lunes, 19 de septiembre de 2016

Muestra de poesía panameña

JAVIER ALVARADO


CAPIRA

Alucino con Capira y con sus ramos
De mariposas en el aire,
Con sus árboles acuosos donde
Una lechuza ha parpadeado.

Quedan mis brazos inmóviles al tocar sus tierras,
Sus casas que nos hablan  como sardinas en el barranco de la sangre,
Sus calles y senderos
Donde  caminamos con el temor de despertarla,
Mientras alzo mi machete campesino
Y corto los gajos
De las presentes soledades.

Invoco a la lluvia y los goterones se deslizan por la piel
Taladrándome           iluminándome           ante la deserción de los espejos;
Al oír gruesos y delgados
Los cantos perennes de las aves que demoran las puestas de sus nidos.
Quizás es un territorio joven
El tapir y el venado  nos lamen suavemente los ojos;
Hallamos un río perdurable
Y nos avivamos contando el oro de las faenas;
Los eclipses que se posan en la boca de los vivos
Y en el cabello enraizado de los muertos.  Capira
Es una leyenda a pie, un trote por las venas
En la yegua desbocada de este mundo.

Quiero entrar en sus dominios como una respiración a mis espaldas,
Como una caricia donde se procrean mis dos mitades,
El agua heterosexual que domina sus recuerdos,
La homofobia de terciar una llave y abrir un hogar
Donde me esperan los panes y el café
Y el día supremo con sus geometrías sagradas,
Con sus hábitos de vacada o de leche,
De sus ancestros que nos bosquejan un mapa.

Si percibir Capira es un regocijo, una marca de paz
O un arcoíris dilatado en la conciencia.
Por eso entra en ella sin invocar el habla,
Sólo con señas que ella reconoce.
Camina por sus senderos y sus calles,
Entra en la luz deletreada en el sueño.
Mantén siempre el temor de despertarla.
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 MAGDALENA CAMARGO LEMIESZEK



Juegos de cama


Hoy he estado desnuda en la cama largo rato. Viendo tu cuerpo, desnudo también, junto al mío. Tu cuerpo que por ser tuyo ciertamente me pertenece. Y es esa certeza de posesión absoluta lo que de pronto, mientras enciendo un cigarro, me abruma.

Me da un poco de miedo ver tu senos dormidos, uno descansando sobre tu brazo, el otro sobre el otro. El pelo que te cubre los ojos cerrados, y que, aún sin verlos, sé que han de estar meciéndose frenéticamente bajo el influjo de los sueños. Temo también a tus labios, que ligeramente entreabiertos, se te van secando con las horas, y viéndolos así de quietos sé que no han de hacerme daño.

Mi miedo es la urgencia. Me urge que te quedes a mi lado. Me urge alargar este espacio, alargar tu sueño, tu inmovilidad, el pasivo y vulnerable reposo de tu cuerpo.

Una serpiente de humo se arrastra hasta tu muslo. Yo sé que has de dejarme cuando despiertes. Haz de ir a vivir en el mundo de las gentes con tus ropas, con tus máscaras y con tus odios. Me dejarás sola pensando en las cosas que he debido hacer para que te quedaras, en lo que he debido decir, y en lo que he debido quedarme callada.

Mi miedo no es otra cosa que este momento en el que dejas la divina lejanía del sueño, es la oscuridad que se aleja anunciando la mañana. Te miro y lo sé…esta es la hora en la que los cuervos me devoran los ojos, para que vuelvan a nacer y vuelvan a devorarlos, una y otra vez, eternamente.

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LUCY CRISTINA CHAU


Tanto
“mi canto está conmigo
no tengo soledad.”

Silvio Rodríguez

Fuimos tan una sola piel
que me llegaron a doler tus heridas.

Fuimos tan una sola forma
que no me reconozco en el espejo.

Tu risa y la mía se acoplaron tanto
que a falta de la tuya
nadie pudo entendernos.

