jueves, 14 de enero de 2010

Un poema de Pere Gimferrer

Agosto



No culpéis a nadie del derrumbamiento del hombre.
La entrega estéril de la palabra, donde los antros,
cuando la noche, la helada, labra un fuego venusiano,
y el sol, un ser de nieblas,desfallece.
Este sorbo, sorbo de nada, encendidoslabios,
piedra de púrpura, la semillamás secreta del hombre,
porque no se precisan armaspara vencer al hombre:
ya los relámpagos son un signo de ello.
Escuetos, afiladosdicen el vil secreto,
la cobardía, el deseo bastardo, emblemas,
yugos inmemorialesde abyección.
Cabelleras, vanas al viento, arrebatadas
por la corriente de la nieve núbil de un cuerpo,
fuego de hoguerasque adorna la claridad.
¿Eres inmortal tú, ahora,irrisión de la carne,
tú, que tal vez has satisfechoa la servil pasión?
Sí, mucho necesita el hombrepara abarcar la extensión de su deseo,
y sudeseo es la nada.
El escudo oscuro de la luna,
el escudo lívido del sol
¿qué astro oscultan?
¿Qué olas, qué igniciónde espacios lejanos?
Por los roquedalesse tambalea esta claridad lúgubre,
rescate hostil de la carne escarnecida,picos, remos de oro sometido,
ç despojosde un jirón.
Si el gozo, funesto,de una más lóbrega sima extrajera la luz y,
con los ojos cerrados,la nostalgia, la carcelera ciega del sentido,
hiciese del pecho la saeta, el aciago solar!
Porque el vientono necesita sentir el peso del viento cuando, vivo,
tiemblaen los gallardetes, los pasos del viento de primavera.
Así el hombre.
No se dice su nombre: primavera.
Y lo es.
¿Quién dice el nombre?
¿Qué labios -¿son mortales?

dicen la noche?
¿Qué ojos ven la noche?
¿Qué ojos son la noche?

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