de Andrés Holguín




lunes, 14 de junio de 2010

Galería de mis poetas favoritos con un verso final de Leopoldo María Panero

Alejandra Pizarnik
Samuel Becket

Ezra Pound


Edilberto Cardona Bulnes



Oliverio Girondo



Jorge Pimentel


Nicanor Parra


Leopoldo María Panero


Mario Santiago Papaskiaro


Charles Bukovski


Roberto Bolaño


Georg Tralk






"Sólo quiero para mí esta alegría, este resplandor, este silencio de Rimbaud y este gesto en mitad del silencio. Llegaré a tener la nobleza de no volver a escribir. Pero la mano aún repta silenciosa sobre el papel, sin poder evitarlo, dominada y precisa en sus movimientos de monstruo.""España es el inmenso cadáver de Dios, como decía yo en un mal poema, 'Dios se suicidó al crear'."


"España es una máscara del lenguaje y quizá el mundo lo sea también."


"El principio de la realidad es siempre el principio de la crueldad..."
"La parábola del diccionario es encontrar la palabra que se busca, cuando es otra la palabra que se lee, y el acto requiere entonces la misma frialdad que cualquier operación de cirugía."
"Kullervo, old boy, niño viejo que resucitas una y otra vez, a mi semejanza, escribiendo entre muerte y muerte. Ah tú, conocida virgen del silencio, con minúsculas, virgen de la ruina y del espanto, sabes bien que la literatura ha de ser adoración del espanto [...]."


(de Papá dame la mano que tengo miedo)

Gustavo Campos y los inacabados



JORGE MARTÍNEZ MEJÍA

Pensó Archimboldi que la Historia, que es una puta sencilla, no tiene momentos determinantes sino que es una proliferación de instantes, de brevedades que compiten entre sí en monstruosidad.
(2666, R. Bolaño)

Aunque podría parecer del todo sospechoso que un autor dijera que escribe para no decir nada, lo cierto es que cada cosa que se dice no la dice nadie en particular, sino una época. Más en nuestro tiempo en el que confluyen el pensamiento de todas las épocas, las experiencias de todas las culturas y las voces de todos los hombres de manera tan vertiginosa. Es muy poco lo que nos puede sorprender. De este modo, mostrarse demasiado empático con determinados rasgos conocidos por la experiencia humana, no es otra cosa más que eso, una enfermiza y particular empatía, la necesidad de vivir la experiencia vivida por otros en otro tiempo. Esta situación contemporánea ya ha sido descrita con precisión tanto por Jean François Lyotard, Michel Foucault, Jean Baudrilard, Deleuze, entre otros. Es una sensación de girar en círculos cada vez más concéntricos en los que la experiencia personal es solamente un reflejo y la vida Real se torna más hueca cuando se tiene mayor conciencia de la propia existencia.


Nada compensa la existencia, todo pierde sentido. La vacuidad del ser, la sensación de vivir una existencia fútil en la que no se encuentra diferencia produce una desazón capaz de forjar mundos ficcionados, vidas alternas en las que la vida Real es sustituida por un mundo hecho al antojo de quien pueda construirlo.


Gustavo Campos nos ha entregado el 11 de junio de 2010, la novela “Los Inacabados”, un prototipo de esa necesidad del hombre de ésta época por mostrarnos el hastío, la búsqueda del ser como la misma búsqueda de la nada.


En este punto habría que señalar que la literatura contemporánea de habla hispana, al menos algunos textos literarios con los que particularmente me he identificado (El mal de montano, Paris no se acaba nunca, de Enrique Vila Matas; 2666, y Los detectives Salvajes, de Roberto Bolaño) constituyen piezas en las que el modelo es el autor de literatura. Es decir, textos en los que la vida Real del autor y la ficción literaria se funden para mostrarnos cierta obsesión enfermiza de la que no es posible escapar de no ser con la publicación de una novela.


