miércoles, 28 de septiembre de 2011

Sharon Olds

Sharon Olds (San Francisco, 1942) escribió su primera obra a una edad tardía, en 1980, es decir, cuando contaba con 38 años. Según explica la propia autora, tras recibir su doctorado en Literatura Americana con una tesis sobre Ralph Waldo Emerson en la Universidad de Columbia, decidió cerrar un trato con Satán por el cual renunciaría a todo lo que allí había aprendido a cambio de poder escribir poemas verdaderamente propios. El resultado de esta curiosa acción fue el controvertido poemario Satan says, que es la obra que tendremos en cuenta en este artículo como modo de introducirnos en su peculiar universo poético.
Lo cierto es que, de resultas o no de ese pacto satánico, desde 1980 y hasta el momento actual Sharon Olds ha escrito una decena de volúmenes de poesía más, ha obtenido numerosos premios literarios (el San Francisco Poetry Center Award en su primera edición,el Lamont Poetry Prize, the National Book Critics Circle award, y el TS Eliot Prize), ha sido antologada en diversas ocasiones y fue poeta laureada del estado de Nueva York desde el año 1998 hasta el 2000. Aunque todo esto es, con toda seguridad, lo que menos importa cuando nos referimos a la producción lírica de cualquier autor.

 

Las víctimas

Cuando mamá se divorció de vos, nos alegramos. Se la aguantó
y se la aguantó en silencio, durante todos esos años, hasta que al fin
te echó sin previo aviso: sus hijos, encantados. Tiempo después te echaron
del trabajo: nos alegramos en el fuero interno, como la gente se alegró
la última vez que Nixon dejó la Casa Blanca en helicóptero. Nos divertía
imaginar que te quitaran tu oficina, tus secretarias,
tus almuerzos con tres whiskies dobles,
tus lápices, tus resmas de papel. ¿Te harían devolver también
tus trajes, esas sombrías carcasas colgadas del placard,
y las punteras negras de tus zapatos con sus grandes poros?
Nos había enseñado a aguantárnosla, a odiarte y a aguantárnosla,
hasta que la empujamos a aniquilarte, Padre. Ahora,
cada vez que paso por al lado de un mendigo en un portal,
el cuerpo de babosa brillándole a través de las rendijas
de su traje de barro comprimido, las aletas
manchadas de sus manos, el fuego
submarino de sus ojos, como barcos hundidos
con las luces encendidas, me pregunto quiénes habrán sido
los que se lo aguantaron en silencio, hasta que dieron todo,
y no les quedó nada más que esto.



El cielo para mí 

 


Cuando me pongo a imaginar mi muerte,
estaría acostada boca arriba, y mi espíritu
se iría desprendiendo de mi cuerpo
por la piel de la panza, como una hoja de papel manteca,
y se daría vuelta y quedaría boca abajo;
como la alfombra mágica del genio, pero en forma de chica,
se pondría a volar bajo sobre la Tierra: el cielo para mí
consistiría en ser invulnerable, poder mirar
sin pausa y sin impedimentos,
suspendida en el aire; mirar, mirar, mirar,
algo no muy distinto de mi vida:
me sentiría llena de una casi indolora soledad,
contemplando la Tierra, como si contemplarla
fuera mi forma personal de tener alma. Pero entonces
divisaría a mi amado, de pie junto a una puerta
-o algo así- en el cielo: no la puerta
de las constelaciones, los pentángulos,
la corona boreal, sino más bien una puertita
en el portal del cielo,
como esas chiquititas para el gato,
del otro lado de la cual no hay nada. Y él me dice
que se tiene que ir, que ya llegó la hora.
Y si bien no me pide que me vaya
con él, a mí me da la sensación de que querría
que yo lo acompañase. Tampoco me parece que esa nada
sea una nada viviente, en donde los no-seres
harían una especie de amor ultraterreno;
se me antoja más bien que es una nada absoluta,
y que al cruzar la puerta los dos juntos
desapareceríamos. Qué hermoso
tomarme de su brazo,
apretándolo fuerte contra el pecho,
como hacen los amantes camino del altar,
y dar el paso.


Traducción Ezequiel  Zaidenwerg

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