
La observo por la ventana, la veo gotear friamente y me eriza la piel por completo,
mi cuerpo tiembla de punta a punta, no por el frío, más bien por el recuerdo.
Como me duele la lluvia, la triste la lluvia, la severa lluvia. Como me dueles, como si en verdad fueras una mala enfermedad. Una de esas incurables. Como si fuera también una mala poesía.
O simplemente un mal beso, un mal sabor de boca, un dolor de cuerpo. Una de las peores fiebres de esas que te hacen delirar. Como me duele está lluvia, y aún no sé el peso de su caída. No, yo no sé saborear la lluvia. Prefiero verla de lejos.
Acariciarla de lejos, y pensarla pronto en algún poema.
Karen Valladares, tomando del libro Ninguna tarde azul
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