Boina quemada, foto de Gustavo Campos
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Él la amaba, le metía el fuckin darling dancing en el cobijo, en el vestigio clérigo, y lo anunciaba apenas se le acomodaba el hemistiquio izquierdo. Estaba cuerdo, y le caía encima como si tal y de acá para allá, el cabrón, bien serio con la onda, casi con ínfulas. Luego vinieron y lo incendiaron junto a su ausencia, con todo y todo, aunque se relamía la quemadura, la raspaba con oficio. Era un novato sintiendo, un maldito, un exasperado movimiento. Lo enjundiaban sus propias diabluras, se iba zumbando, y dale con aquel jadeo del vértigo, apoltronado en su junco, voluminoso en el canto, y para arriba…Cuando lo encontraron, sobrio y tembloroso, apenas recordaba el sitio, lo habían quemado todo, se le pegaba el tiesto, el reglamento, el manifiesto. Ahí tenía los trapos hecho un reguero, y él tendido, bocarriba en el orgúbilo, desparramándose por temor a incomodarse. Lo suavizaba el médulo, el témpano del aire. Lo buscaba en la ceguera, aproximándose, hurgando el suelo, a tientas, con el espejuelo absuelto. Nada. Ningún RTGRE-47. Los adroantos, los almerios y las ratas se le atornillaban por debajo, lo seguía el incomoro, apedreándolo, vistiéndolo para la muerte. Él seguía encrestecido, incmpleto, pero directo, con el troc, troc, troc, troc, troc roto. Ninguna imagen balneada, nada de servicio lógicamente. Arruinado el chip, enredado hasta la sacieá, pequeñísimo, en nihilismo puro, en guardia de pianos. Nada resolvía aquello, ninguna forma aparecible.
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