La literatura traza los caminos para orientar la búsqueda de cierto sentido, es más, la literatura llega a constituirse en el único sentido posible, en el único contenido capaz de llenar la vacuidad de la vida. Caminos trazados por la literatura, búsqueda del sentido en las pistas de la ficción, en las huellas que dejan al azar los poetas. Realmente, a pesar de la incontable cantidad de nombres sacados de la ficción literaria o del entreverado enredijo de conexiones literarias, es evidente que no se trata de una intención erudita, sino de la búsqueda del sentido en una obra que es todas las obras…


Podría considerarse que la intención de llenar con literatura la literatura misma (Metaliteratura) es un síntoma de la actual sensación de vacuidad, o al menos una de las maneras de percepción de esa vacuidad. El temor realmente no lo produce la vida, sino el caos aparente, la necesidad de encontrar un punto de partida que produzca cierta orientación.


En Los Inacabados Gustavo campos la encuentra como un cazador solitario del espíritu del Conde Lautréamont, para transmutarse en un Lautréamont sin nombre, o lo que de alguna manera es similar, en un Lautréamont que se oculta en muchos nombres.


El modelo del Conde Lautréamont es el que establece de alguna manera una especie de canon literario de lo oscuro que construye al alter ego, al protagonista del texto. Es en esos rasgos que Gustavo Campos construye su obra. Sin embargo no se trata de un embuste, de una fanfarria de nombres para captar al lego y sorprender al lector avezado. Se trata de una invasión similar a la invasión de las personas con las que el autor convive en su mundana existencia. Lautréamont, Costafreda, Leopoldo Panero, Poe, Baudelaire, Rimbaud; todos estos poetas malditos dejan de ser individuos, figuras de la literatura, para convertirse en un solo espíritu que acecha al autor para abismarlo a lo oscuro como si se tratara de una propuesta mejor defendida que la vida.


El alter ego del autor sufre una incubación, una posesión masculina, demoníaca y maligna en donde no hay espacio para la virtud, sólo un ideal literario, una promesa, una utopía donde la memoria literaria es sólo la sombra de un texto en el que, finalmente, todos serán borrados.


En Los inacabados la ficción no es la literatura, sino la vida Real, la debilitada biografía del autor que encuentra ocasionalmente en el desenfado frenético del sexo un atisbo de cierta profundidad en la que la realidad misma del acto es cuestionado por la persistente insinuación de una voz literaria que construye las escenas de manera artificial. En el fondo se trata de una existencia miserable, incomprendida, que se niega a la inexistencia, que se esfuerza en pervivir, aunque sea brevemente, en la memoria de alguna vida por triste que sea. Este es quizás el mayor cuestionamiento de Los inacabados a nuestra humilde historia de seres desprovistos de sentido. Por eso se escuchan con extraordinaria coherencia las palabras de Lautréamont: “Y como los perros sufro la necesidad de lo infinito”.


Realmente no se trata de literatura, sino de cierta obsesión mística, del espíritu de Satanás martirizado en los hombres. Un afán de lo oscuro que no llega sino a insinuarse como posibilidad, como un derrotero cargado de franqueza, que nos muestra tal cual somos con nuestras bajezas sin ninguna posibilidad de redención. La única alternativa posible, si es que la hubiera, es un rechazo a la indigna vida mortal, para lanzarse a la búsqueda de un ideal imposible, de un sentido metaliterario, idéntico a buscar un resquicio en una novela bajo la forma de cualquier personaje para quedarse a vivir por siempre con una vida prestada, pero eterna en la literatura.

En la obra, el alter ego se burla de los huidobrianos, personajes adolescentes y deslumbrados con la literatura, pero sin verdadera conciencia del oficio, del sacrificio que implica acostarse cada noche con el íncubo, con el espíritu de Lautreamont. Campos, el alter ego, se burla de la inocencia literaria, cuestiona la imbecilidad, la irrisoria ambición del reconocimiento.


