jueves, 21 de marzo de 2013

Poemas de JORGE MARTÍNEZ MEJÍA

Foto: Karen Valladares

El poeta JMM. Nos presenta una muestra de su trabajo poético. Pueden ver mas en más en: http://jorgemartinezmejia.blogspot.com/








LA PIEDRITA DE LA INÚTIL POESÍA


Ya soy otro. Por un momento pensé que sería eterno, sin extremos ni cansancio. Sin reconocerme, otra vez voy por la calle y la estupidez de la vida o de la muerte me lleva a la pudrición de un sueño. Veo la hierba despellejada, los niños calcinados, el arte antiguo, tan atroz, y la puta que recoge sus versos de la acera. A tientas me guío como un leproso hermoso, sin bandera, con el esqueleto apretado y el corazón de amuleto. En mí pesan demasiadas horas tiradas al carajo, demasiado tributo a la delicia. De estos zapatos que me pongo y me quito cada día, sólo recuerdo la fragilidad de la calle, y la piedrita de la inútil poesía.



Todo ha conjurado



Para que la poesía muriera nos pusimos de acuerdo y fuimos cínicos, claros, impasibles. Conjuró nuestro aburrimiento de toda esa perorata sobre la belleza, quedamos hastiados de Octavio Paz, de su mayéutica pseudo socrática, de su abismal cerebralidad, nos cansó también Sabines, buscamos un poco de frescura y sólo había música, baladas insufribles. El cielo tenía un encanto de basurero y las ratas y su perfume salobre seguían recordándonos las calles de un Baudelaire abuelo. Para que muriera la poesía se desvaneció el torrente de Rimbaud, las alturas de Neruda, el bramido de Vallejo. Pero ya antes nuestro desdén desangraba su cólera golpeando con el muñón la pared de las ranas y su croar hecho a base de palabras incongruentes…¿Qué putas es la poesía? ¿Una larva francesa convertida en lengua de vaca? ¿Ladrillo? ¿El fustán de una vieja que hace pan casero? ¿Una piedra mítica de Grecia? Conjuró toda esta resbalosa e insalubre caries de la palabra. Algunos confundieron el autismo de Hölderlin, se arrinconaron en los manicomios y se hartaron un mendrugo sacado del mero culo de Dios, para nada. Todo ha conjurado. Ni soy el último ni el primero, pero es menos mi albedrío cuando estoy a punto de pegarle un vergazo al cadáver de esta pobre muerta con la que me encuentro a solas.



Que no se diga que fue un acto suicida

En balde se tira todo cuanto se dice, se abre uno mismo la enorme cicatriz del pecho con el pedazo de tiza que dejó Pepe Luis mientras la luna extraseca del Grado Cero apenas alumbra. Unas pequeñas luces al fondo, en la ciudad del Caballero Industria, las hijas excomulgadas en la Primera Avenida hacen su gesto habitual. Mientras servimos el ron y conversamos sobre la trascendencia de lo intrascendente, después de la débil pira de la boina y sus chisporroteos famélicos, el croar de aves viejas; la escena final o la escena del comienzo transpira su cuota de nada. Nos hemos derramado otras veces en otros sitios, encima de una barra o un estanco de mala muerte y hemos gritado y pateado el trasero a la belleza. No nos ha hecho falta nada para el asesinato, pero la puta coletea como el brazo desmembrado de una iguana. Si estuviéramos de cabeza patearíamos el cielo o mearíamos en las nubes para que lloviera en el hocico del universo, nos sacudiríamos la bestia para pringar la línea del horizonte o nos lanzaríamos sobre el océano con todo y zapatos. Si estuviéramos de cabeza como el pendejo de Gustavo Campos, nos quedaríamos mudos para siembre, en un eterno bostezo de silencio. Tenés que venir, tenés que saltar, tenés que esforzarte para que te des cuenta que la vida es esta mierda de estar pateando traseros literarios. Tenés que venir a colocar en su sitio a ese atajo de mojigatos que repiten como el Buky la misma canción navideña. Mientras conversamos, miles de pensamientos se agolparon, y a pesar de cierta alegría que en la naturaleza misma de los poetas del Grado Cero es indistinta, un aire raro trotaba entre las hojas. La pobre boina quemada había sido encerrada en una bolsa plástica amarilla de supermercado, pocos asistieron a su muerte y talvez sólo fue una excusa para la bebiata, pero ella era de alguna manera esa parte atroz de mi existencia. Sabía exactamente el peso de esa renuncia, de ese parricidio del que nunca quiero se diga que fue un acto suicida porque sólo fue un poco de hilos, una pelusa en ovillo mordiendo el fuego que nunca tuvo mi cráneo. Tengo, y creo que los poetas del Grado Cero tenemos, la plena conciencia que a la poesía desde hace mucho tiempo la mataron los falsos, las ratas publicitarias, los marchitos blasfemos que escondieron a Cardona Bulnes e ignoraron a Merren, los que intentaron apagar la voz pusilánime y divina de las moscas.


