Ciudad inversa


A manera de prólogo

Ciudad inversa: La mirada de otro modo de ser


No, no es la solución
tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoi
ni apurar el arsénico de Madame Bovary
ni aguardar en los páramos de Ávila la visita
del ángel con venablo
antes de liarse el manto a la cabeza
y comenzar a actuar.

No concluir las leyes geométricas, contando
las vigas de la celda de castigo
como lo hizo Sor Juana. No es la solución
escribir, mientras llegan las visitas
en la sala de estar de la familia Austen
ni encerrarse en el ático
de alguna residencia de la Nueva Inglaterra
y soñar, con la Biblia de los Dickinson
debajo de una almohada de soltera.

Debe haber otro modo que no se llame Safo
ni Mesalina ni María Egipciaca
ni Magdalena ni Clemencia Isaura.

Otro modo de ser humano y libre.

Otro modo de ser.

Rosario Castellanos.
Meditación en el umbral (en otros poemas, 1972)

Ciudad Inversa fue depositada en mis manos una noche de reunión con la Logia de los poetas del Grado Cero, después de una reflexión sobre la poesía, el arte, la vida que nos arrastra y en medio, la escasez de reconocimiento de la obra de artistas y escritoras en el mundo del arte hondureño. Al final de la jornada, Karen Valladares, poeta joven, me entregó su texto diciéndome:

-Hacéme el prólogo-, en un gesto que fue profundamente hermoso y que por demás no podré terminar de agradecer porque me dió el pretexto para poder afirmar lo que he venido diciendo hace tiempo: que las letras hondureñas y centroamericanas están en deuda con el aporte irreverente, rebelde y transgresor que han hecho las mujeres.

Ciudad inversa  es entonces, un poemario que retrata a una ciudad atípica, contradicción en sí misma y da cuenta de una voz que camina a través de ese tiempo que se resbala día a día,  atrapado en la rutina de las horas dentro un sopor que nos habla de desencuentros y despedidas. La vacuidad nos da la bienvenida desde la casa, la calle, el patio de una ciudad cualquiera, a través de las palabras de la poeta que se reconoce en la urbe que la atrapa y a la cual exorciza mediante las palabras. La casa-ciudad es en sí misma una realidad nómada que acompaña a la autora a través de  sus pequeñeces, sus rincones mustios y breves,  sus esquinas: “soy testigo de esta casa que me habita y no porque viva en ella”, nos dice.   

La nada, nos plantea es lo más próximo y tangible en este escenario de asfixia y desesperanza que nos coloca de frente a esas muertes cotidianas e insufribles que rompen con el estereotipo de la ciudad como germen de vida y oportunidades, vehículo de esperanzas. La ciudad está construida en base a las palabra que sabe ajena, dueña de un lenguaje extraño y propio, una tierra baldía que negándose se afirma. Los poemas de esta ciudad inversa se niegan a todo, incluso a la poesía porque parten de las palabras que esconden en sí mismas un futuro próximo, no demasiado brillante, a veces lúgubre pero sin duda lleno de sonidos y matices.

La casa se convierte en la tarde y la espera, así como la huida posible.

Sin embargo, el poemario no es un canto a la decadencia urbana como podría creerse, todo lo contrario. Es un conjunto de textos poderoso que gritan la experiencia de nacer y crecer en el lenguaje urbano, pero también en la vida, en la sexualidad, el gozo y el deseo. Es la poeta que se sabe libre en el espacio de la palabra, canta al orgasmo y a su propio placer que expresa, que habla, que salta fronteras.

Encontramos también en los poemas aquí presentados, la experiencia de saberse creadora y parte de la logia  del Grado Cero, colectivo artístico de origen profundamente sampedrano, que publican manifiestos y dan muerte a la poesía en su afán irredento de escapar de la intrascendencia de la palabra y de su propia historia. La historia de vivir en un país tercermundista, que no contempla tiempos ni existencias de fútiles poetas. Tener la alegre desdicha de ser parte de las honduras que nos desprecian y a las que tanto amamos. Esa conciencia, plantea la autora es la que nos hace obligarnos a la monstruosidad de negarnos y de buscar como expresa la autora Rosario Castellanos “otro modo  de ser humano y libre” .

Ciudad inversa es entonces, una antítesis, un espacio desde donde la autora construye la casa-ciudad-mujer con una identidad propia que responde a una propuesta iconoclasta que rompe los moldes conocidos. La fuerza de la palabra sin compromisos, ni ataduras, que solo responde a sí misma es el encuentro y la propuesta. 

Jessica Sánchez
Marzo de 2012


 HAY DÍAS
No estaba con mi sombra,
no estaba con mis gestos
Oliverio Girondo


Hay días en los que huyo de mi cuerpo
En los que me tapo los ojos para no verme más.
En los que desato los pasos y avanzo y corro
o vuelo o me lanzo a los precipicios
 a la planicie
 a la plenitud
 al limite
al infinito
al vacío
a los brazos de alguien
a un sofá roto
o al mar como Alfonsina.

Pero huyo
de todo111
porque a veces me aterra
la luz de los semáforos
la música del piano que jamás aprendí a tocar
el parpadeo de unos ojos lejanos
las palabras enredadas en la boca,
el sudor deslizado en las manos.
Otra vez los pasos
Quizás los que me hacen volver
Y  huyen
y
me abandonan cada vez que quieren.