Una de las menciones más importantes de Los inacabados y que quizás aporta pistas para identificar la intención de la búsqueda, es la de Johan Gottfried von Herder, creador del movimiento Sturm und drang, en la Alemania del siglo XVIII. La búsqueda del sentido en las antiguas fuentes del romanticismo que descansa en el culto al genio literario, a la entrega total a la creación literaria, al modelo del literato que abandona la cordura misma como una intención evasiva de la arbitraria racionalidad; constituye, de alguna manera, no un retorno, sino un encuentro con la necesidad contemporánea de respuestas que sobrepasan al racionalismo. En tal sentido, por extraño que pueda parecer, Los inacabados es una obra romántica postmoderna.


El propósito, intencional o no, de reimplantar el modelo del Conde Lautréamont como figura que cruza la obra, ya sea bajo los nombres de Arp, Nant, Nut, etc… demuestra la vigencia de una de las representaciones prevanguardistas en la literatura contemporánea. No obstante, podríamos vincular esta acechanza del oscuro espíritu literario de Lautréamont sobre el autor, con la idea de las serpientes de Cortázar. En los espíritus creadores en los que más se fortalece el deseo por alcanzar la cima literaria, en la que la literatura es el todo, la puerta del acecho queda completamente abierta, entonces Lautréamont entra y construye su nicho bajo la forma de una voz oscura, la voz de un perro que ronda cerca de la ebriedad del alter ego, del inacabado, y aunque este doble la esquina, más próximo se encuentra la voz transmutada en el mismo Leopoldo María Panero con una amenaza virgen: “Te mataré cuando la luna no salga”.


Sin embargo, a pesar de la extraordinaria intención de juego, la obra pierde profundidad cuando intenta volverse ligera o donde el autor excede su ingenio irónico. Es menos falible cuando ironiza a los huidobrianos, quizás porque estos personifican lo impúber del pensamiento o el pensamiento de los inacabados. Al abordar la figura de Kafka para desacralizar la visión existencial, el intento es definitivamente fallido y no consigue sino mostrar cierta incomprensión de la misma ironía kafkiana. Esta intención burlesca se observa de manera directa en el texto Creo en él. Pero además en la utilización desenfadada de un lenguaje emocional aparentemente espontáneo, descuidado, caótico. Es una burla y una afrenta abierta a la visión racional que subyuga el pensamiento contemporáneo. Kafka o Samsa, es el émulo de un dios enfermo. Es una de las piezas más extrañas del texto porque tratándose de una ironía, no logra sino despertar cierta inquietud maligna del humor sin lograr convencernos. Es la peor parte del libro, y, a la vez, la más inquietante puesto que, mostrándonos el aterrador absurdo de nuestra existencia, el tedio de la vida, no logra transmitírnosla con el angustioso peso existencial de la figura de Kafka.

El intento, sin embargo, no deja de mostrársenos como algo siniestro, como una burla no sólo de la vida, sino de la literatura como parodia de la vida.
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miércoles, 9 de junio de 2010

Daniela Camacho, nos presenta su trabajo poético desde M



Daniela Camacho (Culiacán, Sinaloa, México, 1980) se graduó de ingeniería industrial y de sistemas por el itesm y de lengua y literaturas hispánicas por la unam. Publicó los poemarios En la punta de la lengua (Tintanueva, 2007) y Plegarias para insomnes (Editorial Praxis, 2008); y el libro de palíndromos Aire sería (Editorial Praxis, 2008). Forma parte de la antología bilingüe, español-portugués, Tránsito de fuego (Casa Nacional de las Letras Andrés Bello, 2009), La mujer rota (Literalia editores, 2008) y Los siete pecados capitales. La lujuria (Alforja, 2008). Es fundadora y miembro del consejo editorial y de redacción de la revista El Puro Cuento. Sus poemas y ensayos han sido publicados en revistas y periódicos de México, Argentina, República Dominicana, Venezuela, Colombia y Perú; países a los que ha sido invitada a diferentes actividades literarias. En la actualidad, radica en Tokio, Japón.


