viernes, 30 de enero de 2015

Ida Gramcko (1924-1994)I


Ida Gramcko (Puerto Cabello 1924-Caracas 1994). Poeta, periodista, dramaturga, docente, ensayista. A los trece años ganó su primer premio de Poesía. Recibió también el premio José Rafael Pocaterra en 1961, el Premio Municipal de Poesía (1962). En 1977 recibió el Premio Nacional de Literatura. Fue asimismo una de las primeras periodistas y reporteras venezolanas en la década de los años cuarenta. Su obra periodística está aún por ser descubierta y darse a conocer. Estudió filosofía en la Universidad Central de Venezuela, casa de estudios donde se desempeñó como docente en la Escuela de Letras. Allí la conocí, en la década del ochenta del siglo pasado, cursé la materia Poesía y poetas con ella, junto a nociones como metáfora, símbolo, nos hablaba del Ser, el ente, nociones filosóficas. Algunos años después tuve la fortuna de trabajar con ella en el departamento de Publicaciones de la Fundación Celarg. Llegaba siempre después del mediodía, se había habituado a escribir en las madrugadas, horas de mayor calma y sosiego, y dormía en las horas de la mañana. El trato cotidiano con ella fue mostrándome una persona muy cordial, simpática, y generosa. Compartimos largas conversaciones, sobre todo, claro está, sobre literatura y escritores. Recuerdo particularmente su risa contagiosa, especialmente cuando se encontraba entre amigos que iban a visitarla. En algún momento le di a leer mis versos, aún inéditos, en aquellos años sólo habían visto letra impresa los textos escritos en el Taller de Poesía que cursé en el Celarg, bajo la tutela de Armando Rojas Guardia, entre 1988 y 1989. Ida entonces tenía una columna en la revista Élite y le dedicó una de sus notas a mis textos, señalándome como una joven promesa. En 1992 renuncié a mi cargo en la Fundación Celarg como secretaria del departamento de Publicaciones. no volví a ver a la poeta. Ya me había graduado como Licenciada en Letras y había poco que hacer allí, por falta de presupuesto, por lo que decidí buscar otro lugar donde tuviera la posibilidad de ampliar mis horizontes. Algunos meses después llegué al grupo editorial Alfa, en cuyas oficinas, bajo la dirección de Leonardo Milla, efectivamente, pude ampliar muchísimo mis conocimientos sobre la producción editorial. A finales de los noventa, cuando las páginas culturales de El Universal estaban bajo la dirección de Blanca Elena Pantin, tuve una columna sobre escritores venezolanos y le dediqué una a Ida Gramcko, y hoy, lamentablemente, puedo repetir lo que entonces expresé, la obra de Ida Gramcko no ha sido estudiada ni difundida como ella lo merecería. En años recientes Gabriela Kizer publicó para la colección biográfica de El Nacional/Banco del Caribe, una hermosa biografía. Monte Ávila Editores presentó hace pocos años una antología de su obra poética en su Colección de Autores Venezolanos. Pero pienso que seguimos estando en deuda con ella, con su prolífica y honda obra poética.
Comparto algunos de sus poemas:

VOZ

Hay alguien que llama desde remotas cimas,
hay una voz profunda que me pide estar cerca.
Los aires se arremansan en corrientes continuas
hasta fundir los ecos en la dormida piedra.

El camino es un paso que dio el gigante mundo
con sus botas de angustia, pensativas y negras;
era un viajero entonces, desamparado y rudo,
y con su andar de nave fue duplicando huellas.

A veces tengo alas. Los cabellos furtivos
se fugan entre ratos de las furias del viento,
las manos, como arañas, van tejiendo en sus giros
una red infinita de locura y de ensueño.

¡Llegaré hasta la cumbre! Tendré todas las flores
azules y mojadas que habitan en las cuevas,
y habrá un concierto claro de pájaros y voces
en la garganta virgen de la desnuda tierra.

Hay alguien que me llama desde remotas cimas
y voy tras su llamado como la humilde sierva:
manos y pies descalzos...entre luces y vidas,
hasta la voz profunda que me pide estar cerca.

(Umbral, 1941)

CÁMARA DE CRISTAL

Cámara 
de cristal
mi lágrima.
Y el mar.
Y alcoba pálida
mi sollozo.
Mundo de celofán.
Pecera de hondo
movimiento estelar.
Niebla de otoño.
Y algo más 
que naufraga en mi llanto misterioso.

(Cámara de cristal, 1943)

(El mismo yo, mas caracol)

OPULENCIA VITAL, múltiple ramo
cuyo nosotros fiel nos necesita
tal como somos, un pajar, un grano...
¡De cuántas cosas brota una sonrisa!
Alegre libertad dice: me llamo...
(aquí su nombre). Fructifica
antagonista plácido y cercano
como una carne mágica y melliza.
La luz es todo junto más el halo
con que cada fulgor se precipita.
Prójima sombra, fraternal arcano,
¡son, son! Y es el amor quien los precisa.
Pero la precisión es un regalo.
Nada más. Una dádiva inaudita.

