sábado, 8 de enero de 2011

Que terrible es la muerte cuando nos toca.

Fotografía: Wingston Gonzales


Un cuento inédito. Después de la terrible noticia de la muerte de Francisco Udiel, no he dejado de soñar con mi muerte, y recordar que de niña soñaba constantemente con mi velatorio. Aquí el cuento. Fran para vos. Que aún nos duele tu partida, te recordaremos siempre. Yo te recordaré viendo la quebrada de Acapulco, en el Hotel El Mirador, donde nos conocimos y compartimos sonrisas, tragos, poemas. Donde estés te mando un gran abrazo con este texto lleno de cariño. Vos no te has ido, seguís vivo en nosotros, nos dejastes tu poesía.


¡Qué terrible es la muerte cuando nos toca!

A Francisco Udiel (Inmemoriam)

I

- Yo también me morí como vos, casi de la misma manera. Sólo que morí más rápido. No dí tantas vueltas para avisarle a nadie, y de todos modos ni que mi muerte le hubiese importado a muchos. Pero aquí parece que no somos las únicas que estamos muertas de la misma manera, hay más, según veo.

- Pero, puta Claudia, yo no sabía que te habías muerto, si siempre hemos sido amigas, no sé por qué nadie se dio cuenta, todos creían que te habías ido de viaje y por eso nadie dijo nada. Esperábamos de alguna forma que regresaras.

- No, bueno, sí me fui de viaje, y no sabía que iba a morir, aunque creo que cuando las personas salimos no sabemos si moriremos o no.

- Nadie sabe cuando nos toca la muerte Claudia, si lo supiéramos, de alguna forma lo evitaríamos. Pero así es esto, en este mundo sólo estamos de paso. Como dice el dicho, sólo estamos prestados.

- Bueno, te dejo querida, tengo que seguir avisando mi muerte. No quiero enterrarme sola con mis propias manos.

Ajá, ¿qué anda haciendo aquí? me dijo Vilma, mi cuñada. - Nada Vilma, aquí le ando haciendo una visita rápida. - Cuénteme ¿Y eso que no vino Jorge con usted? – Ah, no tarda en venir Jorge a preguntar por mí, me hace desaparecida. - Pucha yo a usted la veo rara, ¿Se pintó el pelo, se hizo otro tipo de maquillaje?, la veo como triste, como angustiada, como si quisiera llorar. ¿Cuénteme cuñada, mientras preparo café para que platiquemos? y le voy a hablar a Jorge para que la venga a traer. No se vaya sola, mire que ahorita está peligroso andar de noche. – No. No se preocupe, Vilma, ya me encontrarán. ¿Qué le pasa? ¿Se peleó con Jorge? - No, no hemos peleado Vilma. Bueno sí, sí me pasa algo, pero ya pronto lo sabrá. – Púchica, mano, qué misterio el que se trae. ¿Si quiere le hablo a las cipotas para que le hagan compañía? - No creo que ellas puedan hacer algo. Sólo hay que esperar. - Ya está el café. Aquí en la canastita hay pan, lo hice ayer. - Gracias.

Me tomé el café casi de un trago, pero no lo sentí, no sentía nada. Qué terrible es morirse, pensaba, qué terrible es desaparecer de la tierra, sin motivo. ¿Acaso hay que planear algo cuando vamos a morir?

- Ya me voy Vilma, si viene Jorge le dice que yo también lo anduve buscando. Debo ir a ver a otra gente que de seguro no saben nada. - ¿Saber qué cuñada? - Nada Vilma, ahí lo sabrá más tarde. Nos vemos. Me saluda a Daniel.

Me levanté, caminé hacia la entrada de la colonia sin saber a dónde ir. Pensaba en lo que estaría sufriendo mi familia, y lo desesperados que se encontraban al saberme desaparecida, con la esperanza de que estuviera viva. Me detuve en una esquina, pensando en todas las cosas que hice durante mi vida. No me arrepentía de nada, creía que la había pasado bien. Que hice lo que mis deseos me dictaban. Los buses pasaban cerca de la acera, el humo de los carros me envolvía. Pensaba en mi funeral… y recordé que varias veces, cuando niña, soñaba con mi velatorio, me veía fuera del ataúd, queriendo entrar y no podía, nadie me miraba fuera, todo estaba en silencio. Pensaba en el cielo y su color, no sé de qué color estaba hoy, no sé si verde, azul, no sé si negro o gris, o si el viento estaba mentolado, olía a árboles húmedos. Me miraba sola, tenía ganas de ponerme en medio de la calle para que todos los carros me aplastaran. Pero ya sabía que no podía hacer nada. Los pájaros pasaban sobre mí, como si en verdad yo no existiera. ¡Qué terrible es la muerte cuando nos toca!


No sé a dónde vaya cuando muera.

No sé mi destino

no sé mi refugio,

no sé si seré la misma,

si tendré el mismo nombre,

si seré poeta,

si seré cantante,

si seré bailarina de algún bar.

No sé a dónde iré.

Si mi cuerpo andará de casa en casa,

de sol en sol,

de patios traseros a patios traseros,

de páginas cerradas a libros abiertos,

de párpados cerrados

a manos cerradas,

de labios y bocas cerradas

a pasos lentos.

No sé qué será de mí cuando muera.

Dejaré de ver el mar,

el cielo agónico,

la soledad dormida.

Dejaré de pronunciar nombres

y silbar canciones.

Dejaré de presumir que soy alguien

y nadie me va a esperar en ningún sitio.

Todo es mentira,

como es mentira este poema,

la canción de fondo cuando pase el temblor,

el hombre que dice a diario amarme,

el hombre que amo,

los amigos,

los abrazos,

las dedicatorias;

todo es mentira.

Nadie sabe dónde iremos al morir.

Sólo somos el fantasma que

un niño

recuerda haber leído en un cuento

o un poema

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