(Poemas del libro Plegarias para insomnes, Editorial Praxis, 2008.)
II
Morir. Morir insomne y desierta. Cuan­do todo huela a caléndulas y a mar. Amar. Cuando el mundo se convierta en el último murmullo de Dios, cuando no haya más si­lencio que el batir de alas de un pájaro ciego. Llover. Lluviar toda la fe que se me pudre en las heridas, hablar en monosílabos, morder la pulpa del dolor. Morir. Morir atenta, con el estómago vacío y los ojos muy abiertos. Mirar. Mirarlo todo, el cuerpo violentado de la niña, la sangre coagulada de los perros, el genocidio de poetas. Entender. Saber que en estas horas todo es mentira, el olvido, la guerra, la resu­rrección y el tiempo. Dormir. Dormir es im­posible. Por eso digo que es mejor morir.
XII
Yo no sé de la infancia
más que un miedo luminoso
y una mano que me arrastra
a mi otra orilla.
Alejandra Pizarnik
Sentada está la niña en el recuerdo de la in­somne. Sentada y sola, mudísima: sin boca, sin palabras, con la cicatriz de los silentes en la cerviz. Violenta la memoria de mujer. No pue­de nombrarse desde dentro, no sabe morirse ni olvidar. Dientes fragmentados, lunas en el vientre, y esa voz de agua que no sangra, que murmura los suicidios de los pájaros, que re­vienta el luto de las alas en los dedos. ¡Tempes­tuosa náusea la del viaje hacia el ayer! ¡Oscuros los naufragios en el alma de la niña! Ya sus ojos van lumbrando las espinas, va tejiendo con la vulva hilos de pus y vacuidad, va buscando los espejos y la muerte. Pero está sentada, sentada y sola, mudísima: criatura seducida por el llan­to de la noche.
XVI
Dicen que el suicida es un cobarde. No. El suicida es el orfebre de la noche, un insom­ne antiguo, delirante, el más bello antropófa­go del mundo. Sí, sólo aquel que repta con el alma hinchada de hipotermia sabe que se eva­poraron las promesas, que en sus fauces ya no hay nada, ni siquiera un resto de saliva para decir adiós. Aquí, sólo arcángeles famélicos atestiguan el silencio, llevan una cuerda atada al cuello, y sus ojos son dos úlceras que san­gran. Todos están solos, desiertos, pestilentes: los hombres, los ángeles, los niños y hasta los muertos. Todos locos y alienados por el frío, por el hambre, por la más letal desgana de existir.
Nada

Te digo que vivir
es una mala noticia
nos abandonan en el mundo
con el cuerpo impregnado de otras soledades
y no tenemos nada
una casa enorme y vacía
nada
niños de ojos nublados
manos que envejecen
sin escribir una sola palabra
nada
despertamos sin saber qué día moriremos
ni de qué manera
caminamos con las piernas rotas
porque no sabemos nada
y te lo digo
no tenemos nada
sólo hambre
y fe
y miedo


Poemas de Fernando Pessoa

Esto

Dicen que pretendo o miento
En cuanto escribo. No hay tal cosa.
Simplemente
Siento imaginando.
No uso las cuerdas del corazón.

Todo cuanto sueño o pierdo,
Que pronto cae o muere en mí,
Es como una terraza que mira
Hacia otra cosa más allá.
Esa cosa me arrastra.

Y así escribo en medio



Llueve en silencio, que esta lluvia es muda...

Llueve en silencio, que esta lluvia es muda
y no hace ruido sino con sosiego.
El cielo duerme. Cuando el alma es viuda
de algo que ignora, el sentimiento es ciego.
Llueve. De mí (de este que soy) reniego...

Tan dulce es esta lluvia de escuchar
(no parece de nubes) que parece
que no es lluvia, mas sólo un susurrar
que a sí mismo se olvida cuando crece.
Llueve. Nada apetece...

