El maestro del disfraz
Charles Simic
Seguramente anda entre nosotrosde incógnito: el cajero de un negocio,
el pibe del delivery, la chica
que atiende en la farmacia, un peluquero,
el tipo todo inflado del gimnasio,
la bailarina exótica, el joyero,
el paseador de perros, el cieguito
que pide “Una moneda, por favor,
¿no me puede ayudar?” por los vagones.
Alguien que está encendiendo una fogata
falsa en la chimenea también falsa
de una vidriera, mientras miran desde
el sillón con el rictus congelado
de una sonrisa un padre y una madre,
cuando la calle se vacía y llega
la hora de cerrar del funerario
y hasta el último mozo se va a casa.
Ese mendigo viejo, ahí parado
en el portal, la cara medio oculta;
y no descartaría ni a ese gato
negro que acaba de cruzar la calle,
ni al foquito desnudo que en el túnel
del subte está colgado de su cable,
y que se mueve cuando el tren se para.
Jillian Kwon
Esta canciòn es sòlo està canciòn
Esta canción es sólo esta canción,
pensás mientras la ves de espaldas irse
por la calle, arrastrando la valija
de sus padres, que rueda y da saltitos
detrás de ella. Esta canción es sólo
esta canción, pensás al ver sus rulos;
el pañuelo floreado que compró
con vos, y que era igual a otro perdido
a miles de kilómetros de ahí;
el tapadito gris que no la abriga
lo suficiente; los botines negros
que sostienen su cuerpo largo y flaco.
Esta canción es sólo esta canción,
pensás al ver cómo la mancha gris
dobla la esquina. Esta canción es sólo
esta canción. Y existe en el invierno.
TED HUGHES
Imitar a cristo
Vos no querías imitar a Cristo. Aunque tu Dios
era papá y no creías en otro, vos no querías
imitar a Cristo. Por más que caminabas
en el amor de tu papá. Por más que contemplabas
como a una intrusa a tu mamá.
¿Qué tuvo ella que ver con vos,
salvo apartarte de tu padre?
Cuando la luna de sus grandes ojos
de párpados caídos
bajó casi hasta el suelo
prometiendo la tierra que veías,
vos viste tu destino, y le gritaste:
¡Aléjate de mí! Vos no querías
imitar a Cristo. Vos querías
estar con tu papá,
adonde fuera que estuviese. Tu cuerpo
te impidió pasar del otro lado. Y tu familia
que era carne de tu carne y sangre de tu sangre,
hizo las veces de barrera. Y cualquier Dios
que no fuera tu papá
era un dios falso. Pero vos
no querías imitar a Cristo.
Mark Strand
LA HORA TARDÌA
Un hombre va camino a la ciudad,mientras que detrás suyo sopla una débil brisa
que huele a tierra y al verdor desnudo de los árboles.
Él va arrastrando el peso de su pasión como si nada
hubiese terminado, como si la mujer, que ahora está en la cama
acurrucada al lado de su amante, lo siguiera queriendo.
Ella está aún despierta, y mira cómo las cicatrices de la luz
se quedan atrapadas en los cristales.
Él viene a su ventana y se pone a llamarla;
se la pasa llamándola toda la noche pero no pasa nada.
Va a volver a pasar, él va a ir a buscarla donde quiera que esté.
Se va a apostar de nuevo bajo su ventana y se va a imaginar
que sus ojos se abren en la oscuridad,
va a ver cómo se acerca a la ventana y mira para abajo.
Ella va a estar despierta una vez más al lado de su amante
y va a escuchar su voz que llega de algún lado en medio de lo oscuro.
Es la hora tardía una vez más, la luna y las estrellas,
heridas de la noche que sanan sin un ruido,
de nuevo el luminoso viento de la mañana que viene antes que el sol.
Y, finalmente, sin esperarlo ni desearlo,
el desenlace solitario y anodino.
ELIZABETH BISHOP
NECESITO UNA MÙSICANecesito una música que fluya
a través de las yemas de mis dedos
inquietas, sensitivas; por mis labios
temblorosos, manchados de amargor,
con honda melodía, clara, lenta
como el fluir de un líquido. ¡Ah, el mecerse
salutífero, antiguo, sí, y grave,
como una canción que se les canta
a los que han muerto, fatigados, para
que puedan descansar, una canción
que caiga como agua en mi cabeza
y mis extremidades, como un sueño
que a causa de un rubor resplandeciera.
La melodía obra cierta magia:
un hechizo de alivio, y calmo aliento,
y sosegado corazón, que se hunde,
entre colores que se van fundiendo,
hondo en la subacuática quietud
del mar, y flota para siempre en un
estanque que la luz reverdecida
de la luna ilumina al reflejarse,
en los brazos del ritmo y la modorra.
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