CARACOL, EL HERMANO,
el mismo caracol, más caracol. Concisa
su forma sigue sin barniz ni estrago
para que el hombre sufra un alma rica,
un alma suya en el vellón y el gajo,
íntima, inmensa, siempre en sed y ahita.
Así construímos un lugar humano,
pero tan lleno de él como de brisa.
Inventamos
una pared de cal...¡y tan distinta!
Un muro nuevo, ¿raro?
Sólo en su fresca soledad continua.
-¿Soledad, otra vez lo solitario,
otra vez la distancia?¿Y la caricia?-
Cálmate, amor; lo nuestro es lo lejano,
toca el largo perfil, la piedra lisa
dice por voz de su vigor: yo te amo.
La forma singular es la infinita.

VIVA BELLEZA desde el seno irrumpe
como una curvatura que desliza
las auroras boreales de las ubres
sobre un lecho de líneas.
Somos el hombre el caballo sufren,
pero una inmensa investidura estricta
nos señala sin verbo entre las cumbres.
Somos entonces ser hasta la risa,
la carcajada diáfana en los buches.

PRESUNTO SORTILEGIO. Sólo alcance.
Belleza, nada más,
abre la boca y es un cráter
y el umbral
y ya todo lo abierto, semejante.
Paz, ardiente paz, lógica paz.
Calma: pasión que sabe su combate,
luchar
por una rosa, pausa en el desastre,
por el menos y el más.
Menos: inmensa perspectiva de alguien.
Belleza, para ti la eternidad,
ayer, ahora y luego. No hay instante.
Sí, para ti vivir sin terminar,
que todo aquel que muere es un cobarde.

RECUÉRDATE, PALABRA, 
como eres, como estás, pulcra y redonda,
no el agua mas en agua y tras el agua
y con el agua sin más pie ni alfombra.

CON RAYAS ROJAS cambiaremos el mundo.
Con una exactitud que nos desprende.
Con tan alegre número
que contamos, al fin: somos mil veces,
dos mil, tres mil, siete mil veces.
Y cada cifra siéntese en el uno
como el uno también y con sus creces.
Con palabras ausentes de conjuro
digamos: ¡sol! exacto, y amanece.

ESTAR afuera es como estar adentro
de inagotable intimidad creadora.
No es perder cuerpo, es descubrir un centro
mayor que lo interior que nos demora.
Estar afuera, a pleno sol, al viento...
La noche ya no es más la mediadora,
pues nos une a través de un mandamiento
de sombra impuesta que se ve o ignora.
Escogida es la unión desde lo intenso.
Vivo nivel estalla con la aurora
y enlaza lo profundo con lo inmenso,
pues cada ser deviene lo que añora.
Y queda un solo ser, un gran suspenso,
mas el hombre lo sabe y lo atesora.

(Poemas, 1952)  
ATIENDA AQUEL QUE DIJO

hallar dicha y sosiego
en un sueño beatífico y tranquilo;
atienda a lo que digo y lo que creo.
¿Sabes, nocturno amigo,
a qué cosa en verdad llamamos sueño?
Atiende, hermano mío,
sin pena y sin recelo,
yo, que he soñado, yo, que no he dormido,
te pregunto sin voz desde mi lecho:
¿crees que el sueño protege del abismo,
rescata del asalto y del incendio?
Yo, soñadora inmóvil, no he creído
en mi rostro apacible cuando duermo.
Lucho soñando, sórdida, conmigo,
con un pájaro extraño, con el viento,
con un agudo y afilado pico
que me horada las sienes y el cerebro
y dejo sangre en el cojín y heridos
flotan ardiendo, aullando, mis cabellos.
Soñador y sonámbulo es lo mismo.
Se va entre nieblas, huérfano.
¿Quién hiló las almohadas? ¿El olvido?
La mano movediza del recuerdo
con un sombrío ovillo
y tejió la crisálida del lienzo
con una larga víbora de lino
que se enrosca en el alma y en el cuerpo.
Atienda aquel que alguna vez me dijo
hallar quietud seráfica en el sueño;
atienda a mi creencia, a mi pregunta,
que es la de todo soñador despierto.
Creo en mi corazón, su llama oculta
bajo las sábanas, ardiendo.
Creo en mi sangre muda
corriendo como un río del infierno.
¿Cree alguien en la calma de las tumbas,
en la paz de los muertos?
Quieren creer... ¡No lo han creído nunca!
Descansa en paz, sólo es un gran deseo.
Descansa en paz, pero la paz no escucha;
descansa en paz, pero el descanso es ciego.
La muerte, insomne, mira hacia la lucha
y el sueño es el más íntimo desvelo.

De Poemas, 1952



ARRÁNCAME LAS ÁRIDAS RAICES,
déjame suspendida en el espacio,
entre los vientos firmes.
Allí se está como en un gran regazo
maternal y sin límites.
Déjame con los pájaros,
indagan lo invisible.
¡Ah, más allá del cielo se alza un árbol
que sus alas indómitas persiguen!
No lo han visto jamás y, sin embargo,
creen sentir su rumor en los confines.
Rumor de hojas distantes... Pero ¿acaso
no lo vieron, gigante, en el origen
primero de la vida, y en sus cantos
no es la voz de la ausencia lo que aflige?
Deja que suba a lo alto
y que mi canto vibre.
Canto la ausencia de algo,
de una estrella enterrada en nubes grises.
La sombra azul del árbol
se dilata y me ciñe.
Déjame con los pájaros.
Soy una flor delimitada y triste.
Arráncame los pétalos y el tallo
y la fragancia, y líbrame.
De Poemas, 1952
Ida Gramcko

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