No pasa el viento, cielo no hay que sienta.
Llueve lejana e indistintamente,
como una cosa cierta que nos mienta,
como un deseo grande que nos miente.
Llueve. Nada en mí siente...

Versión de Ángel Crespo



De las cosas no junto a mis pies,
Libre de mi propia confusión,
preocupado por cuanto no es.
Sentir? Dejemos al lector sentir!

(? 1933)
Versión de Rafael Díaz Borbón


¡No, no digas nada!

¡No: no digas nada!
Suponer lo que dirá
tu boca velada
es oírlo ya.

Yo oí lo mejor
de lo que dirías.
Lo que eres no viene a la flor
de las frases y los días.

Es mejor de lo que tu.
No digas nada: lo sé!
Gracia del cuerpo desnudo
que invisible se ve.

lunes, 7 de junio de 2010

De nuevo Borges

El instante

" ¿Dónde estarán los siglos, dónde el sueño
de espadas que los tártaros soñaron,
dónde los fuertes muros que allanaron,
dónde el Árbol de Adán y el otro Leño?

El presente está solo. La memoria
erige el tiempo. Sucesión y engaño
es la rutina del reloj. El año
no es menos vano que la vana historia.

Entre el alba y la noche hay un abismo
de agonías, de luces, de cuidados;
el rostro que se mira en los gastados

espejos de la noche no es el mismo.
El hoy fugaz es tenue y es eterno;
otro Cielo no esperes, ni otro Infierno.



El cómplice

" Me crucifican y yo debo ser la cruz y los clavos.
Me tienden la copa y yo debo ser la cicuta.
Me engañan y yo debo ser la mentira.
Me incendian y yo debo ser el infierno.
Debo alabar y agradecer cada instante del tiempo.
Mi alimento es todas las cosas.
El peso preciso del universo, la humillación, el júbilo.
Debo justificar lo que me hiere.
Soy el poeta.
"




1964

" Ya no es mágico el mundo. Te han dejado.
Ya no compartirás la clara luna
ni los lentos jardines. Ya no hay una
luna que no sea espejo del pasado,

cristal de soledad, sol de agonías.
Adiós las mutuas manos y las sienes
que acercaba el amor. Hoy sólo tienes
la fiel memoria y los desiertos días.

Nadie pierde (repites vanamente)
sino lo que no tiene y no ha tenido
nunca, pero no basta ser valiente

para aprender el arte del olvido.
Un símbolo, una rosa, te desgarra
y te puede matar una guitarra.


Ya no seré feliz. Tal vez no importa.
Hay tantas otras cosas en el mundo;
un instante cualquiera es más profundo
y diverso que el mar. La vida es corta

y aunque las horas son tan largas, una
oscura maravilla nos acecha,
la muerte, ese otro mar, esa otra flecha
que nos libra del sol y de la luna

y del amor. La dicha que me diste
y me quitaste debe ser borrada;
lo que era todo tiene que ser nada.

Sólo que me queda el goce de estar triste,
esa vana costumbre que me inclina
al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.
"



domingo, 6 de junio de 2010

Adriene Riche y otras poetas

Arden papeles en vez de niños

Estaba en peligro de
verbalizar mis impulsos éticos
hasta hacerlos desaparecer.
°1-Daniel Berrigan,
en el juicio, en Baltimore.

1.
Mi vecino, un científico coleccionista de arte, me llama por teléfono en
un estado de violenta emoción. Me dice que mi hijo y el suyo, de once y
doce años, han quemado el último día de clase un libro de matemáticas en
patio trasero. Le ha prohibido a mi hijo ir a su casa durante una semana,
le ha prohibido al suyo salir durante ese tiempo. «Quemar un libro
dice- me produce sensaciones terribles, recuerdos de Hitler; hay pocas
cosas que me disgusten más que la idea de quemar un libro».

