Por Karen Valladares
Hablar del dolor, de
la enfermedad, de lo oculto, de los remedios para esconder el dolor, volver al
dolor cada vez que sea necesario, o tenerlo como si fuese una maldición. Darle
una cura al papel en blanco.
Buscar lo sensual
donde no lo hay, donde se niega, donde se agiganta, donde aparezca cada vez que se le de la regalada gana. Pensar y huir, inventarse una enfermedad; cáncer.
Pensar que el nombre doloroso de alguien no tiene un sitio definido. Creer que lo despiadado resplandece, que la mutilación de nuestros nombres resplandece. Sentirse seducida por una herida(el pasado, quizá). Dejar de reconocernos. Irse, irse sin importar nada y volver a sentir el dolor de la ausencia, el dolor de eso que odiamos.
Escribir entonces,
desde la enfermedad; hablar del tiempo consumido, de ver las horas primeras y últimas irse trás nosotras.
De verlo irse como si
fuese el último tren de la estación. Buscar las manos de un hombre, de ese
hombre que pronto no existirá, buscar su voz, su huella, la sed que lo trae a
una. Y pensar :”el peligro que no se ve no existe” y pensar odio al hombre ausente, y pensar: que
somos un campo de batalla antes de aborrecer el lenguaje.
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