Y yo, que tanto gocé sobre tu lecho
ya no encuentro disfrute en el deseo
Porque tan, tanto y tanto y tan y tanto
no lo puedo inventar
sino en tu cuerpo.
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 CONSUELO TOMÁS

De La Propensión A Los Olvidos

La felicidad- me dijeron-
es asunto de poetas ebrios.
Útiles solo para cabalgar la luna
con todo y sus acólitos nocturnos.
Escóndete tras la puerta me dijeron.
No cruces la línea que separa al ahorcado
de su mediodía.
Huye del espejo y sus engaños
únete más bien a una legión de imágenes
promotoras de la ausencia.
Trágate tu amor al prójimo
y sus dinosaurios descalzos.
Esas utopías ya no las compra nadie.
Si descubres un vuelo de monarcas coloridas
dales la espalda
no escuches su caricia en el aire
y el escándalo de sus alas encendidas.
Podrías no recuperarte.
Ama la sombra y sigue sus instrucciones
protégete en su círculo de las tentaciones
que la luz produce
Súmate a la sagrada ley de lo que no se mueve
eso es lo que perdura.
Todo esto me dijeron.
Pero mi desnudez no tenía bolsillos para entonces.
Tampoco una memoria para el llanto.
He seguido la ruta de las aguas
en su afán de mar y de horizonte.
Y no puedo detenerme todavía.
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MANUEL ORESTES NIETO



Aquí nací y moriré

Aquí nací,
en un diminuto grano de sal
que flotó a la deriva
y se aposentó
en la placenta aguamarina
de mi madre.

Ella nació de la abuela
quien, a su vez, fue hecha de la piel escamada
de aquellos que vinieron
desde las aldeas distantes
en las costas de África.

Aquí crecí,
en el estallar
de las olas contra las rocas
y los deshechos de las playas;

entre el óxido del hierro
que hirió la pureza de las finas arenas.

Con maderas añejadas
hicimos la casa y las cruces,
el muelle de las bienvenidas y de los adioses,
nuestras canoas
que nos llevaron tan lejos y perduraron tanto
como el tiempo transcurrido
por el joven guerrero que se hizo anciano.

Fui libélula
y volé entre un majestuoso mar
de mariposas multicolores
y fue estremecedor el despliegue del carmesí,
del violeta
y el bermejo,
en las orillas virginales de las playas sin daño.

Apiñé los años
oyendo el latir de corazones engarzados
que aún retumba en los tambores
que se descosen y se desguazan;
en las caderas sudorosas
de las madres
que se abrieron como flores
pariendo hijos.

Fue un tiempo muy largo,
casi la eternidad en salmuera,
entre la pobreza agridulce de la niñez
y la longeva concavidad de mis huesos roídos
por el rumiar de los días;
por años sin dientes
que ya no me mordieron el alma.

Retornaré a la diminuta bahía
de la infancia,
a la muralla donde se estrellaba el mar,
a las calles de la ciudad ultramarina
donde chorrearon amaneceres y atardeceres
en el gris de los aguaceros,
al charco en la acera
y a la puerta de madera.

El celeste,
fue mi vértigo y mi ternura;
en mis ensueños
vi transcurrir un tiempo irrepetible,
con destellos lapislázulis,
que me colmó de inmensas dichas,
insoportables pérdidas
y devastadoras ausencias.

Caeré lentamente
en la refulgencia del agua
donde nadé dentro del velo de la libertad.

Moriré en la tarde
sin poder ver la siguiente aurora;
cuando la pizca de sal
que fue mi origen se evapore,
inevitable, solitaria,
pulverizada en átomos errantes
y vencida en la luz;
cuando la última ola
que vean mis ojos
se desparrame en la playa
y se inicie la resaca
que me llevará como un tronco maltrecho,
un caracol partido,
una espina de pez quebrada,
una momia húmeda
envuelta en harapos de algas,
sin un alarido, sin una queja,
con las vísceras hechas añicos
y el corazón triturado
en una molienda de agua salada
y tierra dulce.

Naufragará el barco de papel
que hice de niño y perdí;
pero no lloraré como entonces,
seguiré trotando
junto con los caballos de mar
en los jardines del agua,
como la segunda infancia,
como repasar los años
y recoger las sueltas alegrías
de la inocencia.

Llegarán otros hijos,
vendrán las madres de otras madres,
y ésta será también su patria sagrada.

Aquí estará por siempre
el lugar donde nací.

Este delicado hilo de luminiscencia
que entró a mis pupilas al nacer
y salió al morir,
en este privilegiado y amoroso
filamento de tierra,
entre dos prodigiosos océanos.


[Del libro: El deslumbrante mar que nos hizo]

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