Allí otra vez: la biblioteca, amurallada
con Britannicas verdes
Buscando otra vez
en las Obras Completas de Dürer
MELANCOLÍA, la mujer desconcertada

los cocodrilos de Herodoto
el Libro de los Muertos
el Juicio de Jeanne d'Arc, tan azul
Es su color, pienso

y se llevan el libro
porque suefio con ella con demasiada frecuencia

amor y miedo en una casa
conocimiento del opresor
sé que duele quemar


2.
Imaginar un tiempo de silencio
o pocas palabras
un tiempo de química y música

los hoyuelos por encima de tus nalgas
que mi mano recorre
o el pelo es como la piel, dijiste

una época de largo silencio

alivio

procedente de esta lengua el bloque de caliza
un hormigón reforzado
fanáticos y mercaderes
arrojados a esta costa de verdor salvaje de arcilla roja
que respiro una vez
en señales de humo,
soplo de viento

el conocimiento del opresor
éste es el lenguaje del opresor

y sin embargo lo necesito para hablarte

°2 3
La gente sufre mucho cuando es pobre y hay que tener dignidad e inteligencia para superar este sufrimiento.
Algunos de los sufrimientos son: una criatura no cenó anoche: un niño roba porque no tenía dinero para comprarla:
oír a una madre decir que no tiene dinero para comprar comida para sus hijos y ver a una criatura sin ropa
te hace brotar lágrimas de los ojos.

(la fractura del orden
el remiendo del discurso
para superar este sufrimiento)

4.
Yacemos bajo la sábana
después de hacer el amor, hablando
de la soledad
mitigada en un libro
revivida en un libro
así, en esa página
su coágulo y su fisura
aparecen
palabras de un hombre
que sufre
una palabra desnuda
penetra el coágulo
una mano que agarra
a través de los barrotes:

liberación

Lo que sucede entre nosotros
ha sucedido durante siglos
lo sabemos por la literatura

todavía sucede

celos sexuales
mano que se lanza
a golpear el lecho

sequedad de boca
después de jadear

hay libros que describen todo esto
y no sirven

Te internas en los bosques detrás de la casa
alli, en ese territorio
hallas un templo
construido hace mil ochocientos años
entras sin saber
qué es donde entras

así pasa con nosotros

nadie sabe lo que puede suceder
aunque los libros lo digan todo

quema los textos dijo Artaud

5. Escribo a máquina por la noche, tarde, pensando en hoy. Qué bien
hablábamos todos. Una lengua es un mapa de nuestros fracasos. Frederick
Douglass escribía un inglés más puro que el de Milton. La gente sufre
mucho cuando es pobre. Hay métodos pero no los usamos. Joan, que no
sabía leer, hablaba una variante campesina del francés. Algunos de los sufrimientos son: es difícil decir la verdad;
esto es América; no puedo tocarte ahora. En América sólo tenemos el tiempo presente. Estoy en peligro. Estás en peligro.
Quemar libros no provoca sensación alguna en mí. Sé que duele quemar. Hay llamas de napalm en Catonsville, Maryland.
Sé que duele quemar. La máquina de escribir está recalentada, mi boca arde, no puedo tocarte y éste es el lenguaje
del opresor.

1968

°1: Daniel Berrigan, jesuita, pacifista y escritor, en 1968 quemó junto con otros 8 implicados, archivos de la oficina
donde se reclutaba a los jóvenes soldados, en Catonsville, Maryland, como protesta ante la guerra de Vietnam.
Fue juzgado y acabó en prisión.

°2: 3. El texto en prosa lo escribió un alumno de Adrienne Rich perteneciente al Programa de Admisiones Abiertas,
para clases desfavorecidas, del City College de Nueva York en el que ella daba clases entonces.

Versión de María Soledad Sánchez Gómez

La luna...