No hemos dicho nada aún, y las cenizas están frescas, pero confieso que en algún momento el olor quemado sabía a carne de musa y de algún modo escuchamos un campanazo de lujurioso silencio. Hacer poesía no cuesta. Lo que cuesta es vivir.




Réplica a los Perros Románticos con absolutafalta de escrúpulos estéticos



A Roberto Bolaño y Mario S. Papasquiaro


Roberto Bolaño fue un poeta menor y así lo quiso. Aún cuando hubiera preferido tener una raíz profunda, la espontaneidad inconciente lo mandó al carajo. Afortunadamente se encontró en el camino y en las señales en perspectiva con un tercio de vagos sumamente francos y su lucidez revelada en la calma, siempre de la mano de un cigarrillo a medio andar, de una chenca, como diríamos, lo mantuvo en línea sin exacerbar el ánimo. Los perros románticos son esos vagos capaces de tomar tequila y echarse un puro de marihuana a mediodía en punto y lanzarse de bruces hacia las togas para desbaratar el insondable inconciente de la conquista y los conquistados. No hay ninguna posibilidad de certeza cuando se han descubierto todas las pendejadas y hechizos de un sistema con sus planos relativos. Las verdades, los mitos, las ciencias, las creencias, el sentido común, la vida, la configuración del conocimiento, la literatura, la brujería, el turbante de Calimán, las hazañas de Hermelinda Linda, la dialéctica de la necesidad, el azar, las canciones de Cornelio Reina, el Espíritu Santo, la visión cinematográfica de Mario Almada, la sonrisa de Tin-Tan en esa película en que perdió un pedazo de bigote, el exterior de los circos, las aulas de la UNAM, el Paseo del Ángel, la Masacre, la experiencia del peyote, el pachuco, el vato loco, la dictadura, la revolución traicionada, los poetas burgueses, los intelectuales amotinados, el partido de piedra, los caites, la ranchera, el chile y la torta, el poema amoroso demasiado dulce, la ponencia extremadamente académica, el viaje sin un centavo, la irrupción en la sala de los elegidos, el silbido, la gritería en el ruedo de gallos, el albur, la polvareda en un cuento de Rulfo, el surrealismo de los rezos, la madrugada sin mañana, el tiempo perdido y sobreentendido como un plano de la realidad, la mentira, el invento literario, el manifiesto pura jodedera, la noche de los caballos, el grito de los muertos, las estelas perdidas en el bosque, los poetas guerrilleros, el bullicio en la sala de Bellas Artes. Los perros románticos son las voces escapadas de un programa anárquico que aspira a la reivindicación de un Santiago y un Tlatelolco. No hay prisa para ningún perro romántico, no hay nada, ni vacío, sólo la posibilidad del día presente, del sueño presente, de la compañía fraterna y la exigencia inteligente. Poema sin grasa, magro, flaco, sin recarga de imágenes ni metáforas, ni pesimismo. El horrible relato de la realidad tiene una cara sonriente, una cara de burla, un rostro de abismo, un ¡ajúa! En lo que a mí concierne, los perros románticos no es el título de un poema de Roberto Bolaño, sino un puñado de perros enamorados de su sombra. Cualquier veleidad es perceptible como un asomo de realidad, de sistema, de plano real. Un perro romántico obtiene su carta de libertad de manera individual, piensa en todos los debates y siempre tiene un programa listo para encender el puro de marihuana o para la metamorfosis poderosa del intelectual. Un perro muerto es distinto a un perro romántico, a un pequeño poeta que cuestiona si es más importante la obra literaria que el abrazo del amigo, otro perro romántico. Ser demasiado intelectual es dejar de vivir.

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