
Tengo manos en el cuerpo.
Manos con las que toco otros cuerpos,
que observan el techo gris de mi casa,
la luz del día o de la noche.
Tengo manos,
manos que hablan por sí solas.
Que son como ojos y sueñan,
y divisan la penumbra,
la luminosidad;
la casa blanca en la que vivo,
el gato negro que entra como intruso por la ventana.
Tengo manos que crecen como raíces
que se desprenden de algún árbol.
Manos que caminan,
corren,
y a veces cantan,
gritan, respiran…
viven o mueren
y gimen de placer,
sin escribir poesía.