domingo, 15 de agosto de 2010

Wislawa Szymborska



En la fotografía de la muchedumbre



En la fotografía de la muchedumbre
mi cabeza es la séptima de la orilla, o tal vez la cuarta a la izquierda, o la veinte desde abajo; mi cabeza no sé cuál, ya no una, no única, ya parecida a las parecidas, ni femenina, ni masculina, las señales que me hace son ningunos rasgos personales; quizás la ve el Espíritu del Tiempo, pero no la mira; mi cabeza estadística que consume acero y cables tranquilísima, globalísimamente; sin la vergüenza de ser una cualquiera, sin la desesperación de ser cambiable; como si no la tuviera en absoluto a mi manera y por separado; como si se hubiera desenterrado un cementerio lleno de anónimos cráneos en un aceptable estado de conservación a pesar de su mortalidad; como si ya hubiera estado allá -mi cabeza, una cualquiera, ajena- donde, si recuerda algo, sea tal vez el profundo futuro.
De "Si acaso" 1978
Versión de Abel A. Murcia



La habitación del suicida

Seguramente crees que la habitación estaba vacía.
Pues no. Había tres sillas bien firmes.
Una lámpara buena contra la oscuridad.
Un escritorio, en el escritorio una cartera, periódicos.
Un buda despreocupado. Un cristo pensativo.
Siete elefantes para la buena suerte y en el cajón una agenda.
¿Crees que no estaban en ella nuestras direcciones?

Seguramente crees que no había libros, cuadros ni discos.
Pues sí. Había una reanimante trompeta en unas manos negras.
Saskia con una flor cordial.
Alegría, divina chispa.
Odiseo sobre el estante durmiendo un sueño reparador
tras las fatigas del canto quinto.
Moralistas,
apellidos estampados con sílabas doradas
sobre lomos bellamente curtidos.
Los políticos justo al lado se mantenían erguidos.

No parecía que de esta habitación no hubiera salida,
al menos por la puerta,
o que no tuviera alguna perspectiva, al menos desde la ventana.

Las gafas para ver a lo lejos estaban en el alféizar.
Zumbaba una mosca, o sea que aún vivía.

Seguramente crees que cuando menos la carta algo aclaraba.
Y si yo te dijera que no había ninguna carta.
Tantos de nosotros, amigos, y todos cupimos
en un sobre vacío apoyado en un vaso.



La realidad exige...


La realidad exige que lo digamos bien claro: la vida sigue su curso. Sucede así en Cannas y en Borodinó, en los llanos de Kosovo y en Guernica. Hay una gasolinera en una pequeña plaza de Jericó, hay bancos recién pintados cerca de Bila Hora. Las cartas van y vienen entre Pearl Harbor y Hastings, pasa un camión de muebles bajo la mirada del león de Queronea y solo un frente atmosférico amenaza los florecientes jardines cercanos a Verdún. Hay tanto de Todo que lo que hay de Nada queda muy bien cubierto. De los yates de Accio llega la música y en la cubierta, al sol, bailan las parejas. Pasan siempre tantas cosas Que seguro tienen que pasar en todas partes. Donde hay piedra sobre piedra hay un carro de helados cercado por los niños. Donde estaba Hiroshima de nuevo está Hiroshima y se siguen produciendo objetos de uso cotidiano. No le faltan encantos a este hermoso mundo ni tampoco amaneceres para los que merece la pena despertar. En los campos de Macejowice La hierba es verde, y en la hierba, como pasa en la hierba, la escarcha, transparente. Quizá no haya un lugar que no haya sido un campo de batalla, los aún recordados, los hoy ya olvidados, bosques de cedros y bosques de abedules, nieves y arenas, pantanos irisados y barrancos de negro fracaso donde en caso de urgencia satisfacemos ahora nuestras necesidades. Qué moraleja sale de todo esto: parece que ninguna. Lo que de verdad sale es la sangre que seca rápida y siempre algunos ríos, algunas nubes. En esos desfiladeros trágicos el viento se lleva los sombreros, y es inevitable: la imagen nos da risa.
De "Fin y principio" 1993
Versión de Abel Murcia

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