lunes, 23 de mayo de 2011

Honduras está de luto...


Roberto Sosa nació en Honduras en el departamento de Yoro, el 18 de abril de 1930. Es considerado uno de los poetas más sobresalientes de América Central y en 1968 recibió el premio Adonay por su libro Los Pobres.
(nace el 18 de abril en Yoro, Honduras). Ha ganado diversos premios a nivel internacional, como el Adonais de España. Director de revistas literarias y Galerías de Arte. Asimismo ha participado en diferentes congresos latinoamericanos. Tiene estudios de Maestría en Artes, por la Universidad de Cincinatti, Ohio, Usa. Jurado del prestigioso Premio Casa de Las Américas de Cuba. Catedrático de Literatura y escritor residente en Upper Montclair Collage, N.J., USA. En 1990 es nombrado con el grado de Caballero en la Orden de las Artes y las Letras por el Ministerio de Cultura de la República de Francia


Entre sus obras tenemos:
  • 1959: Caligramas (Tegucigalpa)
  • 1966: Muros (Tegucigalpa)
  • 1967: Mar interior (Tegucigalpa)
  • 1967: Breve estudio sobre la poesía y su creación
  • 1968: Los pobres (Madrid)
  • 1971: Un mundo para todos dividido (La Habana)
  • 1981: Prosa armada
  • 1985: Secreto militar
  • 1987: Hasta el sol de hoy
  • 1990: Obra completa
  • Antología personal
  • Los pesares juntos
  • 1994: Máscara suelta
  • 1995: El llanto de las cosas
Su obra ha sido traducida al alemán, chino, francés, inglés, italiano, japonés y ruso. Fallecio en la ciudad de Tegucigalpa el 23 de mayo de 2011




La estación y el pacto 

Ni la ventana que entredibuja el viejo campanario. 
Ni aquella ingenuidad de primer grado 
Del insecto viudo que aún sobrevuela mi infancia. 
Ni la amistad del libro: me hacen falta. 
Tus manos al alcance de mis manos 
Me faltan 
Como las compartidas soledades. 
Necesito, lo sabes, las gemelas alturas de tu cuerpo, 
Su blancura quemada. Y ese pez 
Que vuela azulinante hacia el final 
                                                         De tus desnudeces… 
Abriendo y cerrando los labios de tu fuerza 
                                                            Oscurísima.




El llanto de las cosas 
Mamá 
Se pasó la mayor parte de sus existencia 
Parada en un ladrillo, hecha un nudo, 
Imaginando 
Que entraba y salía 
Por la puerta blanca de una casita 
Protegida 
Por la fraternidad de los animales domésticos. 
Pensando 
Que sus hijos somos 
Lo que quisimos y no pudimos ser. 
Creyendo 
Que su padre, el carnicero de los ojos goteados 
Y labios delgados de pies severo, no la golpeó 
Hasta sacarle sangre, y que su madre, en fin, 
Le puso con amor, alguna vez, la mano en la cabeza.
Y en su punto supremo, a contragolpe como 
                                                    Desde un espejo, 
Rogaba a Dios 
Para que nuestros enemigos cayeran como 
                                                    Gallos apestados. 
De golpe, una por una, aquellas amadísimas 
   Imágenes 
Fueron barridas por hombres sin honor. 
Viéndolo bien 
Todo eso lo entendió esa mujer apartada, 
Ella 
La heredera del viento, a una vela. La que adivinaba 
El pensamiento, presentía la frialdad 
De las culebras 
Y hablaba con las rosas, ella, delicado equilibrio 
Entre 
La humana dureza y el llanto de las cosas.


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