 Pero huyo,
Porque me tengo miedo
Me desconozco
Me niego cada vez que canta un gallo
Me arranco la piel, el nombre
el rostro
las voces que me hacen ser quien soy
y  me vuelvo una bala
y  me disparo
y  me suicido
de las peores y
mas estúpidas maneras.

Siempre huyo,
no por cobarde,
más bien por valiente
por atrevida
por obscena
por suspicaz
Por cualquier cosa.

Huyo,
y no me detengo,
aunque tenga miedo.


 Esta es mi casa

A Carmelina Mejía Mejía
In memoriam.



Esta es mi casa,
Un par de viejos objetos que le sirven de adorno,
2 personas que viven conmigo, otros que llegan a visitarme
y que pronto se van.
Así como me iré yo
en cualquier momento que la muerte lo decida,
o la vida misma también lo decida.
Esta es mi casa,
la que me habita,
de sombra en sombra,
de hijos a hijos,
de los vecinos,
de nadie.


Esta es, no hay duda alguna,
aquí reconozco los metederos del atardecer,
o la llegada de la luz insinuando la mañana.

Mientras remiendo cualquier cosa
para distraerme de mis molestias y la de los demás.
Y pienso que los años me han caído de un solo golpe,
me desmorono a veces,
o vivo, con una sonrisa que atraviesa la mirada de los míos.
esta es mi casa,
no importa lo grande o pequeña o lo sencilla que sea.
aquí ando,
cubriendo cada rincón con mis pasos y mi voz
dejando enmarcado el fantasma de mi presencia.
así me sentirán más cuando me vaya.

Esta es mi casa,
la reconozco paso a paso,
no temo de ella,
ni ella de mi,
esta es y no la reconozco por su color verde
son otras cosas las que me identifica.


Son todos los años en ella,
son todas las cosas que he juntado en ella,
son todas las palabras que han sepultado aquí,
soy testigo de que es mi casa,
desde donde yo quiera,
y como yo quiera,
soy testigo de mis cosas,
de mis hijos, otra vezde mis dolencias,
de las estaciones del tiempo
que se aproximan a mis ojos tibios.

Soy testigo de tantas cosas,
pero sobre todo,
soy testigo
 de que esta casa me habita
y no porque yo viva en ella.



 Caballo blanco en el sepelio


En la ciénaga, mi caballo vigila la canción del agua.
Jorge Martínez Mejía


El caballo blanco trota suave, silencioso, en el sepelio.

Nadie lo ve más que mi espíritu angustiado.
Nadie siente el roce frío de su caminata y el meneo tembloroso de su cola.

Sufre el caballo la pérdida del que lo vio nacer,
y observa como se hunde el cuerpo en la tierra,
y como es sepultado y olvidado.

El caballo blanco trota suave, silencioso, en el sepelio.

Se aleja, con los ojos vidriosos por el llanto.

Desaparece corriendo y relinchando, entonando alto el canto de su  despedida.



Sin pelos en la lengua


Yo no tengo pelos en la lengua para decir las cosas.
Digo que disfruto del sexo, como disfruto caminar.
Aunque es distinto, porque al caminar no tengo orgasmos.
Digo que disfruto la poesía, los buenos libros, las buenas pláticas,
los buenos amigos.

La amistad es ciencia ficción y las palabras no lo dicen todo.

Yo quiero que las palabras me digan, que me cuenten cómo soy,
así,
sin pelos en la lengua, sin rodeos, sin limitaciones.

Que hablen o me escriban un cuento o un poema, pero que digan,
no importa si hablan bien o mal de mí.
Qué más da.
Yo no tengo pelos en la lengua para decir las cosas.

Digo me gusta el sexo, me gusta que me coja mi marido.
Que me agarre desprevenida, como la palabra al verso.
Como el brazo a la cintura. Como la voz a la boca. Pero que me coja.

Yo no tengo pelos en la lengua para decir las cosas.
Digo mis palabras. Atrevidas o no. Punzantes, infelices, denudas,
temblorosas, caídas, sumergidas, sedientas, orgásmicas.

Qué más da. 

Yo simplemente digo las cosas.
No me importa la plenitud, lo infinito, la sencillez o la belleza. 

Hay que dejar de pensar de vez en cuando, dejar de decorar la palabra, soltarla sin miedo,
sin comezón, sin tartamudeo.
Sin pelos en la lengua. 

Pero hay que seguir diciendo, seguir hablando...

Visita a la tierra baldía


Dulce Támesis, discurre en calma, hasta que termine mi canción. 
T.S.Eliot 



Me niego a la mala poesía,
a lo cursi,
a lo sublime,
a la voraz precocidad del sexo,
a lo que no trasciende.
Me niego al bullicio del mar,
a la luna no vista en mi cielo,
a las estrellas de mar que no tengo,
a las voces que hay en mis oídos,
al llanto de Pizarnick,
a la locura de Panero,
a las Flores del mal de Baudelaire,
al vanguardismo llorón de Neruda.
Prefiero el balazo en Roque Dalton,
o hasta una canción de Silvio cantada por Café Tacuba.
Lo tradicional aburre.

Aburren los mismos callejones,
los sonidos.
Si fuese posible desaparecerlo todo.
¿Qué me queda entonces?
Yo asumo la idea de visitar la tierra baldía de Eliot
y me dedico a perfeccionar mi muerte.
No al estilo Plath o Storni.
Me niego a lanzarme al mar con dos piedras en las manos,
a ser la loca del muelle.

Me niego a todo
a todo.
A mí misma, por supuesto.

  




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