De: Jorge Martinez Mejía
Nadie sabe qué va a pasar, o cómo se va a desatar lo que nos está pasando. Hemos estado ahí, visibles para todos, nos hemos hecho mirar y dejamos fuera lo que teníamos dentro. Demasiadas ganas tenemos de cambiar tanta porquería. Tenemos hambre, es cierto, estamos hechos verga, pero no es por el hambre que nos hemos expuesto, es por la humillación, porque nos han querido ver la cara de imbéciles. No sabemos cómo putas hacer una revolución, no sabemos qué camino tomar, si lo supiéramos, ya lo habríamos tomado, o quizás lo estamos tomando sin darnos cuenta, porque nadie sabe cuando exactamente empieza una revolución. Sólo tenemos los pasos, las ganas, la desdicha de no contar con un ejército que nos llame a estrechar filas. Es una desolación inmensa, un estar solo en medio del gentío, somos muchos y aún no somos tantos. O tal vez somos suficientes pero no hacemos lo debido, algo nos falta; algo que empiece el combate real, como cuando nos echaron de la embajada del Brasil y nos retiramos a nuestras barricadas en los barrios; cada tugurio fue una barricada en un segundo. Quisieron contenernos, nos vimos amenazados por las tanquetas militares, y aún ahí, en medio del fuego y las piedras nos sentimos mil veces mejor. Amenazados, pero dispuestos a contraatacar con nuestros pequeños puños, que no eran pocos. No somos obreros hambrientos ni campesinos harapientos, somos una revolución en camino, un hombre sólo a la víspera de su revolución. De nosotros no se volverán a reír, ni de nuestra desdicha.
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