(volviendo a casa en coche de una lectura de Robin Blaser)

La luna
no es romántica. No. Es
un hecho de la vida y aún
no estamos acostumbrados. Pensarías, refleja
las olas no las atrae. Así
yo te regiría igual que
he sido regida por ti. En la carretera de la Costa
entre rachas de niebla

ese rostro (sí, tiene
expresión) que aparece y desaparece
nos habla
como hizo él en su galantería
y operístico misterio.


Versión de María Soledad Sánchez Gómez




ALEJANDRA PIZARNIK


Cold in hand blues

y qué es lo que vas a decir
voy a decir solamente algo
y qué es lo que vas a hacer
voy a ocultarme en el lenguaje
y por qué
tengo miedo


Cuarto solo

Si te atreves a sorprender
la verdad de esta vieja pared;
y sus fisuras, desgarraduras,
formando rostros, esfinges,
manos, clepsidras,
seguramente vendrá
una presencia para tu sed,
probablemente partirá
esta ausencia que te bebe.




ALFONSINA STORNI


Duerme tranquilo

Dijiste la palabra que enamora
a mis oídos. Ya olvidaste. Bueno.
Duerme tranquilo. Debe estar sereno
y hermoso el rostro tuyo a toda hora.

Cuando encanta la boca seductora
debe ser fresca, su decir ameno;
para tu oficio de amador no es bueno
el rostro ardido del que mucho llora.

Te reclaman destinos más gloriosos
que el de llevar, entre los negros pozos
de las ojeras, la mirada en duelo.

¡Cubre de bellas víctimas el suelo!
Más daño al mundo hizo la espada fatua
de algún bárbaro rey y tiene estatua.


El hombre sombrío

Altivo ése que pasa, miradlo al hombre mío.
En sus manos se advierten orígenes preclaros.
No le miréis la boca porque podéis quemaros,
no le miréis los ojos, pues moriréis de frío.

Cuando va por los llanos tiembla el cauce del río,
las sombras de los bosques se convierten en claros,
y al cruzarlos, soberbio, jugueteando a disparos,
las fieras se acurrucan bajo su aire sombrío.

Ama a muchas mujeres, no domina su suerte,
en una primavera lo alcanzará la muerte
coronado de pámpanos, entre vinos y fruta.

Mas mi mano de amiga, que destrona sus galas,
donde aceros tenía le mueve un brote de alas
y llora como el niño que ha extraviado la ruta.


DELMIRA AGUSTINI

Desde lejos

En el silencio siento pasar hora tras hora
como un cortejo lento, acompasado y frío
¡Ah, cuando tú estás lejos de mi alma todo llora,
y al rumor de tus pasos hasta en sueños sonrío!

Yo sé que volverás, que brillará otra aurora
en mi horizonte grave como un sueño sombrío;
revivirá en mis bosques tu gran risa sonora
que los cruzaba alegre como el cristal de un río.

Un día, al encontrarnos tristes en el camino
yo puse entre tus manos mi pálido destino.
¡Y nada más hermoso jamás han de ofrecerte!

Mi alma es, frente a tu alma, como el mar frente al cielo:
pasarán entre ellas, cual la sombra de un vuelo,
la Tormenta y el Tiempo y la Vida y la Muerte!


Explosión

¡Si la vida es amor, bendita sea!
Quiero más vida para amar! Hoy siento
que no valen mil años de la idea
lo que un minuto azul de sentimiento.

Mi corazón moría triste y lento...
Hoy abre en luz como una flor febea.
¡La vida brota como un mar violento
donde la mano del amor golpea!

Hoy partió hacia la noche, triste, fría...
rotas las alas, mi melancolía;
como una vieja mancha de dolor

en la sombra lejana se deslíe...
¡Mi vida toda canta, besa, ríe!
¡Mi vida toda es una boca en flor!

Mientras escribo

  Mientras escucho este playlist (194) Relaxing Soul Music ~ lets share music ~ Chill Soul Songs Playlist - YouTube Escribo sumergida en el ...