miércoles, 2 de febrero de 2011

El ocaso de Paradiso

 Fotografïa: Karen Valladares

Por Jorge Martínez Mejía

Poeta del Grado Cero



La última conversación que sostuve con Rigoberto Paredes tomó el camino de la observación del sujeto capitalino: el homus tegucigalpensis; el impresionante parteaguas del 28 de junio 2009 y su impacto en la construcción de un nuevo sujeto consecuente con las esperanzas de los hondureños.
No se trató de grandilocuentes conceptos, más bien del reconocimiento fraterno de nuestro origen santabarbarense, noroccidental y costeño. Nos vimos venidos de ciertas maneras, comportamientos bien definidos, rasgos identificados con la franqueza, la dureza del criterio, la beligerancia y el entusiasmo para reconocer la autenticidad del otro; en fin, valores relacionados con la lealtad a sí mismo, a principios y posiciones. Sin embargo, observamos a Tegucigalpa como una sociedad en ruinas, en el estercolero de un estado abusivo, centralista y corrupto, anclada en un estilo antañón, acostumbrada al juego de una pseudo diplomacia detrás de la cual se esconden oscuros y ruines intereses a los que en algún momento se refiriera Francisco Morazán.
El homus tegucigalpensis es hijo de Tegucigalpa. Habría que conocerlo. Observar sus maneras, sus gestos y palabras, pero siempre será muy difícil determinar hasta qué punto, al emitir un juicio o una valoración, su planteamiento responde a una verdadera posición, o simplemente desempeña su habitual papel de engañador inteligente.
Es elegante y profuso en el elogio, generoso en el halago. Puede usar dos, tres, cuatro discursos simultáneamente de acuerdo a los escenarios o al interlocutor de turno. Su picardía es pérfida, su socarronería fofa. Se trata de un sujeto condicionado por cierto acartonamiento que le impide mostrar su verdadero pensamiento, esconde justo a tiempo su juicio crítico. Y sin embargo tiene todo un arsenal destructivo que utiliza doctamente con quien corresponda. Puede darte un abrazo, compartir un  trago y mencionar tus virtudes. Caminar largas horas a tu lado y mostrar profundos sentimientos, jurar lealtad.
No es fácil rastrear las causas que lo han ido tejiendo como un sujeto cauteloso, pero indudablemente se trata de un modus vivendi que exigen los vaivenes de una burocracia escuálida y efímera, marcada por la duración de los cuatro años de gobierno. Hay que estar pendientes de la escoba azul o roja. Tener padrinos, parientes, amigos o conocidos que puedan ayudar en la colocación en algún puesto o, al menos, que puedan alojar un “proyecto” que permita pasar la lluvia en la llanura. Es en estos vaivenes que se forja el homus tegucigalpensis. Es el capitalino nativo, o el avecindado llegado de diferentes regiones con el sueño de instalarse en un puesto del gobierno; es el trabajador, profesional o campesino, hombre o mujer que, a fuerza de bregar entre el acercamiento o el distanciamiento social de una aristocracia venida a menos, ha logrado inteligir ciertas prácticas de una falsa urbanidad, un lenguaje evasivo, concentrado en la forma del mensaje, no en el contenido. Abulta la información, la satura de ripios, de lugares comunes; es retórico y triste; melancólico, en el sentido de haber perdido algo que le era sustancial.
Volviendo la mirada hacia las estrategias que emplea, es notorio observar su habilidad para detectar “el modelo” del homus tegucigalpensis pleno, es decir, al prototipo que encarna los rasgos completos del individuo audaz, esto es, el que no se ve, y que, sin ser visto, modera sus acciones para acaudalar poder y distribuirlo entre sus allegados como si se tratara de una  gen orquestada para una sobrevivencia parásita del Estado. Señalo que el homus tegucigalpensis evoluciona a homus tegucigalpensis pleno cuando logra colocarse en la cima de una estructura piramidal relacionada con el control político y administrativo de las instituciones del Estado. Por ello, los más cercanos al homus tegucigalpensis pleno adquieren los mismos códigos de lenguaje, sus recetas simbólicas, su melodía de habla, sus argumentos clave.
Su inteligencia no se orienta hacia la responsabilidad moral, hacia las preocupaciones sociales reales. Su inteligencia está condicionada por los círculos de poder en los que avanza o retrocede. Puede perfectamente traicionar un planteamiento hecho ayer si en la senda de la espiral le es perjudicial para sus fines hacia el modelo del homus tegucigalpensis pleno. Esta es una característica básica para continuar en la espiral.
En el control del poder político de Honduras, el homus tegucigalpensis ostenta la mayor ración por su infame inteligencia desarrollada a lo largo del proceso de asimilación de aprendizaje del grupo de poder. Pero el poder no le es inherente al tegucigalpensis. Su poder consiste en la cohesión que es capaz de producir más allá de sus límites. Cuentan con mecanismos, vías y medios que extienden su soberanía hasta los rincones apartados del país, para ensanchar su discurso engañador.
El 28 de junio se puso a prueba su sagacidad o su estupidez. Aterrorizados por la firme determinación de quienes se han fastidiado de padecer su hipocresía, su ranciedad y corrupción, llevaron a cabo la más vergonzosa acción conocida de Honduras en el mundo, su obra maestra: El golpe de estado más burdo y absurdo.
El hondureño que no estaba al tanto del declive grotesco de esta aberrante estirpe que ha condenado a todo un pueblo al atraso y la humillación, jamás podía imaginar que fueran capaces de destruir las más esenciales  reglas del juego social y político, de la democracia; las reglas de la sencilla buena conducta que se enseña en la escuela rural.
Son capaces de todo. Son incapaces de tolerar la diferencia, y mucho menos de reconocer que Honduras no es Tegucigalpa. El 28 de junio partió en dos a Honduras, pero sobre todo, nos mostró a un homus tegucigalpensis capaz de traicionarse en función de su más elemental y mezquino beneficio.

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