martes, 29 de noviembre de 2011

El asalto

Foto: Karen Valladares


EL ASALTO
Por Jorge Martínez Mejía


El asalto lo hice en una joyería. Sólo estaba una señora, ya vieja la ruca, y un niño como de cuatro años. Íbamos tres bróderes, todos tranquilos y tumbados los tres bróderes.

 Acababan de abrir el negocio, una casa de empeños. Los bróderes sabían que la ruca tenía plata, pues, ya la habían guachado a la ruca, aunque los bróderes decían que la ruca casi no salía, pero que sí tenía plata. Sólo dejamos pasar un poquito el tiempo y entramos con el pase de comprar un fresco, pero ya sabíamos a qué íbamos.

La ruca no quiso soltar las cosas de entrada. Cuando sacamos los mazos sólo era cagazón, pero juraba que no tenía nada. El Payaso y los bróderes se quedaron con ella y yo me metí adentro del cuarto grande. Ahí fue que vi al cholito envuelto en unas cobijas y lo agarré y se lo llevé a la vieja para que soltara las prendas.

Entonces le metí la pistola en la boca al güirro y la ruca cagada, llorando, ¡Aquí no hay nada! –Decía-, pero güevos, los bróderes no se equivocaban. Entonces tiramos a la ruca al suelo y un broder le tuvo que poner el mazo en la cabeza para que se calmara. Hicimos el cateo: Diez libras de oro, seis mil bolas en billetes de quinientos, cuatro pistolas y otras pendejadas que nos metimos en las bolsas.

Afuera nos esperaba un carro que los bróderes habían dicho que lleváramos, era un carro blanco, turismito el carrito, bien bélico con una bazuca de ocho pulgadas, niquelada la bazuca y unos pijas de parlantes que le zumbaban. Nos fuimos con los bróderes cuando se nos atravesó un carro.

El Payaso se bajó del carro y les hizo varios pijazos, entonces yo me saqué el mazo que llevaba, me salí del carro y me fui directo para el carro que nos atravesaron y les descargué todo el cargador, los rusié a tiros, volaron los pedazos del vidrio.

Yo no sé si esos bróderes que iban en el carro murieron, yo sólo les descargué la pistola y nos fuimos. Antes, los otros dos vatos se habían ido y cuando escucharon los tiros creyeron que era a nosotros que nos habían tiroteado. Íbamos alegres porque íbamos minados con las cuatro pistolas y las diez libras de oro. La onda fue en Río Lindo.

Los vatos de la pandilla tenían ese trance, pero ellos no lo podían hacer porque la gente los conocía, por eso nos llamaron para que nosotros les hiciéramos el paro, por eso los bróderes nos pidieron a nosotros que fuéramos. La mitad para la pandilla y la mitad para nosotros.

A cada uno nos dieron diez mil bolas y un arma y anduvimos tirando barrio un buen rato en Cabañas porque con esos bróderes ya sabíamos que todo paro nos traía buena onda. El güirrito que te digo ni se despertó, dormido se quedó, a saber con qué putas estaba soñando, pero la ruca sí estaba cagada.







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